Por Luis Carlos Coto MederosJosé Julián Martí PérezI
Héroe Nacional de Cuba. Fue un hombre de elevados principios, vocación latinoamericana e internacionalista; intachable conducta personal, tanto pública como privada y con cualidades humanas que en ocasiones parecen insuperables. Un cubano de proyección universal que rebasó las fronteras de la época en que vivió para convertirse en el más grande pensador político hispanoamericano del siglo XIX.
Nació el 28 de enero de 1853 en La Habana. Cayó en combate en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895. Es el Apóstol de la Independencia Cubana.
En Martí la estrofa nacional encontró el primer y más importante espacio cuando escribió para las tablas el proverbio dramático Amor con amor se paga. Con apenas 22 años arriba a México para reunirse con su familia y pronto gana popularidad en el ambiente cultural de la nación azteca. La obra fue representada en el Teatro El Principal. Las demás incursiones en este metro poético aparecen de forma circunstancial y en algunos casos improvisadas en reuniones patrióticas o en dedicatorias.
616De Amor con Amor se paga
Julián:
Con ser tanta la verdad
de vuestra rara hermosura,
mayor es mi desventura
y mayor mi soledad.
De roca os hizo en verdad
vuestra buena madre el pecho:
¿qué ley os dará derecho
para prendar hombre así?
Con amaros, ¡ay, de mí!
¿Qué mal, señora, os he hecho?
Teresa:
Triste os ponéis de repente:
hacéis –¡soberbio papel!–
a maravilla el doncel
de don Enrique el Doliente.
Ved que no ha estado prudente
vuestro triste corazón:
Yo sé que amar es razón,
a quien se ama, y ley muy justa:
más, si el galán no nos gusta,
¿es amar obligación?
Julián:
No es de dama tan cortés
respuesta tan enojosa:
gala hacéis de donairosa,
más lujo de crueldad es.
Ved, señora, que después
de haber abierto la herida,
tiene la mano homicida
deber con la claridad,
y es más bella la beldad
cuando da a un muerto la vida.
Julián:
Ved que en el viento las aves
volando pasan a par:
ved a las ondas cruzar
rumorosas y suaves.
Ved que hasta las penas graves
jamás, Teresa, andan solas:
ved cuán se juntan las olas
en el correr de los ríos:
ved, junto a troncos umbríos,
amarse las amapolas.
Teresa:
A fe que de mi amador
sospechar nunca pudiera
que tan presto convirtiera
a Cupido en orador.
Más faltan al trovador,
para cautivarme, galas.
No son las endechas malas;
pero yo nunca he podido
imaginarme un Cupido
con levi-sac y sin alas.
Julián:
A fe, señora, que tengo
algo tan duro en los labios
que, por no haceros agravios,
en el hablar me contengo.
Ved que a troveros no vengo,
ridículo trovador:
ved que si vivo amador
y si os ensalzo poeta,
quien se respeta, respeta
un digno y honrado amor.
Julián:
Alas me niega el gracejo
que vuestros encantos roben:
más en cambio de amor joven,
amor os tengo tan viejo,
y tan probado y añejo,
y tan recio en la porfía,
que acaba, Teresa, el día
para empezar uno nuevo,
y ¡en el alma siempre llevo
encendida el alma mía!
Julián:
Y es amor fuego tenaz
y ansia y congoja tan fiera,
que no hay, Teresa, manera
de que yo goce de paz.
Es pensamiento que audaz
todo el pensar me domina,
y sueño que me fascina,
y encanto que me seduce,
y estrella que me conduce.
Y hasta sol que me ilumina.
Julián:
Es que en el pecho han nacido,
con pensamientos de amores,
tantos sueños, tantas flores,
tanto vigor comprimido,
que al cabo en paz he vivido
con la vida que me arredra:
es que creciendo la yedra
al tronco y muro se prende,
Y ¡en luz de amores enciende
tronco, arbusto, sol y piedra!
Teresa:
Incendio vivo y fugaz
pinta aquí vuestro amor ciego:
si os lo extingue todo el fuego
abrasador y voraz,
restos para amarme en paz
del fuego no habrán quedado
y ¿qué he de hacer, malhadado,
si el fuego arrecia y atiza,
con un galán Don Ceniza
consumido y chamuscado?
Julián:
Verdad es ella, que el fuego
de vuestros ojos me abrasa,
y todo prende y arrasa
la antorcha del amor ciego;
pero es lo cierto que luego,
Fénix, renace el amor,
y de un campo sin verdor
hace un raudal de fortuna,
y de un sepulcro, una cuna,
y ¡de una piedra, una flor!
Julián:
Es fama que a un cementerio
llegó un sabio cierto día,
afirmando que no había
tras de la tumba misterio.
Un ser blanco, vago y serio,
a la tumba se acercó:
“amor, amor”, pronunció
con triste voz quejumbrosa
y al punto alzóse la losa,
y el muerto resucitó.
Teresa:
Quedar debió el sabio inquieto,
porque así yo me quedara,
si me hubiera cara a cara
con un galán esqueleto.
Vuestras historias respeto;
pero pensad, Don Julián,
que, si tan tétricas van,
de buscar habré un conjuro,
porque ya pone en apuro
tanto hueso por galán.
Teresa:
Amador como el doncel,
prendado de su misterio,
trae consigo un cementerio
para prendarme con él.
Y no le basta al cruel
para decir que me ama,
fuego doquiera derrama
por donde al paso detiene,
y cuando a verme se viene,
viene convertido en llama.