Cultura

El abrazo solidario de Juan Genovés

Pedro de la Hoz

En el acceso principal a la estación Antón Martín del metro de Madrid, un conjunto escultórico destaca. El monumento a los abogados de Atocha, versión tridimensional del cuadro El abrazo, de Juan Genovés, incita a que los españoles no olviden uno de los crímenes del franquismo, mucho más deleznable por cuanto vino a ser el atroz pataleo de un régimen moribundo.

El 24 de enero de 1977, a un año y dos meses de la muerte del Caudillo y cuarenta días después de que el pueblo aprobara el referendo que puso punto final al sistema político imperante y optó por elecciones abiertas, un grupo de matones de la extrema derecha, con el concurso de elementos neofascistas italianos, irrumpió en el local de los abogados del Partido Comunista Español y los sindicatos de Comisiones Obreras con ametralladoras. Cinco letrados murieron acribillados y otros cuatro quedaron gravemente heridos. Todo un escándalo. El reconocido cineasta Juan Antonio Bardem filmó en 1979 la película Siete días de enero, que reconstruye el asesinato múltiple y el contexto de la época.

En el bufete se hallaba en la pared un cartel con la imagen que Genovés había pintado el año anterior y cedido a Amnistía Internacional para la campaña por la liberación de los presos políticos del franquismo. El abrazo mostraba a un conjunto de personas saludándose efusiva y solidariamente. Nada mejor entonces que llevar a escala volumétrica la obra a fin de homenajear a las víctimas del atentado. El monumento fue inaugurado en 2003 y cada 24 de enero amanece cubierto de flores.

La historia del cuadro y escultura ha sido recordada por estos días en la despedida de Juan Genovés, fallecido el último 15 de mayo, a punto de cumplir 90 años de edad, en medio de una temporada en que ya sea por el coronavirus o por otras enfermedades, el mundo de la cultura ha sufrido notorias pérdidas.

Después de haber permanecido cierto tiempo en los sótanos del Centro de Arte Reina Sofía, El abrazo fue aireado por la institución. Mas su instalación definitiva en la sede del Congreso de los Diputados en 2016 fue interpretado como un recordatorio a los políticos para que cumplan sus deberes.

Para España, la partida del pintor significó la de uno de los creadores más representativos de las artes visuales del siglo XX, que supo articular códigos estéticos renovadores con un credo libertario y cargado de valores humanistas no necesariamente vinculados a una militancia política doctrinaria. Uno de sus amigos recordó que acostumbraba a criticar las falencias e inconsecuencias de los partidos de izquierda, pero que a los de derecha ni los mencionaba, por considerarlos responsables de la España rota desde la destrucción de la República hasta la ascensión de los Aznar y Rajoy y los recientes rebuznos de Vox.

Genovés nació en Valencia; su padre quiso ser pintor, pero por necesidad familiar terminó dedicándose a la fabricación de carbón vegetal. Eso sí, no mató la aspiración del hijo, que de muchacho ayudó al negocio repartiendo sacos de carbón a domicilio.

Formado en Valencia y Madrid, en los años 50 y principios de los 60 hizo vida activa en Los Siete, Parpalló y Hondo, colectivos dispuestos a dinamizar el panorama artístico peninsular e inocular abierta o desembozadamente ideas contrarias al régimen. Esto lo desmarcó de la corriente informalista, identificada con la vanguardia, pues creyó pertinente fomentar otra clase de vanguardia que algunos han denominado realismo político, pero en el que la figuración distaba de ser un calco de la realidad.

Tal proyección encontró una buena acogida en la Bienal de Venecia de 1966 y la de San Marino un año después. En 1968 obtuvo el Premio Marzotto, en Italia. Ya no sólo sonaba su nombre en los escurridizos medios españoles, sino a escala internacional, donde comenzó a citarse como un emblema de lo que podía conquistar el arte español emancipado en los circuitos europeos, norteamericanos y de América Latina. Coleccionistas e instituciones adquirieron desde esa época obras suyas que hoy figuran en prestigiosas colecciones, entre éstas las de los museos de Arte Moderno y Rufino Tamayo, de México. Su inserción en el mercado del arte recibió un espaldarazo al ser fichado por la Galería Marlbourough, con sedes en Londres, Nueva York y una sucursal en Barcelona.

Las imágenes de Genovés vuelven una y otra vez a establecer un contrapunto entre el individuo y la sociedad, escenas grupales o solitarias, vistas de cerca, de lejos, desde el aire. Sin embargo, nunca en la masa se pierde la persona, ni siquiera cuando restalla el color, ni nos dé la impresión de que la velocidad y el movimiento son tan importantes para la percepción de las retinas.

Al desarrollar esa línea temática, el pintor asimiló su vasta experiencia en la gráfica, manifiesta en la economía de medios, la limpieza de las composiciones y la búsqueda de un impacto visual inmediato, lo cual no quiere decir que cualquiera de sus obras, como él mismo pedía, sea susceptible a varias lecturas.

Genovés fue consecuente de punta a cabo. Si en alguna ocasión en su juventud pensó que el arte podía cambiar el mundo, con la madurez no rindió armas. De la vanguardia a la resistencia fijó posiciones. Y en una de sus últimas entrevistas afirmó: “Me sostiene la ilusión de un mundo más justo y solidario”.