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Cultura

Una vez más la capacidad de desdoblamiento y la amplia cultura musical del saxofonista estadounidense Victor Goines debe confirmarse cuando el próximo fin de semana la Orquesta de Jazz del Lincoln Center (JLCO), liderada por el célebre trompetista Wynton Marsalis, asuma nuevamente la interpretación de Elegancia intacta, una obra suya que recrea temas y el modo de tocar de los jazzistas en los años 20 del siglo pasado.

La obra fue estrenada el 28 de octubre de 2016 por la propia JLCO en el Rose Theatre, de la institución. Se trata de una suite conformada por seis piezas: The business of America is Business, The elephant in the room, Laboratories of ideas, The ‘It’ thing, Drunk as a skunk, y Bold, naked and sensational.

Lo interesante de la labor de Goines radica en que cada segmento de la suite, aunque responda a determinados patrones y giros de aquella etapa de afirmación del jazz en la cultura urbana de la nación, rezuma el estilo Goines por los cuatro costados. Son piezas originales, orquestadas con todas las de la ley, y a la vez referentes históricamente bien fundamentados del sonido de una época.

Hay que recordar que por entonces tres ciudades –Nueva Orleans, Chicago y Nueva York– capitalizaban el universo jazzístico en plena ebullición. La industria discográfica, en franco ascenso, contribuía desde los gramófonos a que la gente escuchara jazz. Poco después vino la radio. El jazz se imponía poco a poco más allá de las urbes señaladas. En Chicago se asentaron músicos negros de enorme valía, que viajaban a Nueva York con frecuencia, hasta convertir esta ciudad en una plaza significativa para el género, mientras Nueva Orleans conservaba lo suyo, la tradición primigenia a la que, con los años, más de una vez habría que regresar.

La primera grabación de jazz data de 1917, de la Original Dixieland Jazz Band –curiosamente instrumentistas de piel blanca–, pero el complejo musical afroestadounidense por excelencia había consolidado una manera de ser y estar desde un par de décadas atrás. Cornetistas como Buddy Bolden y Freddie Keppard gozaban de reputación en Nueva Orleans.

Pero definitivamente en los años 20 el género ganó categoría y consistencia en la cultura popular de la nación. El jazz, la noche y la diversión se asociaron a los salones de baile, por una parte, y, por otra, a los escondites en los que se burlaba la Ley Seca. En los primeros, aupados por la discografía y la radio, comenzaron a destacar bandas con predominio de instrumentos de viento, entre ellas las de Jelly Roll Morton y King Oliver. Casi al mismo tiempo aparece Louis Armstrong, primero con los Hot Five y después con los Hot Seven, que fue quien antepuso la personalidad artística del solista por encima de la improvisación de grupo y dotó al fraseo del jazz el toque del blues.

Todo esto lo tuvo en cuenta Goines al escribir la suite. Pero fue más allá, al reinventar el sonido y limpiarlo de frases huecas y rutinarias, para conectar con el oyente contemporáneo. No es una operación arqueológica, sino una legítima y necesaria reivindicación de estilos sin los cuales el jazz, como hoy lo entendemos, sería algo muy diferente.

Acerca de esta concepción, el teórico y clarinetista Eric Seddon recuerda que la historia del jazz está sorprendentemente comprimida: mientras que la música europea de concierto, convencionalmente llamada clásica, tardó en pasar de la polifonía barroca a través de los estilos galante y romántico al modernismo, el jazz lo comprimió todo en un par de décadas. “Por eso –dice– si en lugar de buscar siempre la próxima cosa nueva, volvemos y volvemos a investigar estos estilos, paradójicamente descubriremos que hay mucho más trabajo nuevo por hacer, y queda mucho para llegar al público. La suite Elegancia intacta, de Victor Goines es un gran ejemplo. Aquí hay una pieza titulada Laboratorios de ideas. La melodía suena como la escritura de la época de Jelly Roll Morton, con una melodía pegadiza y partes de sección, pero es original. Los solos, si bien se ajustan al contexto del estilo, también hacen uso del lenguaje desarrollado a través de la era bop, por lo que no estamos hablando de actuación histórica o de volver a una recreación del jazz temprano, sino de contribuir a la vida actual del género”.

En lo personal me alegra descubrir la vitalidad creativa de Goines, a quien escuché y conocí en La Habana no solo cuando visitó la isla con la JLCO, sino al colaborar con el joven clarinetista Janio Abreu en un disco y en presentaciones en el Festival Internacional Jazz Plaza.

En uno de nuestros encuentros, explicó algo que tiene que ver con el trabajo con los estilos históricos del jazz. “Nunca, ni como intérprete ni como compositor, me propongo imitar fórmulas. Si el fraseo de mi instrumento despierta recuerdos en la memoria, es porque he asimilado una tradición. Pero no me interesa reproducir el pasado. Toco, compongo y arreglo pensando en los públicos de hoy. Es un principio que comparto con Wynton, mi compañero de tantos años y esa es también la filosofía de los que lo seguimos en la orquesta del Lincoln Center”.

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