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Cultura

José Iván Borges Castillo*

A la protección e intersección de la Virgen María, la Iglesia Católica hace un llamado a todos sus hijos. Desde la colina del Vaticano se ha escuchado el eco de la voz del pastor que habla al rebaño, y que eleva sus suplicas al omnipotente por estos males que afectan a toda la humanidad.

Yucatán, desde su principio en la historia de la cristiandad fue colocado con especial devoción por la orden franciscana al amparo de la siempre Virgen María, “Madre de Dios y Señora Nuestra” como la invocaban en esos tiempos los católicos. Izamal, antiguo centro prehispánico de peregrinación y religiosidad, fue vertido en un santuario mariano, cuya célebre imagen de la Virgen en su título de su Pura Concepción había sido entronizada en la segunda década del siglo XVI; las más tempranas fuentes señalan que desde que llegó comenzó a obrar sus favores sobre los yucatecos que la invocaban.

Para el tercer mes del año de 1648, inició una serie de infortunios en la provincia yucateca, el aire se tornó espeso, a la vez los nublados parecieran eclipsar el Sol, luego un fuerte hedor invadió los pueblos por la mortandad de peces del mar, era anuncio de lo que estaba por llegar. En julio comenzó a enfermar gravemente la población, era la peste, ahora sabemos que fue la fiebre amarilla, que en breve días estaba matando a toda la población. Pronto se tomaron algunas medidas, pero el mal comenzó su desastre, llevándose a ricos y pobres, a niños y ancianos, todos comenzaron a perecer.

Tantas muertes ocurrían, que el Ayuntamiento prohibió los entierros de día, así como el doble de campanas, todo era llanto y desolación, acabados los medios que la medicina de ese entonces daba, las autoridades españolas devotísimos de la Reina de los cielos, por la salud de los enfermos, pidieron que fuera llevada a Mérida la imagen de Nuestra Señora de Izamal, y tras un acuerdo de devolverla con los caciques indígenas de Izamal, se accedió al traslado.

Las muertes no cesaban, hasta el Gobernador y Capitán general de Yucatán que lo era Don Esteban de Azcárraga sucumbió el 8 de agosto, víctima de la peste. El teniente general de gobernación, Juan de Aguileta, fue el comisionado para supervisar el trayecto de la sagrada imagen, él estaba enfermo de la fiebre amarilla y aún así llegó a Izamal a cumplir su encomienda, cargó la imagen y conforme se alejaban de la ciudad iba recobrando la salud. Era entonces ya agosto, cuando la sagrada imagen de la Virgen de Izamal salió de su santuario acompañada de las más altas autoridades de la provincia y de una gran participación de fieles, que a pie la conducían a la ciudad de Mérida.

Entró a la ciudad en medio de la penitencia general, todos descalzos, y en la Catedral se ofició la Misa Pontifical por su venturosa llegada. Enseguida, en procesión, se le trasladó al convento de Monjas Concepcionistas, donde ellas, en sentida plegaria, imploraron su intersección por la salud y remedio de Mérida.

Llama la atención, al leer las páginas de la historia, la fe de los criollos españoles. Por ejemplo, cuando se condujo la sagrada imagen de la Virgen de Izamal hasta el convento de Monjas, a una cuadra del centro donde se localiza la Catedral, al pasar la sagrada imagen frente a la cárcel pública, los alcaldes D. Juan de Salazar Montejo, nieto del Adelantado Montejo, y D. Juan Rivera y Garante, que fungían como las autoridades porque el gobernador había muerto víctima de la peste, dieron orden y “abrieron las puertas de la cárcel pública de la ciudad, cuando pasó delante de ella la imagen, por cuya reverencia y respeto dieron libertad a todos los presos”. Estando en novenario el 19 de agosto, el Ayuntamiento de Mérida en sección de Cabildo, acordó: “Y porque el fervor de nuestros corazones no falte jamás, y estar siempre como debemos estar, con tan justos y rendidos agradecimientos, tenemos propuesto elegir a la dicha Virgen Santísima de Ytzmal, por nuestra patrona y abogada contra las pestes y enfermedades, así las que al presente hay en esta ciudad, como las que adelante hubiere. Y suplicamos a la Virgen Santísima nos admita, y sea nuestra protectora, patrona y abogada, ahora y en adelante para siempre jamás sin fin”.

Cuatro días después, el 23 de agosto, el venerable Cabildo de la Catedral junto al Obispo declaraba en solemne acta: “Que se tenga de hoy en adelante por Patrona, Madre y Abogada de esta ciudad de Mérida y de toda esta Provincia de Yucatán, para las enfermedades, calamidades, trabajos y hambre que padecieren”.

Ambos juraron celebrarla el 15 agosto en Izamal, donde anualmente irían canónigos y regidores a obsequiarla, voto que ahora solamente se cumple en parte.

Desconocedores de medicina y de ciencia, los abuelos del pueblo yucateco, se abandonaron a su fe, y aunque los estudios actualmente nos dicen que esa peregrinación propicia a expandir el mal, lo cierto es que pronto cesó, las crónicas lo señalan. Fray Diego López de Cogolludo, un testigo de todos esos actos devotos, escribe y da testimonio: “Muchos (enfermos) mejoraron y sanaron, teniendo por beneficio de la impetración de la Reina de los Angeles, y sin duda obro muchos milagros que la confusión de aquellos días oculta, porque son muchos los que reconocidos se confianzas obligados a ella”.

En 1730 de nuevo se presentó una terrible peste, y catorce años después en 1744 de nuevo otra peste tuvo lugar en estas tierras, y en ambos la Sagrada Imagen de la Virgen de Izamal, ya proclamada patrona de Mérida fue trasladada y a su amparo el mal desapareció. Para 1769, una plaga de langostas azotó el campo yucateco, y en hombros y a pie, de nuevo se le condujo a Mérida, y a su intersección se bendijo a Yucatán y se levantaron de nuevo las buenas cosechas. Ya en el siglo XX, con la Independencia y la separación del gobierno y la Iglesia, cuando los males se presentaban a su trono fijado en su camarín y balcón en Izamal se fijaban las miradas y se elevaban las plegarias, a ella se le pedía su intersección y ella como Madre, Reina y Señora no tardaba en socorrer.

Hoy que la pandemia amenaza a la humanidad, las enfermedades de nuevo azotan a la nación y sus duros efectos se están presentado por todos lados, y mientras la Iglesia nos pide obedecer a las autoridades y médicos expertos, es momento de que volvamos los ojos a Dios, como lo hicieron nuestros abuelos en el siglo XVII, y que por la poderosa intersección de Nuestra Señora de Izamal, que es la Aurora y Reina de Yucatán, nos llegue la ayuda y su socorro.

Termino pues, citando las palabras del gran Crescencio Carrillo y Ancona: “Hijos católicos de Yucatán, paguemos con gusto esta tan dulce deuda; postrémonos ante nuestra Augusta Madre y Reina, ante la grande y magnífica e Inmaculada Señora de Yucatán, aclamándola la salud, la alegría, la honra y prez de Yucatán”.

¡Salus Informorum! ¡Ora pro nobis! ¡Salud de los enfermos, ruega por nosotros!

*Escritor comunitario

Unión de Escritores comunitarios de Yucatán

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