Cultura

Lo que dejé en el mar no lo conservo

Manuel Tejada Loría Estimado Jimbo Jones:

Va esta carta apenas para acusar de recibido el excelente poemario que me enviaste desde el lejano lugar que habitas. “Dylan y las ballenas”, de María Baranda, es una hermosa lectura de poesía que me resisto a terminar. Y voy, verso a verso, tan despacio, paladeando cada sonido de esta gran poeta mexicana que tuve el honor de conocer hace algunos años aquí en Mérida cuando impartió un taller de poesía para estudiantes normalistas yucatecos que quedaron fascinados. Además de ser muy amable en su trato, pocas veces he visto en otros creadores una didáctica de la poesía como ella maneja, y que de algún modo se encuentra registrada en su libro “El vuelo y el pájaro: o cómo acercarse a la poesía”, publicado en 2012, y que te hago llegar en correspondencia junto a esta misiva. Muchos de los temas que platicamos en aquellas altas horas de café los encontrarás en estas páginas, lo que confirma lo que la misma María señala: la poesía es un diálogo constante entre textos, y entre poetas y poemas.

Hasta antes de conocer “Dylan y las ballenas”, leí un poemario de María Baranda llamado “Diente de león”, publicado también en 2012 con ilustraciones de Isidro R. Esquivel que me impactó por el tema tan complejo que presenta. A lo largo de 48 poemas, en verso libre y con una cadencia característica de la autora, nos presenta la historia de una niña, de nombre Laina, que transita de la infancia a la adolescencia habitando una realidad de ausencia paterna, campamentos militares, pérdidas y congojas varias. “Padecer es una palabra que / se cae / lenta / de la boca de todos”, leemos en los primeros versos. La historia, como los versos mismos, llevan un un ritmo poético que redimensionan los hechos narrados, poetizan una realidad compleja, no suavizándolos sino alumbrándolos con una luz de comprensión poética: “El silencio se rompe / si avientas al aire / unas palabras / como si fueran piedras”. El lenguaje mismo, como en poesía, es usado por los personajes para librarse de la angustia existencial, como cuando Laina y su amigo, ante la enfermedad, rezan juntando palabras como “cielo, sol”, “flor, abeja” para sanar la viruela. Sin duda un libro igualmente recomendable donde la poesía retoma esa raíz primigenia de ser, como señala María Baranda, una “expresión anónima de los pueblos”, una poesía de la colectividad.

Y bueno, estimado Jimbo, en “Dylan y las ballenas” encuentro nuevamente estas luces maravillosas de Baranda que me remiten necesariamente al naufragio que significa “Inmóvil en el viento” y que me asombra por demás: “buscas calmar tu sed con un trago de mar / que congrega a la flor en tu garganta. // Bebes, bebes un poco de la vida / bailando entre las sombras de todos tus fantasmas”. Desde luego no hay asomo de comparación ante el admirable oficio poético de la escritora, pero la poesía, más allá de nosotros mismos, continúa un diálogo milenario, sin tiempo ni espacio, y la supongo como una corriente marina que atraviesa océanos y ríos en movimiento perpetuo. En “Inmóvil en el viento”, en ese tiempo heteróclito que fue su escritura, al mar se fueron “verdades” de infancia y adolescencia, de primera juventud y oscuridad. Y si bien, “lo que dejé en el mar no lo conservo”, algunas lecturas como “Dylan…”, cual corriente marina, me devuelven el vértigo y la incertidumbre de esta vida.

¿O será que nunca nos ha dejado, Jones, la oscuridad?

Atentamente,

Manuel Alvarez Gato

PD: Te agradezco también por el texto de Félix Suárez, me aplico a su lectura. Todo lo demás es bruma.