Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Ricardo Riverón Rojas

III

1741Yo voy con mi niña hermosa

Niña donde tanto es todo,

soy, por tu luz, más pequeño

que la realidad del sueño

donde te soñé a mi modo.

El aire, en cada recodo

me baña con tu figura

y como todo es blancura

casi azul como la plata,

sin querer, se desbarata

mi verdad en tu ternura.

Por ti es que cantan los peces

tendidos sobre el coral

y el agua, indemne cristal,

desborda su paz a veces.

Cuando transcurren los meses

y lo gris se hace rotundo,

yo callo y no me confundo,

pues mientras todo reposa

yo voy con mi niña hermosa

a inventarle luz al mundo.

Hay que mirarte muy hondo

cuando aspiras a pintar

el barco sobre la mar

y mi corazón redondo.

Me llamas. Yo te respondo

y si el color se me empaña

cabalgo, con poca maña,

guiado por tu locura,

un venado en la espesura

y el caballo en la montaña.

A veces, muy de mañana,

comienza el mundo en tu voz:

dices “uno”, dices “dos”,

o dices “me da la gana”.

Sabiéndote tan temprana

pule, con sombra, el rosal

y si con olas y sal

maquillas a la azucena,

no te manches en la arena

ese aire de carnaval.

Lavémonos tras la luna

las manos, y en el paisaje

los sueños, que de este viaje

tú piloteas la cuna.

La brisa, el río, ninguna

cosa escapa a tu demencia:

esa nube es la impaciencia

del agua por florecer

mientras yo intento ascender,

muy leve, hacia tu inocencia.

Si jugamos a inventarnos

(yo te busco y tú te escondes)

me inventas bien, me respondes

cómo jugar a jugarnos.

Si logramos encontrarnos

trata de ver en lo hondo.

Y si llegas hasta el fondo,

que no te ciegue la bruma,

pues tal vez yo sea espuma

(me buscas y yo me escondo).

1742La neblina

A mi madre

Como la noche se inclina

soluble, sobre las cosas,

un traje para las rosas

tal vez sea la neblina.

Pero si en cualquier esquina

tú, con el alma empapada,

contagias la madrugada

con esa luz que gotea,

tal vez la neblina sea

sólo lluvia hipnotizada.

1743Es mi padre que me mira

Frente al espejo aparece

lo que él fuera alguna vez

(mayo del 63);

yo no sé a quién se parece.

¿Dónde habrá guardado ese

traje azul que casi viste?

Como tanta luz insiste,

ignoro si el que suspira

es mi padre, que me mira

o soy yo, tal vez más triste.

1744Con agua y corazón

Sacude. Plancha. Cocina,

que esta nave por ti anda;

yo busco el pan, y tú, manda

que el rey ante ti se inclina.

Sácale brillo a esa esquina

donde están los libros viejos,

pero no vayas tan lejos

que estamos magros y endebles

y si limpias más los muebles

nos vas a llenar de espejos.

1745A lo lejos alguien canta

Tal vez llegues o jamás

lo hagas. Tal vez suceda

que yo me voy y se queda

mi fantasma donde estás.

Más, para encontrar la paz

de no perder ni un segundo

–si en la distancia me hundo

sólo soñar me ilumina–

te espero, ausente, en la esquina

de cualquier ciudad del mundo.

1746La flor que le dan

Caballo viejo no puede

perder la flor que le dan

Simón Díaz

Qué fácil el río asiste

a la bruma. Cómo lava

su furia en la cañabrava

cuando a la ribera embiste.

Así tú, caballo triste,

aunque tu sangre no espera

verdor de la primavera

(ni lluvia, ni luz, ni flor)

¿Qué cantas cuando el amor

llega a ti de esa manera?

¿Renaces? ¿O vuelve todo

a salvarse en la utopía?

¿O tal vez la poesía

te gobierna de algún modo?

¿En qué habitable recodo

esa extraña luz te inventa?

¿Es que acaso, tras la lenta

muerte que nos vamos dando

cierta flor perfuma cuando

uno no se da ni cuenta?

Si a las tres (o acaso mil)

muertes por amor descubres

tu sangre ardiendo, ¿qué octubres

disfrazas con luz de abril?

Como el tiempo, con sutil

voz, rasga tras el armario

tus sueños, ¿qué calendario

hace de tu día un mes?

¿Quién grita en ti que esta vez

quererse no tiene horario?