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A finales del siglo XIX e inicios del XX, las familias de clase media o baja acostumbraban organizar una sesión fotográfica para retratarse con el difunto.

Al nacer la fotografía en 1839 en París, el ser humano tuvo la oportunidad de capturar para siempre los momentos que deseara. Monumentos, paisajes, hechos históricos han sido “congelados” para la eternidad, y actualmente podemos admirarlos gracias a la labor de miles de fototecas alrededor del mundo.

Dentro del acervo que converge en estos recintos, se encuentra una modalidad que sigue llamando la atención en el presente, pero fue muy popular a finales del siglo XIX e inicios del XX.

Hablamos de la fotografía post mortem.

La muerte en ese entonces era vista como algo natural e inevitable. Ante constantes guerras y las altas tasas de mortandad infantil, las familias de clase media o baja acostumbraban que cuando uno de sus integrantes fallecía, se organizaba una sesión fotográfica en un estudio cercano para retratarse con el difunto.

Esto suplantó a la tradición de elaborar un retrato por un artista, ya que era más barato a pesar de ser una nueva tecnología; de ahí su alta demanda y popularidad.

En las primeras fotografías post mortem se retrataba al muerto recostado sobre su cama o sillón, con los ojos cerrados como si durmiera. Más adelante se les fue dotando de dinamismo, poniéndolos en acciones como “si estuvieran vivos”; eran ataviados con sus ropas (más si eran militares o religiosos) y se crearon estructuras complejas para colocar el cuerpo, cabeza o brazos si que caigan. Así, surgieron imágenes en las que no se reconoce quién está sin vida dentro de un grupo de personas.

Las “fotografías de angelitos” eran exclusivas de difuntos bebés o niños. Sus madres los sostenían en sus brazos como si estuvieran dormidos, y en algunos casos, sus hermanos posaban junto a ellos.

En el caso de Yucatán, la coordinadora de la fototeca Pedro Guerra de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, Cinthya Cruz Castro, explicó que este servicio era brindado por el fotoestudio durante el siglo anterior y gran parte de esos testimonios forman parte del acervo de la institución.  Incluso hace un año, en el recinto central de la Universidad, montaron la exposición “Retratos Eternos”, que incluía 28 impresiones de “angelitos”.

Con el paso del tiempo y el avance de la tecnología, comenzó a verse como algo vulgar y morboso, pues la gente prefería retratar momentos de vida y alegría.

Por Gibrán Román Canto

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