Por José Díaz Cervera
Vis a vis
La paulatina pérdida de hegemonía de la televisión frente a las llamadas tecnologías de la información y la comunicación, ha hecho que la primera busque mecanismos de subsistencia en un ámbito de absoluta desventaja. El reto es encontrar fórmulas exitosas para un público que ya no está dispuesto a sentarse durante meses a ver un melodrama y que, por otro lado, exige estímulos emocionales cada vez más frecuentes y más fuertes.
Sin salir de su tónica melodramática, la televisión ha encontrado en las miniseries un filón que le ha dado un poco de respiración artificial, sobre todo a partir de la explotación de la truculencia que, elevada a estrategia narrativa, le permite al género jugar con las emociones del espectador, haciéndolo tropezar con las trampas de siempre.
El género, además, ha procurado acelerar la velocidad narrativa, y sus nuevos marcos de referencia le han permitido introducir tópicos como la homosexualidad, las perversiones sexuales, las morales diferenciales y la violencia abierta y explícita, algo que no era común en el melodrama tradicional que tenía su mejor expresión en las telenovelas.
Con estos ingredientes, la televisión española ha producido dos series exitosas que ahora están disponibles en algunos sistemas de paga, mismos que, con la contingencia sanitaria que vivimos desde hace ya mes y medio, se han popularizado entre buena parte de la población como una vía de entretenimiento; las series de marras son Vis a vis y La casa de papel. En esta entrega analizaremos la primera.
Producida a finales de 2015 y estrenada en 2016, Vis a vis cuenta la historia de Macarena, una profesionista exitosa de aproximadamente treinta años que, seducida y engañada por un hombre maduro y adinerado (esposo de la dueña de la empresa donde ella era una alta ejecutiva), lo ayuda a cometer un fraude del que ella resulta la única inculpada, lo que, consecuentemente, la lleva a la cárcel donde se enfrenta a una realidad hostil, llena de corrupción, de maldad y de violencia, y donde conoce a sus dos personajes antagónicos: Anabel (traficante de drogas y de todo lo que pudiera —legal o ilegalmente— ser un artículo de primera necesidad para las presas) y Zulema Zahir, una mafiosa vinculada con grupos terroristas islámicos, siempre al acecho de cualquier asunto que pudiera reportar grandes cantidades de dinero para ella y su novio, un joven denominado “El Egipcio”, al que buscan todas las policías europeas.
La serie narra, por un lado, el proceso emocional de Macarena en su afán de sobrevivencia y, por el otro, las vicisitudes de su familia para ayudarla ya sea a demostrar su inocencia o, al menos, a salir de la cárcel bajo fianza. Así, lo que al principio aparece como una búsqueda legítima, poco a poco se va pervirtiendo ya por la ingenuidad de la protagonista, ya por su estupidez o por las típicas circunstancias con las que el melodrama suele complicar absurdamente sus historias (ir, por ejemplo, a limpiar una mancha en la ropa antes de salir a una audiencia crucial y hacerlo en el lugar equivocado).
En el fondo, lo que hay en Vis a vis no es otra cosa que un melodrama clásico (con todas sus trampas, sus inconsistencias narrativas y su imprescindible manipuleo de las emociones del receptor), aderezado con una fuerte dosis de desnudos, sexualidad y procacidad, todo ello perfectamente esterilizado de cualquier elemento que pudiera contener algún ingrediente crítico o alguna posición política más o menos definida. A fin de cuentas, el melodrama no está diseñado para pensar.
En la serie, por ejemplo, la corrupción es sólo un problema individual y, sobre todo, de los mandos más bajos. En todo caso, la delincuencia tampoco es un problema estructural y si las cosas no resultan es sólo por la impericia de algunos agentes de la ley, por alguna patología particular o por una circunstancia meramente aleatoria (en Vis a vis aparece el inspector Castillo, el policía más imbécil de la historia de la televisión).
Vis a vis nos reitera que lo que corresponde ante las “nuevas” maneras de hacer televisión es educarnos en el trato con el melodrama para no caer en sus trampas.