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“Que como la buena ley es superior a todo hombre las que dicte nuestro congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”.

José María Morelos, Sentimientos de la Nación, 1813, art. 12.

Cuando se extiende la anarquía, el cumplimiento de la ley debe ser defendido por los ideales en ella depositados. En este sentido, desde que el 5 de febrero de 1857, Valentín Gómez Farías, junto con noventa y cinco diputados, juró reconocer, guardar y hacer guardar la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos2 hasta que el 28 de julio de 1870 se promulgó la primera constitución del Estado de Morelos,3 la sociedad mexicana afrontó dificultades producidas por una conflagración civil, seguida por una intervención extranjera y la implantación de un régimen monárquico. Esta tempestad, lejos de arrancar de raíz las leyes del país, las reafirmó.

En cuanto a quienes participaron en la formación política del país, aquellos que superaron estos desafíos consideraron legítima su causa porque creyeron que el régimen constitucional republicano sembraría las libertades y derechos de los mexicanos y encaminarían al país hacia una época de auge y florecimiento. Estos ideales requirieron de hombres prácticos para triunfar: caudillos los llaman los historiadores4 y, desde que próceres como Francisco I. Madero los tacharon de “perturbadores” de la tranquilidad pública,5 nos sorprende la ferocidad con la que expusieron sus vidas en el fragor de las contiendas.

Lejos de exonerar a los militares de sus responsabilidades, consideremos que, a lo largo del siglo xix, la guerra forjó los países de Hispanoamérica y, que aquellos soldados que garantizaron la Independencia y las leyes de la patria, ameritan que entendamos sus decisiones en la trama de sus circunstancias. Tal vez este afán por inmortalizar el recuerdo de los más célebres militares de la guerra de Independencia movió a los legisladores mexicanos a imponer sus apellidos a las jurisdicciones surgidas de la invención del país: Guerrero por Vicente, Hidalgo por Miguel y Morelos por José María, comandantes de la insurgencia que fundó a la Nación, en 1821. Al colocar en el mapa de la república entidades con estos apelativos se homenajeó a la par que se expió su muerte ante un pelotón de fusilamiento y se efectuó un posicionamiento público donde estos patriotas habían sido demócratas, liberales, valerosos.6

Al publicarse, el 19 de abril de 1869, el decreto de erección del estado libre y soberano de Morelos se plantó en la memoria de sus pobladores el relato del sitio de Cuautla, asedio que había superado el general José María el año de 1812;7 además, al mismo tiempo, se declaraba que esta nueva jurisdicción tendría por savia el proyecto liberal de autodeterminación, igualdad, y justicia.

A Guillermo Prieto se le ocurrió inmortalizar al independentista en un campo joven que preservaría mejor que un monumento su apellido; en otros términos, Morelos sería la palabra que daría vida en lugar de señalar un sepulcro, los bosques, ríos y habitantes de este estado nutrirían con su existencia un gentilicio excepcional. Estas intenciones las insinuó Guillermo el año de 1856, cuando propuso al Congreso Constituyente el trazo de una nueva fracción administrativa del país con este nombre.8 En aquella ocasión, el Congreso rechazó esta moción y la guerra detuvo cualquier iniciativa tendiente a obtener esta reconfiguración territorial.

Fue Benito Juárez quien firmó el decreto que creó al estado de Morelos justo en una región que había sido delicia de Maximiliano. A pesar de esta predilección monárquica, en el campo donde el Emperador soñó con jardines palaciegos, el benemérito trasplantó la Reforma liberal. Tal era su plan desde 1867 cuando, a su entrada a la ciudad de México, aseguró que el bienestar de la nación solo germinaría respetando a la soberanía emanada de la voluntad de los pueblos.9

En este sentido, a finales de 1867, llegaron a manos del mandatario oaxaqueño cartas de Tepoztlán, Totoloapan, Tlalnepantla y Tlayacapan.10 En estos documentos, los vecinos de estas poblaciones lamentaron ser vulnerables al bandolerismo. Desde hacía décadas, los conflictos e invasiones fomentaban la proliferación de comandos armados que, periódicamente, asolaban aquellos rumbos. El gobierno del estado de México, con capital en Toluca, había sido rebasado por la delincuencia y era incapaz de imponer el orden, de perseguir y castigar a los criminales. A causa de lo anterior, los pueblos solicitaron a Juárez la erección de una nueva jurisdicción, la entidad llamada Morelos que Guillermo Prieto propuso a mediados de la década anterior.

Turnó el Benemérito de las Américas estas peticiones a las instancias correspondientes y este procedimiento desencadenó, en el Congreso de la Unión, un torrente de alegatos, debates y mociones que culminaron el 19 de abril de 1869, cuando se publicó, en el Diario Oficial, el decreto de creación del estado de Morelos.11

Tan ardientes habían sido las discusiones en la cámara que, con la intención de aplacar en la medida de lo posible los ánimos, Juárez nombró de manera provisional a un fuereño como primer gobernador de estado de Morelos, el general Pedro Baranda Quijano. Llegó este militar de origen campechano con la misión de plantar los cimientos legales de la demarcación recién creada.12

En el lapso durante el cual Baranda gobernó, excavó los cauces legales de la entidad, recorrió sus senderos y, sorprendido de la portentosa fertilidad de sus tierras, trajo de su península natal: caimito, chicozapote y guanábana;13 estos árboles enlazaron al suelo morelense con las raíces del sureste mexicano y los tropicales sabores de sus frutas.

Por otro lado, Baranda y su sucesor, el general Francisco Leyva Arciniegas, actuaron con delicadeza al momento de decidir cuál sería la capital de Morelos. Pregonadas son las guerras de Cuautla con Cuernavaca y, desde el nacimiento de la entidad, sus representantes políticos exigieron que su población fuera la favorecida.14 Largo sería detallar esta pugna parlamentaria; basta con enunciar que, con el objeto de que los trabajos del congreso constituyente se dieran lo más libre posible de controversias, se eligió a Yautepec como la sede de esta asamblea.

Para 1870, Yautepec se dibujaba, en el horizonte, como un bosque de naranjas, limones y plátanos del cual emergían un campanario, tejados coloridos y techos de humilde palma.15 “Buena, tranquila, laboriosa”,16 esta población del Norte morelense acunó a la constitución en más neutrales brazos que los de Cuautla o Cuernavaca.

Remanso pintoresco, la prensa de hace un siglo y medio, confirma en gran parte la descripción que el maestro Altamirano hizo de esta ciudad en el capítulo inicial de El Zarco. Durante aquel año crucial, los diputados locales sostuvieron que era necesario dotar a Yautepec, población de 16,873 “almas”,17 de una feria18 y, también, se instalaron ocho aparatos de petróleo para iluminar las vías públicas.19 Además, los ingenieros Miguel Iglesias y Juan B. Soto trabajaron en la apertura de un camino carretero que uniría a Cuernavaca con Cuautla pasando por Yautepec.20

Volviendo al hilo de nuestro relato, se sostiene que, en las instalaciones del teatro Aurora de Yautepec se reunieron, el 28 de julio de 1869,21 los diputados encargados de dotar a Morelos de su primer texto constitucional.22 Estos representantes fueron seis y, en orden alfabético, se llamaron: Francisco de Celis y Vega,23 Pedro Cuadra Melgosa,24 Manuel María González,25 Manuel Necoechea,26 Ignacio de la Peña y Ruano27 y Cecilio A. Robelo Orihuela.28

En este punto, cabe recalcar que la mayoría de los constituyentes del estado de Morelos han sido olvidados. Por ello, los siguientes párrafos darán a conocer algunos rasgos de sus biografías.

Francisco de Celis y Vega fue hijo de José y Francisca, de acuerdo con su necrología nació en el mineral de Huitzuco, estado de Guerrero.29 Contrajo matrimonio con Clara Castañón y consta que tuvo el ramaje de dos hijos: Francisco y Rafael. El diputado constituyente de Celis, fue propietario del ingenio de Santa Cruz en Tetecala y se dedicó al comercio a lo largo de su existencia. Se desempeñó como agente suscriptor del periódico El Siglo Diez y Nueve y se integró, el año de 1879, a la Sociedad Agrícola Mexicana. Falleció en la ciudad de México el 1º de noviembre de 1885 y, de acuerdo con su necrología, “dejó una huella agradable en las poblaciones a donde residió” a causa del impulso que dio a las labores mercantiles y agrícolas. Igualmente, el autor de la semblanza de Celis anotó que se le había ofrecido, en varias ocasiones, la gubernatura morelense, aunque “nunca quiso mezclarse en la política, prefiriendo la tranquilidad de su hogar.”30 Esta afirmación nos mueve a pensar en de Celis, cosechando los frutos de la tierra en lugar de los de su ambición.

Pedro Cuadra Melgosa nació a principios de la década de 1840 en Tetecala, fue vástago de Antonio y Sabas y, el 5 de abril de 1879, contrajo matrimonio con Leonarda Gómez. Tronco de familia numerosa, tuvo por hijos a José Pedro, Valeria, José Juan y José Eleuterio.31 A decir de Valentín López, el 13 de diciembre de 1868, Cuadra escribió a Francisco Zarco para felicitar a los integrantes del Congreso de la Unión que habían votado a favor de la erección del estado de Morelos.32

Manuel María González fungió, el año de 1870, como diputado suplente del distrito de Cuautla; entró en funciones a causa de la ausencia del diputado Juan de la Portilla. Hay indicios de que contrajo matrimonio con Siria Ramos y tuvo por hijos a Pedro Fernando, María Arcadia, José Plácido, José Mariano y María Encarnación quienes nacieron en Jonacatepec, Yautepec y Cuernavaca, entre 1857 y 1872. El año de 1909, el Juzgado de Primera Instancia de Cuernavaca, convocó a quienes se creyeran con derecho a la herencia de González, quien falleció sin testar.33

Manuel Necoechea, diputado presidente del Congreso Constituyente de Morelos, representó al distrito de Cuernavaca. El año de 1869 fomentó la candidatura del general Francisco Leyva a la gobernatura de Morelos y, posteriormente a su desempeño en el congreso local, fue diputado federal el año de 1871, colaboró con El Correo del Comercio de la ciudad de México y, de fines del siglo xix a principios del xx, desempeñó numerosos cargos en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.34

Ignacio de la Peña y Ruano fue vástago de Diego y de Ignacia, nació en la ciudad de México a finales de la década de 1840; obtuvo el título de licenciado en derecho y, el 14 de febrero de 1873, contrajo matrimonio con Homobona Merelo y Galicia, este enlace religioso se realizó en Mazatepec y se desconoce si esta pareja tuvo hijos.35 De la Peña se desempeñó como magistrado a nivel local y federal.

Por último, el más célebre de los diputados constituyentes del estado de Morelos fue Cecilio Agustín Robelo Orihuela. Este personaje nació en la ciudad de México el 22 de noviembre de 1839 y falleció en la misma el 14 de enero de 1916. Fue hijo de Manuel y de Vicenta y contrajo matrimonio el año de 1866 con María Jesús Canuta León Ávila y, al enviudar, con Marcela Avelar Güémez en 1871.36

Cecilio cursó su instrucción primaria en las escuelas lancasterianas de la ciudad de México y, posteriormente, en el Seminario Conciliar de dicha localidad. Se tituló como abogado el año de 1865 y, concluida su formación profesional, pasó a Taxco, Guerrero y, el mes de marzo de 1866, se mudó a Cuernavaca para tomar posesión del Juzgado de Primera Instancia de dicha población.37

Al registrarse la Restauración de la República, Robelo firmó un acta levantada por el Ayuntamiento de Cuernavaca, adhiriéndose a este orden político.38 A partir de este momento, manifestó de forma exaltada su liberalismo y, posteriormente, fungió como representante del distrito de Cuernavaca durante el Congreso Constituyente del estado de Morelos.39 Esta participación enorgulleció durante toda su vida al abogado, puesto que, pasado el tiempo, se autodenominó “padre” de Morelos al haber ocupado un “asiento en los escaños” de aquella legislatura primigenia.40

En cuanto a su desempeño profesional, Robelo laboró en el poder judicial de la entidad, llegando a ocupar el cargo de magistrado del Tribunal Superior hasta que, el año de 1911, se le nombró director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, institución de la que estuvo al mando hasta el mes de agosto de 1913.41

Robelo publicó manuales de ortografía, ensayos históricos, leyendas regionales, tratados de toponimia, recopilaciones de términos literarios, lecciones matemáticas para ejercitar la memoria y varios diccionarios de lenguas indígenas; además, tradujo del francés obras de teatro como Dalila de Octave Feuillet y Embustera de Daudet y Hennique. Esta actividad llevó a Robelo a imprimir una portentosa cantidad de investigaciones cuyo estilo “melifluo”42 contribuyó a que el periodista José Miguel Macías le impusiera el sobrenombre de la abeja morelense, en símil al historiador griego Jenofonte, conocido también como la abeja ática.43

La labor de Robelo le abrió las puertas del Liceo Hidalgo, la Academia Mexicana de la Lengua, la Sociedad Antonio Alzate y la Mexicana de Geografía y Estadística. Al igual que la mayor parte de los escritores del siglo xix, la abeja morelense profesó una pasión encendida hacia la prensa, pues además de colaborar en diarios y revistas, fundó en Cuernavaca los periódicos culturales El Eco y El Despertador; también, cuando se instaló en la capital de la república, impulsó el Boletín del Museo Nacional.44

Hasta el día de hoy se extraña un estudio que analice, a consciencia, todas las ramas de la obra de Robelo. En lo que llega esta oportunidad, habrá que aproximarse a sus facetas más visibles. Al interpretar los poemas, editoriales y manuales de la abeja morelense se perfilará un intelectual que se esforzó, con tesón, en adoctrinar a los jóvenes morelenses en el marco preceptivo de la ideología liberal.

Robelo caracterizó visualizó a Morelos como un joven púber. En su discurso, la república mexicana ya había alcanzado su madurez, mientras que la entidad al Sur de la Babel Azteca recién había salido de su cuna, dado sus primeros pasos y se encontraba, a fines del siglo xix y comienzos del xx, en su adolescencia.45 Esta personificación que Robelo efectuó del estado de Morelos, revela el optimismo con el cual avistó su porvenir y cuán necesario creyó encaminar a los ciudadanos de esta jurisdicción federal hacia actitudes progresistas y modernas.

Estos apuntes biográficos de los constituyentes del estado de Morelos, demuestran cuán fragmentario es, todavía, nuestro conocimiento sobre el nacimiento de esta entidad. Sin embargo, gracias a este primer esqueje es posible hacerse una idea somera de los orígenes, formación y labor de los representantes públicos que, de 1869 a 1870, redactaron el código fundamental para la existencia política de esta entidad.

A grandes rasgos, estos hombres fueron padres de familias bien enraizadas en Morelos y que comieron el fruto de sus campos. También, manejaron con pericia las leyes vigentes, comerciaron, poseyeron y un par de ellos ostentó el título de abogado. Como funcionarios, atendieron las necesidades de sus regiones de origen y, al integrarse al constituyente de Morelos, se distinguieron por su juarismo. Esta adhesión distó de ser superflua: Celis, Cuadra, González, Necoechea, Peña y Robelo creyeron, con firmeza, que su labor legislativa encaminaría, a cabalidad, un ejercicio responsable del poder que aliviaría la crisis, inseguridad y sublevaciones que destrozaban, desde hacía décadas, a la región sureña. Más que una simple desmembración del estado de México o que una escisión concatenada a la creación del estado de Guerrero, el Estado de Morelos nació por condicionantes internos en los que valdría la pena ahondar con más madurez que polémica.

En pocas ocasiones se han cifrado tantas esperanzas como el 28 de julio de 1870, cuando los diputados de Cuautla, Cuernavaca, Tlalquiltepec y Yautepec juraron guardar y hacer guardar la constitución de Morelos. Al respecto, Robelo repitió hasta sus últimos días que, por la energía de su juventud y el vigor de su ley, este estado tenía el provenir más prometedor de la nación mexicana.

De este episodio germinal de la historia morelense, se concluye que, desde el punto ideológico, político y social, el amanecer de la vida política del estado de Morelos garantizó a sus ciudadanos: igualdad ante la ley, impartición de justicia y salvaguarda de sus derechos; lo anterior, por las hondas raíces del derecho. Recordar las esperanzas que animaron a Celis, Cuadra, González, Necoechea, Peña y Robelo debe motivarnos a obrar en aras de una reforma social que devuelva la paz y seguridad a todos los pueblos del país.

Notas:

1       Ensayo ganador de la medalla Benito Juárez 2020 del Gobierno del Estado de Morelos por el mejor ensayo histórico, en conmemoración de los 150 años de la primera constitución del Estado de Morelos.

2       Rivera, Anales, 1994, p. 19 y Adame, “El juramento”, 1996, p. 22.

3       García, “Historia constitucional”, 2001, p. 231.

4       Enrique Krauze indicó que este término carece, en México, de un carácter forzosamente negativo y define a los caudillos como “los hombres fuertes, los nuevos “condotieros”, los jefes, los dueños de vidas y haciendas, los herederos del arquetipo hispanoárabe que blandía la reluciente cimitarra, o los émulos de los caballeros medievales que se “alzaban con el reino”. Krauze, Siglo de caudillos, 2004, p. 7.

5       Madero, La sucesión presidencial, 2010, p. 268.

6       Desde fecha muy temprana (1822) se instauraron días de fiesta nacional para conmemorar la Independencia de México y recordar a insurgentes de la talla de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Mariano Abasolo, entre otros. Garrido, Fiestas cívicas históricas, 2006, pp. 139-140.

7       Véase López, El sitio de Cuautla, 1992.

8       Ávila, Aspectos históricos, 2002, p. 45.

9       Matute, Antología, 1993, p. 532.

10     Ponce, “La formación del estado”, 2011, vol. 6, pp. 88-89.

11     Ponce, “La formación del estado”, 2011, vol. 6, pp. 90-92.

12     López, Gobernadores, 2000, vol. 1, pp. 5-6.

13     López, Gobernadores, 2000, vol. 1, p. 6.

14     Para mayor información al respecto, véase el editorial “Estado de Morelos” en El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 31 de mayo de 1870, p. 2. El autor de este artículo, al referir el comportamiento de los diputados por Cuautla escribió que “tomaron con demasiado ardor el asunto de la residencia de los poderes del Estado haciendo cuestión tan sencilla en su fondo de proporciones tales, que puso en graves peligros la tranquilidad pública y arrojó el germen de discordia que poco después había de traer al propio Estado muy serias consecuencias.”

15     Altamirano, El Zarco, 2000, pp. 15-19.

16     Altamirano, El Zarco, 2000, p. 18.

17     El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 6 de junio de 1870, p.3.

18     El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 31 de mayo de 1870, p. 2.

19     El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 4 de septiembre de 1870, p. 3.

20     El Ferrocarril, ciudad de México, 15 de marzo de 1870, p. 3. Es probable que los restos de este trazo empedrado haya sido el mismo que se mantuvo “intacto” hasta el año de 2019. Juan José Landa Ávila, “Los caminos de Cuernavaca con el exterior (2)” en El Diario de Morelos, Cuernavaca, 15 de septiembre de 2019.

21     López, Gobernadores, 2000, vol. 1, p. 15.

22     Emmanuel Ruiz, “En el olvido y abandono, el primer Congreso del Estado” en El Sol de Cuernavaca, Cuernavaca, 19 de agosto de 2018.

23     Diputado por el quinto distrito (Tlalquiltenango).

24     Diputado por el sexto distrito (Tlalquiltenango)

25     Diputado suplente del cuarto distrito (Cuautla); entró en funciones a causa de la ausencia del titular, Juan de la Portilla.

26     Diputado presidente del Congreso Constituyente, representó al primer distrito (Cuernavaca).

27     Diputado vicepresidente del Congreso Constituyente, representó al séptimo distrito (Yautepec).

28     Diputado del segundo distrito (Cuernavaca).

29     Por su interés, al término de este ensayo se transcribe la noticia necrológica de Francisco de Celis y Vega.

30     “Partida de bautismo de Francisco de Celis Castañón” en Sagrario Metropolitano, Cuernavaca, Bautismos, microfilme 659082, imagen 41 de 542 consultada en Familysearch.org el 22 de febrero de 2020; El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 26 de septiembre de 1867; La Colonia Española, ciudad de México, 11 de octubre de 1875; El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 13 de noviembre de 1879 y “Defunción” en El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 9 de noviembre de 1885, p. 2.

31     “Partida de matrimonio de Pedro Cuadra Melgosa con Leonarda Gómez” en Cuernavaca, Matrimonios, microfilme 4641087, imagen 256 de 421 consultada en Familysearch.org el 22 de febrero de 2020.

32     López, Historia general, 1994, vol. 1, p. CCXXVIII.

33     Periódico oficial del estado de Morelos, Cuernavaca, 18 de diciembre de 1909, p. 7.

34     El Federalista, ciudad de México, 28 de abril de 1871, p. 2 y Boletín del Ministerio de Hacienda, 1 de enero de 1904, p. 1.

35     “Partida de matrimonio de Ignacio de la Peña y Ruano con Homobona Merelo Galicia” en Mazatepec, Archivo Parroquial, matrimonios, microfilme 725076, partida 1989, imagen 678 de 701, consultada en Familysearch.org el 23 de febrero de 2020.

36     “Acta de matrimonio de Cecilio A. Robelo con María de Jesús Canuta León” en Cuernavaca, Registro Civil, Matrimonios, 1861-1865, microfilme 762509, imagen 87 de 466, acta s.n., fojas 32 y 33 consultado en Familysearch.org el 18 de septiembre de 2019 y “Acta de matrimonio de Cecilio A. Robelo con Marcela Avelar Güemes” en Cuernavaca, Registro Civil, Matrimonios, 1861-1865, microfilme 762509, imagen 313 de 466, acta 19, fojas 11-12 consultado en Familysearch.org el 18 de septiembre de 2019; “Cecilio Agustín Robelo Orihuela” consultado en https://gw.geneanet.org/sanchiz?lang=en&p=cecilio&n=robelo+orihuela el 18 de septiembre de 2019. Agradezco al genealogista Óscar G. Chávez por la diligencia con la que me auxilió al momento de realizar las pesquisas familiares en torno a Cecilio A. Robelo.

37     Jesús Galindo y Villa, “La obra científica y literaria del señor licenciado don Cecilio A. Robelo, M.A.S.”, Boletín de la Biblioteca Nacional de México, 1916, vol. XI, p. 87.

38     La Sociedad, ciudad de México, 9 de febrero de 1867, p. 3.

39     López, Morelos, 1988, p. 55.

40     Al suscribir la candidatura de Manuel Alarcón para la gubernatura de Morelos, Robelo apuntó: “Nosotros, aunque no somos hijos del estado, estamos identificados con su suerte, y tenemos el noble orgullo de contarnos en el número de sus padres, porque tuvimos el honor de ocupar un asiento en los escaños de la Legislatura Constituyente; nosotros, a quienes cupo en suerte guiar al estado en sus primeros pasos de vida política, colaborando en la formación de su Ley Fundamental, abrigamos el vehemente deseo de contemplarlo próspero y feliz en su adolescencia”. El Despertador, Cuernavaca, 9 de mayo de 1896, pp. 2-3.

41     Jesús Galindo y Villa, “La obra científica y literaria del señor licenciado don Cecilio A. Robelo, M.A.S.”, Boletín de la Biblioteca Nacional de México, 1916, vol. XI, p. 89.

42     Que contiene miel o tiene alguna de sus características.

43     Cecilio A. Robelo, Opúsculos del Licenciado Cecilio A. Robelo, S.A., pp.189-190. Este libro consiste en un volumen misceláneo que se formó de la recopilación de varios folletos de Robelo y que actualmente forma parte de la colección digital de la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

44     Jesús Galindo y Villa, “La obra científica y literaria del señor licenciado don Cecilio A. Robelo, M.A.S.”, Boletín de la Biblioteca Nacional de México, 1916, vol. XI, p. 89.

45     Jesús Galindo y Villa, “La obra científica y literaria del señor licenciado don Cecilio A. Robelo, M.A.S.”, Boletín de la Biblioteca Nacional de México, 1916, vol. XI, pp.87-88 y El Despertador, Cuernavaca, 9 de mayo de 1896, pp. 2-3.

Apéndice

Documento 1

“Defunción” en El Siglo Diez y Nueve, ciudad de México, 9 de noviembre de 1885, p. 2.

Defunción. Con profunda pena consignamos la noticia de que el 1º del actual falleció en esta capital el señor don Francisco de Celis, hijo del mineral de Huitzuco, estado de Guerrero, y antiguo comerciante y hacendado de Cuernavaca y Tetecala, estado de Morelos.

El señor Celis fue una de las personas de más importancia en aquellos rumbos, y los muchos elogios que hoy pudiéramos hacer de su persona no son del linaje de aquellos que se prodigan a los que tienen la desgracia de morir.

El señor Celis siempre dejó un huella muy agradable en las poblaciones a donde residió impulsando sus negocios con el crédito de que gozaba por su honradez e inteligencia, haciendo que, debido a su empeño e ilustración prosperaran en el sentido de los adelantos de la época, el comercio y la agricultura, ramos a que se dedicó no solo como especulador, imprimiendo ilustración y sobre todo beneficios en las personas que le rodeaban; pues además del número considerable de familias que subsistían de sus empresas, hasta los indiferentes tenían beneficios que agradecerle, porque en varias ocasiones empleó su influencia cerca de las autoridades para minorar las penas de los que sufrían, y hasta para salvar del patíbulo a varias personas que a virtud de nuestras revueltas intestinas se encontraron alguna vez cerca de la muerte.

Personas como la del señor don Francisco de Celis no se reemplazan fácilmente, y no concluiremos sin decir que en varias ocasiones fue propuesto para ocupar la primera magistratura del estado de Morelos y nunca quiso mezclarse en la política, prefiriendo la tranquilidad de su hogar doméstico.

Damos el más sentido pésame a su familia y deseamos el eterno reposo para el alma del finado. A.A.

Bibliografía

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Garrido Asperó, María José, Fiestas cívicas históricas de la ciudad de México, 1765-1823, Instituto Mora, México, 2006.

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Madero, Francisco I., La sucesión presidencial de 1910, Miguel Ángel Porrúa/Cámara de Diputados, México, 2010.

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Rivera, Agustín, Anales mexicanos, la Reforma y el Segundo Imperio, UNAM, México, 1994.

Robelo, Cecilio A., Opúsculos del licenciado Cecilio A. Robelo, sin editorial, Cuernavaca, sin año. (Véase nota 41)

Por Emiliano Canto Mayén*

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