Cultura

El nosocomio

Conrado Roche Reyes

Un nosocomio privado apartado de la ciudad con paredes frías, humedecidas, con árboles secos, sin hojas ni frutos, a lo lejos se observa lo que un día fue una piscina, llena de escombro y maleza. A lo largo de un gran pasillo obscuro y al final se encuentran los pabellones con cuartos separados, los hombres por un lado y las mujeres en el otro extremo, con una población numerosa de diferentes edades y condiciones de enfermedades y trastornos.

El director del nosocomio brillaba por su ausencia, verlo ahí era casi un milagro. En su lugar se encontraba el subdirector, un médico de carácter agrio y seco, el cual denotaba en todo momento molestia, hastío y mal humor, parecía gozar del dolor ajeno y en especial del sufrimiento de los enfermos. Era un incansable fiel a proporcionar por el menor de los motivos y sin justificación médica electroshock a los internos del lugar; enchufar los 795 voltios produciendo un enorme dolor físico y secuelas emocionales hasta quedar desmayados. En la sala para dicho procedimiento se podían ver pacientes tirados en las camas inconscientes producto de dicho tormento.

El personal del centro seguía la misma tónica que el subdirector, hombres y mujeres fríos y sin sensibilidad con un trato hostil hacia los pacientes. Dejándolos sin bañar, proporcionándoles alimentos fríos y en ocasiones en estado de descomposición. La rutina diaria consistía en darles de desayunar, seguido de una activación física, que en realidad servía para las apariencias del trabajo del nosocomio. Después pasaban a estar en el jardín entre moscos y suciedades de gatos que mantenían adentro los guardias del lugar.

Entre las enfermeras había una que se distinguía de las siniestras compañeras, su trato era diferente, ella pensaba que la mejor forma de tratarlos era a través de la paciencia, tolerancia, cariño, respeto, la escucha, a través del amor en otras palabras.

Había gran variedad de trastornos, esquizofrénicos, catatónicos, delirantes, obsesivos, entre muchos otros, en un momento podías observar a un hombre parado “dirigiendo el tránsito con un silbato inexistente”, “otro aplaudiendo como matando moscas que no habían” “otro cantando Navidad, feliz Navidad pensando ser Santa Claus y estar en Navidad”, entre ellos estaba un joven que por algún extraño suceso se encontraba ahí desde que era muy joven, desde los 14 años dejó de hablar, quedándose inmóvil por horas durante el día, le tenían que dar de comer y en una ocasión que no habría la boca, de castigo, sin ningún justificante médico, por indicaciones del subdirector fue llevado a la sala de electroshock.

La enfermera buena gente de nombre Anita le había tomado cierto aprecio a aquel joven que no pronunciaba palabra alguna y que generalmente siempre estaba aislado de los demás. Ella aplicaba la teoría de ser buena con todos, pero con él mucho más. Una tarde tuvieron una actividad representativa en la que el director del nosocomio estaría presente, entre las actividades se encontraba un partido de béisbol entre los internos y personal médico. En uno de las entradas un interno dio un hit y su compañero llegó a segunda base, los compañeros aplaudían gritándole “sigue, róbate la segunda”, entonces cuando lanzó de nuevo el pitcher, el interno corrió “robándose” la base, pero corrió de segunda a primera, lo cual dio pie a las risas y burlas de los presentes e insultos de los sarahuatos de sus compañeros internos. Le gritaban los médicos “al revés, corre al revés, hacia tercera”, todos lo miraban incrédulos. Al terminar el encuentro pasaron a comer con los internos y Anita siempre se sentaba junto al joven “mudo”, le daba de comer, le limpiaba la boca, y solía hacerle preguntas, “¿te gustó la comida?”, “¿te sientes satisfecho?” Y él con ella solía asentar la cabeza dando respuesta a las preguntas de la enfermera.

Mientras la vida transcurría diariamente los internos se divertían de lo lindo con sus diferentes formas de convivir entre ellos, a veces llegando incluso a los golpes por pelear por un pedazo de pan. Anita seguía día a día intentando lograr hacer que nuestro amigo mudo lograra hablar y responder sus preguntas y buen trato que constantemente tenía hacia él. Un día, después de muchos meses, ella, debido a su amplia preparación académica, decidió invitar al nosocomio a un par de especialistas para que pudieran observar al joven “preferido” de Anita, fueron varias las visitas. Ellos le dijeron que les llevaría un tiempo poder llegar a un diagnóstico y así iniciar el tratamiento adecuado.

Ella seguía con la esperanza de que pronto podría estar hablando con él. Y fue así que en una noche, que por alguna extraña razón no se sentía fría ni con olor a miedo, con la luz de luna más bella que se había podido ver en mucho tiempo desde aquel sombrío lugar, que estando sentada al lado del joven que sin esperarlo siquiera se viró a ver hacia Anita y fijamente mirándola a los ojos le dijo: “Te amo, Anita”. Así pasaron los días y nuestro amigo mejoraba cada vez más, pero sólo con la presencia de la enfermera Anita. El mejoró cada momento y cada semana y cada mes. Al final del tratamiento, impartido por los especialistas llevados por la enfermera, dictaminaron que el joven ya estaba listo para dar de alta, a la par había nacido en Anita un afecto especial hacia él, quedando enamorada del joven, así como él lo estaba de ella. Junto con él, al momento de salir del nosocomio, decidió dedicarse al cuidado del joven y vivieron juntos por mucho tiempo, dando muestras de que el amor hacia los demás es la medicina más efectiva para curar cualquier enfermad.