Joaquín Tamayo
Inclasificable, singular y enigmática. Hay quizás muchos adjetivos para designar una obra como Concierto para instrumentos desafinados a cuarenta años de su primera edición. Al fin y al cabo, lo de menos es definirla. Resulta preferible dejarla en su condición de híbrido, pues deambula con prestancia por el epistolario, la crónica, la bitácora personal, el ensayo, el tratado médico, las memorias y la novela testimonial. En todo caso, será lo que el lector desee. En sus capítulos se funden y se contraponen esos géneros literarios dada la volátil naturaleza de su contenido: las muchas formas de la demencia.
La pérdida de la cordura suele ser ese trance sobre el cual se gestan, incontrolables, emociones encontradas. En simultáneo aparecen el paraíso y el infierno. En un pestañeo figuran el placer y la alegría; segundos después el miedo, la ira, la desesperanza y las alucinaciones. Un caprichoso diapasón domina el ánimo enajenado y la confusa percepción de la realidad.
Para el autor de este libro, el doctor Juan Antonio Vallejo Nágera (1926-1990), la locura se asemeja a ese instante previo a un concierto en el que los ejecutantes afinan sus instrumentos: el reino de la disonancia. Cada uno toca su propia sinfonía. Por todos lados se disparan notas, tonos y acordes sin armonizar unos con otros. La pieza musical no se entiende de la misma manera en que el presunto mundo racional tampoco logra comprender el misterioso pentagrama de las enfermedades mentales.
A través de la escritura, el doctor Vallejo Nágera pudo construir con libertad absoluta un tejido musical en el que la ciencia y el arte, la investigación y la poesía, conviven y se alimentan mutuamente.
De algún modo, su objetivo fue el de despertar la empatía de sus lectores hacia este nebuloso ámbito, acercarlos a esa inexplicable penumbra mediante la nostalgia, el desgarramiento, el humor y la dignificación del ser humano.
“Higinio, viejo y noble amigo. Escucha: el manicomio es el basurero en el que la sociedad arrincona a los que, como tú, parecen inservibles para siempre. Buscando bien, sabiendo mirar, a veces se encuentran joyas en el basurero. Fuiste una de ellas”.
Con esta dolorosa pero bella reflexión abre el doctor Vallejo el primer episodio, la historia de un paciente gobernado por una esquizofrenia catatónica.
En total, Concierto para instrumentos desafinados está integrado por ocho relatos, cuya trama no aborda tanto lo sentimental, sino la evolución de los sentimientos, a pesar de las contrariedades de hombres y mujeres asilados en una clínica olvidada en las afueras de Madrid, durante la España del franquismo. Eran los años cincuenta del siglo pasado y el régimen dictatorial aún sufría delirios paranoicos.
En alguna ocasión, un coronel del Ejército llamó al doctor Vallejo Nágera para pedirle que suprimiera las caminatas vespertinas de un enfermo que se paseaba por el pueblo con verdaderas insignias de teniente. Algo, según él, subversivo. El doctor, a su vez, solicitó que le permitieran a Nicanor continuar con aquellos recorridos que, en el fondo, cumplían las veces de terapia. Sus crisis disminuían mientras se sentía importante. Los militares cedieron, pero el problema creció cuando el enfermo se coló a un desfile marcial e intentó dirigir uno de los contingentes. Luego de padecer el acoso y la amenaza de un importante ministro, el doctor terminó por ganar esa mínima batalla a partir de un simple cambio de indumentaria o, mejor, a partir del sentido común.
Escribió: “Nicanor, enhorabuena, te acaban de ascender. Eres almirante de tranvías. Mira, han llegado nuevas insignias, fíjate qué bonitas. Toma esta gorra y dame la vieja”.
El texto sobre el orinal de plata es de los más personales. El autor había entablado ya una relación amistosa con el enfermo que, cuando andaba cargando la vasija, pretendía que no se le tuteara. Padecía delirio de grandeza y por ello la gente debía exaltar su nombre y su rango nobiliario: Archiduque don Ataúlfo de Betancur Ostende y Allende Austerlitz. El conflicto real comenzó cuando el sanatorio fue remodelado; nuevos y funcionales baños volvieron obsoletos los artefactos como el orinal.
“La monja de la sala argumentaba queriendo eliminar aquel estorbo. Inútil, Ataúlfo no soltaba su bacinilla. Al fin expuso el motivo: comprenda, hermana, un Archiduque sólo puede usarlo de plata”.
El doctor Juan Antonio Vallejo Nágera fue un psiquiatra notable. Su pasión por las enfermedades de la mente lo condujo a estudios que ahora son referencias científicas en esa especialidad no sólo en España, sino en varios países de Europa y América Latina. Locos egregios, el primer volumen en torno a sus experiencias clínicas, se convirtió en un best seller. Pero fue quizá Concierto para instrumentos desafinados donde alcanzó la plenitud narrativa y la profundidad literaria para hacer de este libro un documento que proyecta la vida marginal de la España después de la Guerra Civil. En esa prosa, a ratos descarnada, a ratos paradójica, siempre compasiva aunque no por ello complaciente, yacen la ansiedad, la ternura, la generosidad y el drama. Yace la tragedia. Bueno, esto ya se ha prolongado: un orinal, pero no de plata, nos espera.