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¿Cuántas veces en una noche podemos tener la misma pesadilla?

El viento comenzó a jugar y a rizar las hojas más recientes de los sinanchés, que en un macizo de cuatro troncos se elevaban detrás de media docena de uaximes de abultados ramaje. Mientras dos tapires buscaban cómo esconderse entre sus ramas y escapar así de la voracidad de un par de tigres hambrientos.

No hay discusión de por medio, sabemos que los humanos ignoramos la forma de deshacernos de la misma pesadilla. Nunca tenemos continuidad y menos las soñamos como los seres humanos hacen sus telenovelas con seiscientos capítulos o más.

En esto entra en juego la repetición de escenas, el manoseo del tema y si doña Gertrudis andaba ya entregando el equipo en el capítulo cuatrocientos veintitrés no puede aguantar tanto llanto hasta el capítulo seiscientos ochenta y tres, a menos que vayan apareciendo otros personajes más interesantes.

Lo que quiere decir que se acabó el material y empieza junto con pegado otra mejor con otras artistas más noveleras y atractivas.

Y no digamos cuando aparece pistola en mano don Rómulo el siete tiros, y balazo que suelta, rival que cae.

Ya me pasé de tueste, me dicen, me pasé de la raya, pero es que no había descubierto el mundo de las telenovelas y el placer de reír o llorar a lágrima suelta.

Don Caralampio García se mete de sopetón y hay que revisar el argumento, señor, ¡oh qué tiempos! Pasados lo mejor, ni para cuándo buscarle la puerta de salida.

Hoy quejémonos juntos, porque mataron al cinturita del pepino de mar y acá en plena playa nos tiene sufriendo su abandono.

Señor gavilán, acá muero de cobardía, se llevó mis pollos el gavilán pollero, la pollita que más quiero.

Y tomemos la siguiente ronda y lloremos dos más, que nuestras gargantas están hechas para eso y más.

Y Uicab tocó con la filarmónica la pollera colorá.

Maximito Koyoc

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