Cultura

Historias con ratones

Por Pedro de la Hoz

“A mi esposa no le gusta que trabaje en casa”. La frase, en el perfil del artista en Instagram, acompaña las imágenes de su más reciente creación: ratones en el cuarto de baño, ratones equilibristas, husmeadores, intrusos, esperpénticos, entresacados de las tiras cómicas y la realidad. Banksy en tiempos de Covid 19; no faltaba más.

Como no puede andar por ahí, al aire libre pero en las sombras, haciendo una de las dos cosas que mejor saber hacer –luego hablaremos de la otra–, el controvertido artista británico –es de los pocos atributos conocidos de él: su nacionalidad–, desplazó el radio de acción al interior doméstico.

Salvo su contador y quizás algunas personas de extrema confianza, nadie posee las claves de su residencia, aunque existen muchos indicios de que se halla ubicada en Bristol o sus alrededores. Los habitantes de la ciudad portuaria del suroeste inglés sienten orgullo por Banksy, no importa donde haya nacido. El lema del escudo de la urbe –virtute et industria– podría incorporar otro concepto: street art. En efecto, el arte callejero cultivado por Banksy ha colocado a la ciudad en el mapa de la cultura popular contemporánea.

Las autoridades locales sacan provecho. En las guías para visitantes promueven el Banksy’s Tour, una decena de sitios en los cuales alguna vez el artista realizó una pintada –cómo ignorar la carga postmoderna del mural que recreó el cuadro La joven de la perla, de Vermeer– o lanzó una provocación. El itinerario incluye la más reciente acción, el dibujo al carbón de una niña armada con una honda que dispara contra un objeto volador rojo que estalla en el aire.

Apareció en la pared lateral de una vetusta vivienda colectiva ubicada en el centro histórico, vísperas de San Valentín. En Instagram, Banksy publicó dos vistas de la obra, como para acreditar la autoría. Pocas horas después un vándalo roció aerosol rosa sobre la imagen de la niña. En una de las redes sociales el comisor del atentado, o un simpatizante, quién sabe, escribió: “Si a Banksy le permiten todo, a todos deben permitirnos ser como Banksy”.

Con los ratones modelados por el artista confinado, pasa algo por el estilo: de un lado, quienes legitiman el performance; de otro, quienes lo ven como un oportunismo narcisista en medio de la pandemia. Si nos fijamos bien, resalta el ingenio de la composición, en la que se advierte ese toque de humor metafórico inglés tan propio de Jonathan Swift. Ocho ratones dominan la escena: al borde del inodoro, con un pintalabios sacando cuentas en el espejo, otro descolocándolo, ratones trapecistas que se lanzan al vacío o corren encima de un rollo de papel higiénico, o exprimen el tubo de crema dental con el ímpetu del pintor que extrae óleo de un recipiente.

¿Ratas como símbolos de la plaga? ¿Agoreras del caos del fin de los tiempos? ¿O una simple boutade para no pasar por alto la estrechez del espacio privado por causa del coronavirus? En inglés, rata se escribe rat; las tres letras de la palabra art (arte).

No hay por qué tomarla contra las ratas, como la emprendieron los aldeanos de la villa francesa de Autun, en 1522, que llegaron al delirio de iniciar un proceso judicial contra los roedores que mermaron su cosecha de cebada, defendidas por un letrado nombrado Bartolomé Chassenée, quien rechazó una acusación abusiva, puesto que “estaba en juego la salvación o la ruina de todas las ratas de la comarca”.

Tampoco hay que criminalizar a Banksy por haber echado mano a esta especie animal, pese a que por siglos ha estado asociada a calamidades sociales y miserias humanas. (Pregunten a Paquita la del Barrio por qué llamó al amante holgazán e infiel “rata de dos patas”).

En la historia del arte, las ratas tienen un lugar bien ganado. No es menester ir muy lejos para recordar el animalito infiltrado en el cuadro emblemático del Bosco, El jardín de las delicias. Menos conocida, aunque no por ella exenta de significación, debe considerarse Fábula del león y el ratón, una pintura realizada en la primera mitad del siglo XVII por el flamenco Franz Snyders, perteneciente a los fondos del Museo del Prado, que de vez en cuando ha estado expuesto cuando a sus curadores les ha dado por refrescar la colección permanente. Hokusai, célebre por su representación de La ola, también plasmó en su peculiar grafismo a estos roedores junto a una de sus comidas favoritas, el salmón.

Claro que si de ratones se trata, no es posible esquinar al ícono de la cultura de masas, Mickey Mouse –para ser fiel al enfoque de género habría que mencionar a su compañera Minnie–, criatura de Walt Disney, dizque diseñada en principio por su socio y amigo Ub Iwerks. (Se cuenta que, ya famoso el ratón, un niño pidió a Disney un dibujo del personaje; éste pasó la hoja en blanco a Iwerks, quien trazó un rápido y certero esbozo. Disney retomó la hoja, la firmó y sonriente dijo al niño: “Aquí está, cuídalo”).

Por demás, antes de la pandemia, Banksy había apelado decenas de veces a ratones y ratas en la construcción de su imaginería. Las ha llevado a la pared y reproducido en stencils. No pretende ser original; la ha dado crédito a un colega suyo francés que ha rendido tanto culto al animal que firma con el seudónimo Blek le Rat. Antes de los animales del cuarto de baño, la rata más famosa de Banksy fue la que colocó a la entrada del aparcamiento del centro de arte parisino Pompidou, una rata enmascarada que la institución trató de proteger con una cubierta translúcida de plexiglás, lo cual no impidió su robo en septiembre del año pasado.

“A mi esposa no le gusta que trabaje en casa”, dijo Banksy. Pero seguramente le gusta que la posición iconoclasta de su pareja se traduzca en números. A finales de marzo, cuando ya el coronavirus estaba empinándose hacia la cresta, la casa de subastas Sotheby’s, en Londres, remató on line 24 lotes (obras) del grafitero, reproducciones mimeografiadas. Dos versiones de Niña con balón tomaron la delantera. Un millón 400 dólares fueron invertidos en la compra. Deduciendo la parte que corresponde a la casa, impuestos y gastos operacionales, se calcula que la mitad paró en las arcas del artista. Esto es lo otro que Banksy sabe hacer requetebién.