Luis Carlos Coto Mederos
Roberto Manzano
I
Poeta, ensayista, editor, promotor cultural y profesor cubano.
Nació el 20 de septiembre de 1949, en Ciego de Avila. Es Licenciado en Educación, Especialidad Español-Literatura.
Máster en Cultura Latinoamericana (Universidad de Camagüey, 1999). Diplomado en Investigación Socio-cultural (Universidad de Camagüey, 1998). Profesor Adjunto de la Universidad de La Habana.
Ha impartido numerosos postgrados sobre estudios literarios y lingüísticos. Ha dirigido cátedras de Español y Literatura, en la licenciatura en Educación. Ha realizado investigaciones en teoría literaria, historia de la literatura, literatura cubana y latinoamericana.
1751
Aldebarán
Allá arriba Aldebarán
como un ojo que vigila
y abajo sangre que afila
entre límites su afán.
Abajo nervios que están
macerando su desvelo
bajo el viento, sobre el suelo,
tras las copas y el honor
con las madejas de amor
que mira impasible el cielo.
Aldebarán con sus ojos
sostenidos en la altura,
¿no capta la taladura
y el acopio de rastrojos?
¿No ve corpúsculos rojos
escindiéndose en la vena,
no ve la médula llena
del acíbar que se absorbe
y no ve aridez de orbe
en lo extenso de la pena?
Aldebarán con su ceño
frío de luz irradiado,
¿no ve pasar un ganado
en fotogramas de sueño?
¿Descabezarse un empeño
sobre el rompiente baldío,
girar un reloj sombrío
sobre la cansina esfera,
y gemir la primavera
tropezando en el vacío?
Aldebarán con su lumbre
de serenidad lejana,
¿no columbra la avellana
rugosa de la costumbre?
¿Palpará la reciedumbre,
el largo acontecimiento
de la hora, el monumento
que dejamos en residuo,
la sangre del individuo
evaporarse en el viento?
Aldebarán con su cuenta
–si lleva cuentas el cielo–
¿no copia con su desvelo
nuestra pulsación violenta?
A su luz ¿no se presenta
–fuego y yeso– la perdida
ecuación de nuestra vida
que va, en vastos pizarrones,
trazando interrogaciones
con trazadora seguida?
Allá arriba Aldebarán
con un ojo centinela,
y abajo perdiz que vuela
por donde las luces van;
abajo eslabón y pan
y la vena que se vierte
sin que repose la fuerte
emanación de la tierra
yendo, con brillos de guerra,
a los pozos de la muerte.
Aldebarán allá arriba
desde siempre cavilando
y mil ovejas balando
debajo, en la comitiva;
la multitud sensitiva
y reñidora del mundo
con fósforo tan fecundo
y pólvora tan feraz
que todo se eleva más
al hallarse más profundo.
Aldebarán allá arriba
como en tribunal celeste
y abajo la torva peste
que en el desamor se aviva;
Aldebarán allá arriba
con ojo de infinitud
y debajo la acritud
de la sangre que se busca
talarse con hacha brusca
su inflorescencia y salud.
Aldebarán en la altura
–ojo vítreo, frente enteca–
y aquí abajo la reseca
condición de la pastura;
aquí abajo encrespadura
de caminos y poderes
con sus múltiples ujieres
pesquisando los deseos,
y estrados de corifeos
sobre amasijos de seres.
Aquí abajo torvo suelo,
árbol mustio, agua loca;
aquí abajo amarga boca
que quiere gustar consuelo;
aquí abajo roto cielo,
ave sembrada en asfalto,
claxon, cristal, sobresalto,
prisa, virus y frontera:
¡aquí abajo la manera
de echar raíz a lo alto!
Aquí valladar y filo,
semilla que no se hospeda,
y nostalgia de arboleda
con su follaje tranquilo;
aquí menguado pistilo,
un aire que se degrada,
un clima de madrugada
que no sabe si atardece:
frutilla azul que fallece
por gusanos horadada.
Aldebarán en la altura
nos mira, pero no ve
la huella de nuestro pie
sosteniendo la andadura.
Sobre la corteza dura
del planeta pululamos
devorando verdes tramos
entre pequeños asuntos,
¡y cargados de difuntos
sin saber adónde vamos!