Pedro de la Hoz
Cuántas veces no habremos tarareado, bailado y gozado con el pegadizo ritmo de Soul Makossa y el sube y baja rampante del saxofón de Manu Dibango. Tanto y por tanto tiempo que olvidamos el origen de la pieza y el autor. Nos acordamos hoy porque Dibango se ha marchado con su música a otra parte a los 86 años de edad en un hospital de Melun, cerca de París, víctima de Covid-19.
El camerunés, que llegó a Marsella en su primera juventud con el ánimo en bandolera para luchar junto a otros muchos africanos por un pedazo de la torta ofrecida a los inmigrantes por la metrópoli colonial, dio un golpe de suerte cuando en 1972 grabó el tema.
El pinchadisco estadounidense David Mancuso compró una copia en una tienda de Nueva York y en las fiestas que animaba probó Soul Makossa. Exito total. En pocas semanas músicos locales hicieron más de 20 versiones. El sello Atlantic licenció la obrita de Dibango y la lanzó al mercado en un sencillo. Entre los africanos causó furor; enseguida comenzaron a circular las recreaciones en el estilo del nigeriano Babatundi Olatunji y la Nairobi Afro Band. La frase principal del tema pasó a formar parte de canciones de numerosos intérpretes, desde la efervescente Do it Good, de KC and the Sunshine Band, hasta la inefable Wanna Be Startin’ Somethin’, de Michael Jackson, que generó un litigio interminable bajo la acusación de plagio.
Al imponer Soul Makossa, Dibango cumplió un sueño, el salto al estrellato internacional. Esto no cayó del cielo. En Europa descubrió la música de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, y comenzó a tocar el saxo en grupos de músicos de varias procedencias. No dejó de pegar el oído a los sonidos africanos, influido por Joseph Kabasele, uno de los pilares del afrojazz y el soukous congolés. Con Kasabele grabó más de 40 sencillos y anduvo por media Europa, antes de radicarse por tres años en Kinshasa, donde animó las noches del club Tam Tam con su propia banda. Nino Ferrer le propuso regresar a Francia en 1965 y fue entonces que comenzó la etapa madura de su carrera.
Soul Makossa cristalizó una visión muy personal del encuentro de Africa con el pop occidental en tiempos de alza del funky y el soul mezclado con el jazz. Manu Dibango se apunta a distintas corrientes musicales en este trabajo, el cuarto de su carrera en solitario y el más representativo por lo que supuso. Una de estas corrientes fue la fusión impulsada como principio vanguardista por Miles Davis. Otros nombres se inclinaban por lo mismo desde otras posiciones como Frank Zappa, Chicago y Soft Machine.
Dibango se insertaba en esa ola con elementos absorbidos desde su identidad camerunesa, fijándose en el makossa, estilo danzario urbano de su natal Douala, que asimilaba la introducción de los instrumentos occidentales de viento y el bajo eléctrico, puesto de moda hacia la medianía del siglo pasado.
Como ha argumentado el crítico Jack Needham, el makossa fue un crisol de influencias de todo el continente africano, cuyo mayor impacto musical provino del Congo. La rumba congoleña inicialmente llegó a las costas de Camerún, a través de los poderosos transmisores de Radio Léopoldville, de lo que hoy se conoce como Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. Otras influencias importantes fueron el merengue de la República Dominicana, las enérgicas variaciones tropicalistas de la música popular de Ghana y Nigeria, y las formas tradicionales de la canciones assiko, baladas bailables entonadas por los cameruneses de tierra adentro.
Con Soul Makossa, Manu Dibango se convirtió en uno de los precursores de la disco musico pasando de beber de influencias y transformarlas en nuevas ideas a ser precursor de otras tantas. Ese break era idóneo para los pinchadiscos. El saxo incluido en la trama sonora matizaba los coros insistentes que repetían pocas y obsesivas palabras. La música dance tenía un buen asidero en la propuesta de Dibango.
El camerunés siempre quiso algo más y fue al encuentro de otras experiencias. Viajó a Jamaica, donde conoció a Bob Marley, y grabó en Kingston con Sly & Robbie, popular agrupación de reggae.Tentó el techno, el rap y hasta la canción francesa. Alternó con renombrados jazzistas como Herbie Hancock y Chico Freeman, y nunca dejó de comprometerse con hermanos africanos como Ray Lema, Mory Kanté y Fela Kuti.
“Por naturaleza, Manu Dibango es indefinible. Sólo tenemos la certeza de que es músico y negro: el primer músico négropolitain, según sus palabras”, dijo de él su biógrafo Daniele Rouard.
Sin embargo, Dibango se encargó de autodefinirse con estas palabras: “Al principio, la gente en Africa dijo que yo hacía música occidental, que era blanco y negro. Llevé esa etiqueta por mucho tiempo. En Francia, la gente a menudo me decía que hacía música estadounidense. Y cuando fui a los Estados Unidos, dijeron allá que hacía música africana. El músico, incluso más que el compositor, escucha sonidos agradables a su alrededor y los digiere. A él le gustan, son parte de él. Las voces de Pavarotti y Barbara Hendricks me han enseñado a amar la ópera. En mi museo imaginario se unen a Louis Armstrong, Duke Ellington y Charlie Parker. No he encontrado a nadie mejor. Mozart no me impide ser africano. Me gustan las mezclas”.