Cultura

Una Rosa también de Yucatán

Ariel Avilés Marín

Hay figuras que dejan huella a su paso; aquí en Mérida, la de Yucatán, se guarda memoria de presentaciones artísticas que hicieron época y deben ser recordadas, cada vez que se ofrezca, en la memoria colectiva. Ejemplos de ello son el concierto en el Peón Contreras de la cantante vienesa, nacionalizada estadounidense, Miliza Korjuz, la última temporada en vida de la gran actriz María Teresa Montoya en el Teatro Fantasio, los estrenos de obras del Mtro. Luis G. Basurto, de Wilberto Cantón, la última presentación en teatro, antes de morir, de Arturo de Córdova, también en el Teatro Fantasio; la larga, casi interminable, temporada de la Compañía de Teatro Español de Pedro Pérez Fernández en el Teatro Plaza. Todos estos eventos y figuras dejaron un sabor de amor en el público yucateco de esos tiempos idos.

Una figura, que puede considerase emblemática del teatro lírico en Mérida, lo fue sin ninguna duda, la cantante cubana Rosita Fornés, una reina de la opereta, la zarzuela y la comedia, de los escenarios yucatecos de ese entonces. Rosita fue, lo que podría llamarse, una mimada del público yucateco y las temporadas de su compañía eran esperadas con gran entusiasmo en esta ciudad.

Las primeras referencias de Rosita Fornés, las tuve de mis padres, asiduos asistentes a las temporadas de operetas y zarzuelas de Mérida. Finalmente, la conocí en figura, durante un breve festival de Cine Cubano, que ofreció en 1986 la Casa de la Amistad Yucateca Cubana, en su local de la calle 60 con 71. En el evento cinematográfico se proyectaron cintas como: El Brigadista, La Muerte de un Burócrata, Memorias del Subdesarrollo, Los Sobrevivientes, Lucía, Plácido, y como número estelar una película recién estrenada el año anterior en La Habana, Se Permuta, del director Juan Carlos Tabío, y protagonizada por Rosita Fornés. Por los relatos de mis padres, que hacían referencia a temporadas de los años 50, me causó profundo asombro la vitalidad y dinamismo de la gran actriz cubana en esta película, pues, estrenada en 1985, distaba más de treinta años de las actuaciones referidas en los relatos de mi casa. Y es que Rosita Fornés conservó hasta los últimos instantes de su vida, esa vitalidad, gracia y una lucidez plena, hasta sus noventa y siete años de edad. La conocí en casa de Miguel Barnet, en El Vedado, una tarde que fui a tomar café, en diciembre de 2018, y le solicité me concediera una entrevista, cosa que no fue posible concretar, pues se iba al día siguiente a Miami, a pasar el fin de año con sus parientes de ahí.

Rosita fue una cubana de profunda entraña, por decisión propia, pues su vida transcurrió de un lado para otro. Nace, incidentalmente, en Nueva York, el 11 de febrero de 1923. Sus padres, eran inmigrantes españoles radicados en La Habana. Su verdadero nombre fue Rosalía Lourdes Elisa Palet Bonavia. Su madre, contrae segundo matrimonio con otro inmigrante español, valenciano este, José Fornés Dolz, del cual tomará Rosita su nombre artístico. Desde niña destacaron en ella sus aptitudes artísticas, pues cantaba, actuaba o declamaba con la mayor naturalidad. Su abuela materna la distraía poniéndola a escuchar arias de ópera, lo cual dejó profunda huella en su alma. En 1933, la familia marcha a España, donde tiene una estadía de tres años, pues en 1936, al estallar la Guerra Civil Española, regresan a La Habana. En esa estancia, Rosita se mete de lleno a conocer el cuplé, el chotis, las tonadillas, y demás géneros populares españoles, y que tanta influencia tendrán en su carrera. De vuelta en Cuba, le suplica a sus padres la dejen participar en un programa de radio, muy popular en ese tiempo, La Corte Suprema del Arte. Al fin, logra su objetivo y el 12 de septiembre de 1938 se presenta con una milonga titulada “La Hija de Juan Simón”, acompañada a la guitarra por Manolo Tirado, y gana el primer lugar del concurso. Esto define su vida, y toma clases de música, actuación, canto y baile. Debuta ese mismo año en el Gran Teatro Nacional, hoy Teatro Alicia Alonso, en la opereta cubana Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig.

En 1939, filma su primera película, Una Aventura Peligrosa, dirigida por Ramón Peón. Luego vuelve al escenario de Gran Teatro Nacional, presentándose con el grupo de Los Chavalillos Sevillanos; de ahí, hace una temporada de seis meses en el famoso cabaret Sans Souci. En 1940, entra por vez primera al género lírico, del cual llegaró a ser una verdadera reina, participando en las zarzuelas Las Musas Latinas, de Francisco Penella, y Los Gavilanes, de Jacinto Guerrero. Su gran debut profesional lo hace a los dieciocho años, en junio de 1941, en el Teatro Principal de la Comedia, donde participa en las puestas de El Asombro de Damasco, La del Manojo de Rosas, de nuevo en Los Gavilanes, La Vejecita y El Rey que Rabió. Le toca la primicia de estrenar dos temas de Ernesto Lecuona: Siboney y Siempre en mi Corazón. En 1942, estrena en Cuba la gran zarzuela Luisa Fernanda y pone también La Verbena de la Paloma y destaca en el mundo de las operetas con las puestas de La Viuda Alegre, La Duquesa del Bal-Tabarin, La Princesa del Dólar y La Princesa de las Czardas. Son memorables los grandes triunfos alcanzados por L Fornés en los teatros Principal de la Comedia, el Teatro Campoamor y el Teatro Martí.

En 1945, marcha a México, donde filma El Deseo, dirigida por Chano Urueta. Luego viene una temporada triunfal en el Teatro Arbeu, como primera vedete, en grandes revistas musicales. En septiembre de 1946, inaugura el Teatro Tívoli con la revista Chofer, al Tívoli, y la Asociación de Prensa la declara “Primera Vedete de México”, y posteriormente es declarada “Mejor Vedete de América”. Participa en cinco películas más en el cine mexicano. El 20 de diciembre de 1947, se casa con el gran actor mexicano José Medel, y ambos fundan la Compañía de Arte Lírico Medel-Fornés. De este matrimonio nace su única hija, Rosa María. Con esta empresa, llega a Mérida en 1949 y presenta una gran temporada de operetas y zarzuelas en el Teatro Plaza, que estaba ubicado en la calle 61 entre 58 y 60. Es tan grande el éxito que la temporada se prolonga con varias obras más. Con tal precedente, regresa nuevamente ese mismo año al mismo teatro. Las crónicas de la época, dan cuenta de que las colas para adquirir boletos, llegaban hasta la calle 58 y daban vuelta. En 1950, regresa con la compañía, pero ahora al Teatro Yucatán, que estaba en la calle 63 entre 62 y 64, a media cuadra de la iglesia de Monjas. En esta temporada, vienen por primera vez a la capital yucateca, en compañía de Rosita, Pepita Embil y Plácido Domingo (padre), que llenarán después con su propia compañía páginas brillantes de zarzuelas y operetas. En diciembre de 1950, viene por última vez la compañía Medel-Fornés al Teatro Yucatán, el gran éxito obliga a prolongar de nuevo la temporada. El 1 de enero de 1951, Rosita Fornés presenta un inusual programa, pues lleva a cabo tres presentaciones: A las cuatro de la tarde, a las seis y treinta, y a las nueve y treinta de la noche. En un solo día presenta: La Gatita Blanca, La Niña de los Besos, La Princesa del Dólar y, en la noche, La Gatita Blanca y El Asombro de Damasco.

La zarzuela La Gatita Blanca, de Amadeo Vives, la cual ha sido denominada como humorada lírica, tuvo en la actuación de Rosita Fornés, un arraigo tan profundo en el público meridano, que la gente impuso el calificativo a Rosita, y le llamaban La Gatita Blanca de Yucatán. Si en México este nombre le fue concedido a María Conesa; en Yucatán, Rosita Fornés fue y será la Gatita Blanca.

La Fornés, fue una cubana entrañable, tenía hasta su muerte una arraigada popularidad entre el pueblo cubano. Revolucionaria convencida y militante, asombró al mundo cuando, al triunfar la Revolución Cubana en 1959 e iniciarse los trabajos para generalizar en toda Cuba la educación y la cultura, su cuantiosa fortuna en alhajas la vendió y entregó al Comandante en Jefe, Fidel Castro, el producto de la venta, para impulsar esta causa. Pasó sus últimos años en su conocido departamento, en el alto edificio ubicado en el cruce de la calle Línea con Malecón, donde tenía una espléndida vista de la Bahía de La Habana. Como dijeran Pedro de la Hoz y Fernando Muñoz, era una Rosa cubana y mexicana, pero también, era una Rosa de Yucatán.