Cultura

Paloma Bello

La frivolidad, el exceso de mala redacción y peor ortografía, así como el abuso del uso para la difusión de asuntos personales que a nadie más que al suscritor importan, en la plataforma del Facebook, fueron motivos por los cuales no me decidía a formar parte de esa red de comunicación, en un principio. Pero al instante de recordar que en cuestión simultánea de tiempo, puedo ver, saber, enterarme de las actividades de los amigos y de los acontecimientos de la ciudad que dejé atrás, después de más de cuatro felices décadas, permanezco pendiente de esa red social.

El lado amable del Facebook puede ser la información habitual sobre temas del arte, los libros impresos, los viajes, las recetas de cocina y, muy eventualmente, las notitas de humor sin vulgaridades. Pero hay un aspecto más amable todavía, y es el de reencontrar de pronto, personas que guardamos tan en el fondo del corazón, que permanecen quietecitas, en silencio.

Hace unos días, a través de terceros, leí un comentario que se refería a don Raúl Gutiérrez Muñoz, “K-potazo”, en el que interactuaba su hija Malú. Inmediatamente busqué la forma de comunicarme con ella. Puedo afirmar que han transcurrido 45 años sin que nos hayamos visto ni hablado. Mucho menos tener conocimiento del desarrollo de nuestras vidas en tanto tiempo.

Y he ahí el milagro de la amistad basada en los principios familiares. En la calidez, la espontaneidad de una linda persona como María de Lurdes Gutiérrez Silveira. Sin necesidad de ponernos al corriente en miles de cosas, hemos charlado, intercambiado recuerdos, renovado una cordialidad añeja, como si nunca se hubiese dibujado un gran paréntesis entre nosotras y porque nos unen tres nudos indisolubles:

1.- Nuestras vocaciones: herencia de nuestros padres, Raúl Gutiérrez Muñoz, “K-potazo” para su columna en el Diario del Sureste como cronista taurino, como locutor, como animador de programas. Persona honesta, hecha toda generosidad, cortesía, caballerosidad. Rolando Bello González, cronista deportivo para la radio y para el Diario del Sureste, también. Persona honesta hecha toda generosidad, cortesía, caballerosidad. Y entre ellos dos, una gran amistad. ¿Por qué no habríamos de continuar su buen ejemplo Malú y yo?

2.- Los años sesenta en que nos tocó abrir paso, después, a otras jóvenes, ella en locución radiofónica siendo casi una niña, yo en periodismo escrito, poco más grandecita. (Aquí recordamos a otra locutora de nuestros años juveniles, pero de la televisión, la bella Manina Ancona Riestra). Tiempos de respeto común entre varón y mujer, sin competencias de género, cada quien ubicados en su lugar, unas como damas, otros como caballeros.

3.- Así como yo, que en mi primera juventud fui formada en lecturas y normas periodísticas, por don Clemente López Trujillo, Malú recibió instrucción directa de don Mario Menéndez Romero. La casa de los Gutiérrez quedaba junto a la oficina de don Mario, en el barrio de Santa Ana, y ahí acudía ella a escuchar los consejos periodísticos y de vida, que fueron moldeando su espíritu inquieto, y esculpiendo sus palabras para una impecable locución.

Con la importancia que tenían sus enseñanzas, Malú correspondía a don Mario con jugos de frutas en una jarra de plata que había pertenecido a su bisabuelo, don Enrique Muñoz Aristegui, gobernador interino del estado de Yucatán, en la época de don Porfirio. Don Mario sentía gran aprecio por el abuelo de Malú, don Luis Gutiérrez González, oriundo de Santander, España, y algunos domingos disfrutaba el almuerzo con su esposa doña Pilarcita, en la hospitalidad que don Luis brindaba en su casa del barrio de San Juan

Hijas de personajes notables por su calidad humana, discípulas de dos gigantes del periodismo, compañeras de trabajo sin rivalidades ni superfluidades, y de paso, exalumnas de la rigurosa educación del colegio María González Palma, agradezco al destino, porque todo en la vida tiene su momento oportuno, haber reencontrado a Lurdes Gutiérrez Silveira, aunque sea por Facebook, que en este caso, fue un elemento fortuito.