Uno no puede pasarse la vida diciéndose que la vida es lógica, que la vida es prosaica, que la vida es cuerda; sobre todo, cuerda. Y creo que así es, he tenido mucho tiempo para pensar en ello y estoy realmente convencido de ello.
Pienso, luego existo; tengo pelos en la cara, luego me afeito. Mi esposa y mi hijo han quedado en estado crítico tras un accidente en el coche, luego rezo. Todo es lógico, todo es cuerdo, vivimos en el mejor de los mundos posibles, de modo que ponme un cigarrillo en la izquierda, una cerveza en la derecha, sintoniza la tele y escucha esa nota suave armoniosa que es el universo dando vueltas tranquilamente. Lógica y cordura; como la Coca-Cola, la vida es así.
Pero, como tan bien conocen la Warner Brothers, John D. MacDonald, existe un Míster Hyde para cada feliz rostro de doctor Jekyll, una cara oscura al otro lado del espejo. El cerebro tras esa cara nunca ha oído hablar de hojas de afeitar, de plegarias, de la lógica del universo; vuelves de lado ese espejo, ves tu rostro reflejado con una siniestra mueca, media loca y media cuerda.
Esa lógica se devora a sí misma, la vida es histérica y errática como esa moneda que lanzas al aire para ver quién paga el almuerzo.
Nadie mira ese otro lado a menos que sea preciso, y lo entiendo perfectamente. Uno lo mira si un borracho le sube a su coche en plena autopista y pone el vehículo a ciento sesenta, empieza a balbucear que su mujer ha roto con él; uno no mira si algún tipo decide cruzar Indiana disparando contra los chicos que van en bicicleta, uno lo mira a su hermana diciendo “bajo un momento la tienda y vuelvo”; uno lo mira cuando ve hablar a su padre de cortarle la nariz a mi mamá.
Es una ruleta, pero quien diga que el juego está manipulado solo está lamentándose, no importa cuántos números hay, el principio de esa bolita blanca no sufre cambios. No digas que es absurdo, es todo muy lógico o muy cuerdo.
Y toda esa naturaleza extraña no sólo está en el exterior, se encuentra dentro de uno mismo, creciendo en la oscuridad como un puñado de setas mágicas. Llámala la cosa del sótano, llámala el otro lado de las melodías animadas.
Yo lo concibo como mi dinosaurio privado, que recorre a trompicones los hediondos pantanos de mi subconsciente, sin encontrar nunca un hoyo de brea lo bastante grande para caber en él. Así es la raza humana: Dr. Jekyll y Mr. Hyde.