De ese modo, el prestigioso artista plástico cubano Jorge Hidalgo Pimentel
ha logrado descubrir y plasmar lo que está oculto a los ojos
Por Marina Menéndez
Fotos: Lisbet Goenaga
Especial para POR ESTO!
LA HABANA.- “Detente en la calle y observa: los verás pasar a todos”. Así suele decir el artista plástico cubano Jorge Hidalgo Pimentel, a quienes le preguntan sobre el origen de esta o aquella imagen que ha dejado plasmada sobre la madera —porque, primero que todo, es xilógrafo—, o en la piedra, el metal, el lienzo.
Ello constituye otro motivo para admirar su arte, que no radica sólo en el talento para reflejar aquello que lo ha motivado a pintar, sino en saber descubrir esa inspiración. Y el método no resulta un dato menor.
“Lo que no se ve está en otra dimensión”, asevera. Y, obviamente, él sabe llegar a ese “otro mundo mucho más cercano a la espiritualidad que a lo concreto material”, donde el artista ha hallado motivo de inspiración tantas veces.
Por eso seguramente declaró a una crítica de arte de Canadá que él pintaba recuerdos pero, también, “presagios”, definición que dio título a una de sus muchas exposiciones.
Cubano hasta el tuétano y , por demás, santiaguero —gentilicio de la ciudad donde muchos estiman que hay, quizá, la más alta cuota de cubanidad— Moreno Pimentel se inquietó, primero, por la forma de expresar ese valor patrio donde se funden cultura e identidad.
Entonces ya admiraba a los notables pintores de la isla, Wifredo Lam, René Portocarrero, Amelia Peláez o Carlos Enríquez, que tan bien, y a su manera, habían expresado lo cubano. Pero él no quería ser presa de los estereotipos.
Estuvo mucho tiempo buscando lo que llama “el secreto”: “cómo reflejar esa cubanidad… Hasta que me pareció encontrarlo”.
El hallazgo se produjo desandando los caminos de la religión. Había que tener, desde luego, ese mundo espiritual que, para él, parece imprescindible. Lo hizo alejándose de los dogmas y halló también su sentido de vida. Porque en la religión afrocubana está su filosofía, dice.
De tales sentimientos nacen sus imágenes. Pocas veces muy luminosas. En algunas ocasiones, fantasmagóricas…
Empezó a pintar en los años de 1950. Más de una década después se adentró en el grabado y, según describió en 1992 el poeta y ensayista Erián Peña Pupo, fue entonces cuando “su paleta se volvió cada vez más austera; y desde esa época mantiene su recurrencia en los ocres, las tierras tutelares, las fulguraciones del magenta, los negros, los chispazos de colores puros y en sus sorprendentes iluminaciones visuales”.
“Y el dibujo se hizo gestual, espontáneo, sometido al sentimiento y a la intuición…”
Algunas décadas después, Moreno reconoce la presencia, en su acto de crear, no sólo de la cosmogonía única de las manifestaciones artísticas iberoamericana, africana, caribeña, asiática… Ellas también están sustentadas, afirma, en un profundo carácter científico, “aunque no lo parezca”.
Descubrió que, además, “había” una plástica. “Mi pintura está sustentada en eso, es mi concepto filosófico de la vida, y se asienta en las religiones de origen africano”.
Prolífico y multipremiado
Tiene en su currículum una veintena de importantes exposiciones personales o colectivas, y una cantidad cercana de premios. También ha ilustrado importantes libros, quizá porque ese “oficio” le quede cercano a su condición, además, de periodista.
No sorprende, conociendo su obra, que Jorge Hidalgo Pimentel se declare más amigo de la hermosura que de lo bonito, porque “lo hermoso es permanente y lo bonito, transitorio”, afirma.
Aunque es un laureado artista de experiencia, no ha perdido el susto de la primera vez: “la superficie, sobre todo cuando está en blanco, siempre es un reto”, confiesa.