Cultura

¡Hasta la vista, compay Juan Padrón!

Ariel Avilés Marín

En julio de 1987, viajé por primera vez a Cuba. En esa inolvidable ocasión fui al frente de catorce niños, hijos todos de miembros de la entrañable y recordada Casa de la Amistad Yucateca Cubana “José Martí – Felipe Carrillo Puerto”. Sus edades fluctuaban entre los dieciséis y los cuatro años. El Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos fue nuestro amable anfitrión. Una amplia gama de actividades de todo tipo habían programado nuestros cicerones, visita al Acuario Nacional, al Castillo de la Fuerza, al Zoológico Nacional y, desde luego, a la Cinemateca Nacional. Esta última actividad resultó la experiencia más maravillosa del viaje. Los niños sufrieron un verdadero impacto al conocer varios episodios de dibujos animados de un personaje, ficticio, es cierto, pero de profunda entraña nacional, de un heroísmo contagioso, y de una profunda identidad patriótica, como no la tiene ningún personaje de los dibujos animados que haya conocido antes o después de éste, Elpidio Valdés, coronel del ejército libertador de los mambises y gran líder social de la Guerra de los Diez Años.

En mi propia persona, Elpidio Valdés dejó una huella profunda y entrañable que conservo hasta nuestros días, en una forma imborrable. Años después, en mis frecuentes viajes a la mayor de las Antillas, fui adquiriendo un buen número de DVD’s, hasta tener una vasta colección de episodios de las hazañas de Elpidio Valdés y su fiel e inseparable caballo Palmiche, más patriota que el mismo coronel mambí. Por la amable gestión del entonces cónsul de la República de Cuba en Yucatán, Dr. Tomás González Marcaida, la Casa de la Amistad Yucateca Cubana, fue adquiriendo una vasta colección de cine cubano de la mejor calidad; entre estos filmes, gozó de gran popularidad y causó gran impacto, un largometraje de dibujos animados, ¡Vampiros en La Habana! Poco después, nos enteramos que esta película y los episodios de Elpidio Valdés, eran del mismo autor, un dibujante y animador genial, Juan Padrón.

Juan Padrón, nace en un caserío cercano a Matanzas, en los linderos de los cañaverales de azúcar. En ese ambiente rural pasó su niñez y buena parte de su adolescencia. En 1970, se traslada a la capital. Desde siempre, en su vida, el dibujo marcó una profunda pasión que preocupaba a su padre, quien le recriminaba: “¡Tú, te crees que vas a vivir de hacer muñequitos!” Y sí, eso hizo, vivió siempre de hacer muñequitos, muñequitos geniales, muñequitos entrañables, muñequitos de profunda alma cubana. Inicia su vida profesional colaborando en el semanario “Mella”, y también en los talleres de animación de Televisión Cubana, así como en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Su participación en la serie “Kashibashi” de la revista Pionero, le lleva a crear un personaje secundario, un combatiente mambí; ha nacido ahí el inmortal Elpidio Valdés. Poco a poco, el mambí le va robando el protagónico de la serie al samurai japonés que daba nombre a los cortometrajes, y se va ganando el corazón de toda Cuba y, poco después, del mundo más allá del Caribe, para pasar a ser un amado personaje que ha hecho vibrar y sentir a muchas generaciones de niños y adultos cubanos y de otros países de Nuestra América.

Elpidio y sus aventuras, conllevan a su alrededor una serie de personajes que comparten con él el amor del público. Palmiche, el fiel corcel, el primero de ellos. También tenemos al general Resoples, gracioso, berrinchudo e ineficaz militar español y contra parte del mambí; a su novia María Silvia; el millonario norteamericano, cuyos intereses son contrarios a los del pueblo cubano, está presente también en la serie, y en ocasiones, toma parte en las acciones el mismísimo “Titán de Bronce”, el inconmensurable Antonio Maceo. Las aventuras de Elpidio Valdés supieron conquistar el corazón de la niñez cubana, y además de divertirla le iba infundiendo un mensaje de profundo valor: ¡El amor a la patria! Elpidio Valdés, es un personaje de ficción, pero con un profundo mensaje formador de conciencias. Imponer la figura de un héroe nacional, de un libertador, por encima de los personajes del comic más populares del mundo, como son los de Walt Disney, es una hazaña de la más alta trascendencia, y lo coloca en el nivel de un creador genial y de los más altos vuelos.

La figura de Elpidio fue acuñando en sus episodios una serie de expresiones que fueron marcando a la niñez, la juventud y al cubano todo. ¿Quién no tiene presente? “Ese maldito manigüero, pillo insurrecto mambí”, “la suya, por si acaso mister”, “¿Quién es el imbécil que le puso bandera blanca al enemigo?” “¡La cañoneraaaa!” o “¡Hasta la vista, compay!”. Son frases que viven en el alma del cubano de a diario. ¡Son expresiones de identidad y de honda esencia nacional cubana!

Luego viene la aventura del largometraje, ¡Vampiros en La Habana!, y con esta nueva creación, el despliegue de un humor profundo, caústico y burlón. En este filme, Padrón crea conciencia a la niñez y la juventud de que la sangrienta de Batista no ha sido la única y terrible dictadura, pues la historia se ubica en la también nefasta de Gerardo Machado. En el correr de la graciosa y risible comedia, Padrón revela la capacidad de un humor profundo y una afilada mirada para satirizar a las oligarquías, nacionales y extranjeras, que como auténticos chupa sangre, se enfrascan en la lucha sin cuartel, por la posesión de un bien que ha de redituar, a fin de cuentas, pingües ganancias económicas. Nuevo éxito que consolida su figura y su grandeza.

Otra importante faceta en la vida creadora de Juan Padrón, fue su colaboración con Joaquín Salvador Lavado Tejón “Quino”, para hacer una serie de cortos animados, dando vida y movimiento a su genial personaje, la filósofa infantil de Nuestra América, la también inmortal Mafalda.

Al amanecer de este martes pasado, Elpidio y Palmiche, consideraron que ya era hora de pasar por Juan, para correr juntos ahora y para siempre, de marchar a tocar la trompeta con Pepito, de reunirse con el Comandante en Jefe, de ocupar ya su puesto eterno en la memoria de los hombres y mujeres de bien de Nuestra América. ¡Hasta la vista, compay!