Cuando a comienzos de esta semana los colombianos despidieron a Ricardo Fuentes (1944 – 2019), los más fieles seguidores del notable cantante recordaron que la pieza talismán de su carrera era un bolero mexicano.
Querido desde las márgenes del Caribe hasta los valles meridionales de la nación sudamericana, la vocación de Fuentes se despertó al escuchar Negrura, del duranguense Güicho Cisneros. La radio había puesto de moda ese bolero en la voz del cubano Rolando Laserie, y Fuentes, quien todavía no era Fuentes sino Ricardo Mogollón Salguero, un muchachón de 16 años que hacia 1960 vivía en Cundinamarca, llegó a una fiesta y ofreció una botella de aguardiente al director de una orquesta para que lo dejaran probarse aquella tarde en el canto.
Al entonar la recia melodía que sostienen los versos de “tengo una pena en el alma, tengo una pena de amor, desde que no puedo verte mucho he llorado”, el joven, alentado por los amigos y el público, supo que su destino irremisible era cantar y que la canción no sería otra que el bolero.
En Colombia, el género ha contado con intérpretes valiosos –cómo no dejar de tomar en consideración a Nelson Pinedo, Carlos Julio Ramírez, la simpar Matilde Díaz y el trío Los Isleños- y, aún más, con compositores de fuste, tales los casos de Lucho Bermúdez, Jorge Añez, Edmundo Arias, Oscar Fajardo y Graciela Arango de Tobón.
De acuerdo con el colega y amigo César Pagano, el bolero tenía necesariamente que implantarse en el gusto de los colombianos del siglo XX por elevarse como campeón de los sentimientos urbanos, relegando al bambuco y el pasillo al ámbito de las haciendas y los jardines. El género transcaribeño se acompasó al desarrollo de una época industrial y a la expansión de las ciudades, donde se busca un mensaje paliativo en la competencia por sobrevivir, o cómo escapar a la soledad dentro de la muchedumbre y para creerse libre al cantar su alegría o lamentar un triste destino. Si en un inicio fue marginal y tabernario, pronto conquistó amplios sectores sociales, montado en el disco y la radiodifusión.
Todo ello se iba inoculando en la sangre del joven Mogollón, a quien después conoceríamos como Fuentes. Mucho pasó para cumplir su anhelo: de Cundinamarca a Bogotá, de estudiante frustrado de ingeniería mecánica a vendedor de libros, de Colombia a Ecuador hasta que un día vio el rótulo de un estudio que rezaba Discos Fuentes y decidió adoptar el apellido. Por esas fechas se apropió de un tema del mexicano Roberto Cantoral que comenzaba a acaparar la atención de los colombianos en la voz de Vicente Fernández: “Cuánto te debo / por ese amor aventurero que me has dado / por tu comedia de cariño calculado / amor amargo disfrazado de pasión...” Tan convincente fue su versión, que para esa generación el bolero Cuánto te debo solo es posible ser es atribuido a Fuentes y no hay dios que corrija tamaña distorsión en el imaginario popular.
Por esa ruta los años 70 hicieron a Fuentes el bolerista colombiano del momento, sobre todo por la grabación del álbum Por amor, a cargo justamente de Discos Fuentes. Grabó doce fonogramas a lo largo de su carrera, pero en la heráldica de su linaje Por amor figura en primer plano. Al salir al mercado, no pocos preguntaron de dónde había surgido este nuevo bolerista cubano, quizás recordando la estampa de un colega suyo natural de la isla antillana, Roberto Sánchez, reconocido por la audiencia colombiana.
Discos Fuentes le sacó el jugo a Ricardo y a los aficionados al bolero. A principios de este siglo en los supermercados podía adquirirse un álbum doble recopilatorio bajo el título Historia musical de Ricardo Fuentes en los que se le escuchaban 40 piezas, entre las que sobresalen Tragos amargos y Mi consentida, Un regalo y El milagro de tu amor, Con eso me pagas y Para que me olvides. Debajo de la carátula, un mensaje elocuente: “Inolvidables de cantina”.
Los últimos años fueron crueles con Ricardo Fuentes. En 2010 se hallaba de gira por Europa cuando comenzó a padecer atroces dolores en la espalda. Sometido a una operación para eliminar una hernia discal, el bisturí tocó una terminación nerviosa que degeneró en una neuropatía. Perdió la voz y quedó confinado a una silla de ruedas. Sus canciones seguían en la radio, pero en su casa de la ciudad de Pereira, en soledad y únicamente atendido por una mujer que en otra época fue su suegra, no podía hacer más que rumiar su infortunio. Una historia de cantina en la vida real.