Cultura

Una dosis de Casar

Joaquín Tamayo

Eduardo Casar (1952) construye sus poemas como tanteando en la oscuridad del verbo. Sabe que las palabras están perdidas por ahí, y necesita encontrarlas en esa nebulosa inexplicable de sus ideas y emociones. Le urge cavar hacia sí mismo para dar con la poesía que busca, siempre con el anhelo de descubrir el relieve delator debajo del cual palpita el sedimento de la composición definitiva. Entonces repasa el tema hasta detenerse: aquí está, aquí, parece decirnos con la imagen en la mano en muchas de sus estrofas y en cada uno de sus libros.

Vayamos a esos hallazgos:

“Los signos cambiandesde la utilidad del aguahasta la rotación del cuerpoy la miradaSi ponemos el (agua) entre paréntesisinventamos un charco o una presa;si la ponemos entre guiones-agua-un sistema de riego;si va entre admiracioneses la sed la que se abrepaso hasta nuestros labios”.

El poema continúa, por supuesto, y fluye al compás del agua. De hecho, es casi seguro que en Eduardo el verso sea una forma natural de respiración, porque todo lo convierte en cadencia, en ritmo, en unidad de movimiento, así lo ha dicho desde que un día eligió por vocación la ruta lírica.

Grandes maniobras en miniatura conforma uno de sus mayores logros y se asoma como uno de los poemarios más importantes de esta época. El premio que obtuvo en el Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz solo vino a confirmar la calidad de este texto y a mostrarnos a un poeta que vive su tiempo y que, a su vez, se deja habitar por el cuerpo de una nueva expresión poética. Tanto en Ontología personal, como en Mar privado, Parva Natura o Caserías, Eduardo Casar ha intentado la incorporación de un lenguaje fresco, novedoso, atrevido y a contracorriente del canon. Por ello, su trabajo reconoce en simultáneo la tradición de la cual proviene, pero también ha abierto otros senderos, nuevos tejidos para la versificación en lengua castellana.

Pablo Neruda, Miguel Hernández, León Felipe e incluso Julio Cortázar orientaron su destino literario; fueron sus influencias más consistentes y determinantes, aunque nuestro poeta suele dar seguimiento a la lectura de sus colegas del presente.

“(…) hay que remontarse a los propios contemporáneos, incluso a quienes están escribiendo ahora más jóvenes que uno, ahí puedes de pronto hallar la vía para inventar tu tradición (…)”, dijo en una entrevista con el escritor Ricardo Venegas.

A esa curiosidad intelectual y generosa, que gobierna su temperamento, le debe Eduardo Casar ser uno de los poetas cuyo trabajo mejor refleja el pulso de la vida interior del ser humano actual, pues la suya es una obra decantada hacia los laberintos de lo íntimo y a las preocupaciones existenciales de la gente.

Si algo ha distinguido su poesía, es ese interés en ahondar en los misterios del amor, en las fisuras de las separaciones, en las epifanías de los reencuentros y en las ecuaciones de la ausencia: las cosas son porque las nombramos, pero también porque ellas nos nombran. Dosis de ironía, de nostalgia, de agridulce reflexión pueblan sus poderosas miniaturas.

“No me alcanza el alfabeto

para inventarte palabras

y que tú llegues, las mires,

y con tus ojos las abras”.

No cabe duda: la poesía de Casar debe ser revalorada, sobre todo leída a conciencia. De cualquier modo, él seguirá adelante y enfebrecido por el idioma, por la música que camina en su imaginación; siempre en pos del poema exacto, de la frase inesperada, del adjetivo preciso y de última hora. Bien lo decía el escritor Agustín Monsreal: “Es preferible perderse en la pasión, que perder la pasión”.