Este mes se cumplen 159 años del inmemorable paseo de Crescencio Poot por las calles de Tunkás, población que fue reiterado escenario de las acciones militares de la Guerra de Castas, siendo su ocupación en septiembre de 1861, uno de los hechos bélicos, cuyo botín fracturó posteriormente el liderazgo rebelde de los cruzoob. Con relación a dicha acción, repitiendo la estrategia de Tekax, Crescencio Poot1 introdujo un ejército más allá de las patrullas fronterizas, lo hizo marchar en secreto por los Cocomes hasta la carretera de Mérida, y después “llevó a cabo un paseo militar…”, entrando por el Oeste a aquel pacífico poblado de la municipalidad de Izamal.
Ese sábado 7 de septiembre, a las nueve y media de la mañana entró por la calle principal Tunkás una fuerza de cien hombres, mandada por un sujeto blanco que saludó a varios vecinos, llamándolos por sus nombres.2
Se registra que dicho contingente3 avanzó con estricto orden hasta la plaza y ocupó sin resistencia el cuartel. Inmediatamente arribaron dos columnas más, que avanzaron con el mismo orden que la primera y se reunieron con ésta en la misma plaza.4
Se sabe que debido a la anarquía militar que imperaba en el estado, no llamó la atención la presencia de estas columnas, por lo que con facilidad bloquearon todas las calles, quedando la población a merced de los atacantes.5
La historia oral del suceso afirma que los rebeldes entraron disfrazados de mujeres. También se apunta que la mayor parte de la población masculina se encontraba en las tareas del campo. Ambas situaciones facilitaron el triunfo de los mayas.6
Eligio Ancona refiere que uno de los jefes, que hablaba perfectamente español, hizo conducir a su presencia a todos los habitantes del pueblo: hombres, mujeres y niños, e instó a los primeros a secundar un plan político que decía había iniciado en Campeche, siendo, sin embargo, que quien pronunciaba dichas palabras era el jefe sublevado Claudio Novelo, quien mandaba la primera guerrilla; el que encabezaba la segunda era Crescencio Poot, en tanto que la tercera era “comandada por el capitancillo novel Lorenzo Briceño”.7 Para esto, siendo pública la voz de que los jefes militares refugiados en Campeche debían venir con fuerza armada a levantar los pueblos del oriente contra el gobierno de Acereto, Crescencio Poot verificó su entrada por el camino de Mérida con la mayor imperturbabilidad y franqueza, como si fuesen sus tropas los guardias nacionales,8 penetró hasta las calles principales y la plaza, y cubrió avenidas, dando principio en el acto a sus operaciones, las cuales realizó con tal actividad y sigilo que reunió en menos de una hora en uno de los principales edificios a todas las personas visibles y conocidas de la localidad.9
Al respecto dice el propio Ancona:
Los infelices habitantes de Tunkás no salieron de su error sino cuando vieron forzar las puertas de sus casas para robar cuanto se encontraba en ellas, y cuando presenciaron el asesinato de dos desgraciados que quisieron oponerse á (sic) este vandalismo. Luego que los indios hicieron un botín considerable, que se hace ascender á (sic) cuarenta y siete mil pesos emprendieron la vuelta para sus guaridas, llevándose consigo á todos los prisioneros. Cansada y penosa debió haber sido esta marcha por los estrechos y lóbregos senderos que conducían al campo rebelde, si se tiene en cuenta que los bárbaros tenían prisa de llegar á él, temerosos de ser alcanzados por las fuerzas que pudiera destacar el Gobierno en su persecución. Los prisioneros que por su edad, su debilidad ó sus achaques, no podían andar con la rapidez que exigían los verdugos, fueron cruelmente asesinados, quedando regados en el campo sus sangrientos despojos. Estos desgraciados sólo precedían por poco tiempo en la eternidad á sus compañeros de infortunio, porque llegados a Chan Santa Cruz fueron asesinados en masa, sin distinción de sexo ni edad, habiéndose sólo salvado milagrosamente la esposa y la hija de D, Manuel Rodríguez Solís…”.10
Por su parte, Baqueiro dice:
Atónitos quedaban cuantos eran conducidos, al verse en presencia de tan terrible y sereno caudillo, viendo perdida su existencia, habiendo sido uno de ellos el Cura párroco D. Manuel Castellanos, a quien dieron un asiento y quien según informes de algunos que lograron salvarse, sudaba de una manera abundante y guardaba el más profundo silencio, al contemplarse cautivo en unión de sus feligreses. Allí estaban las señoras y señoritas más respetables y distinguidas; todas las autoridades del pueblo; la población entera, en fin, ocupando no ya una sino dos o tres casas; y Crescencio Poot, vestido de levita, aunque siempre de calzoncillo, con relumbrantes prendas en el pecho, paseándose al frente de aquellos edificios, dictando órdenes terminantes y severas, cuidando que los indios guardaran el más inquebrantable silencio, y no atropellaran a las personas que conducían. 11
Este suceso se supo con alarma en Izamal, donde se encontraba el gobernador, quien se dice pensó que dicho acontecimiento era originado por los coroneles Cantón y Navarrete, que con fuerzas del vecino estado de Campeche habían venido a tremolar la bandera de la revolución en el oriente, y no por el ataque de los rebeldes, por lo que no acudió con prontitud a socorrer a las familias de Tunkás, de tal modo que cuando se convenció de la gravedad del asunto, ante la alarma popular, envió al coronel Ortoll con las fuerzas del batallón local para perseguir a los rebeldes, pero “ya ellos habían salido del peligro y caminaban tranquilos a su guarida.”12
Liborio Irigoyen, quien disputaba el poder a Acereto, lo acusó públicamente de haber abandonado sus deberes en el caso del ataque al citado pueblo de Tunkás:
“Que habiéndose hecho necesario el movimiento de los pueblos para volverlos al órden (sic) constitucional interrumpido por la administración de D. Agustín Acereto, y mucho más para salvar al país de su completa destrucción que el mismo gobernador miraba venir impasible aun después del acontecimiento de Tunkás, pues léjos (sic) de acudir á (sic) la salvación de las familias y fortunas arrebatadas por los indios invasores, acumuló en otra parte sus fuerzas é impuso una onerosísima contribución para hacel (sic) la guerra al vecino Estado de Campeche, turbando la paz entre ambos Estados y complicando en vez de aliviar las calamidades públicas de Yucatán”.13
Una versión contemporánea afirma que estando Acereto en Izamal, habíase enterado a tiempo de la situación, pero encontrándose en una reunión social en que departía y brindaba en compañía de otros políticos y militares, no dio importancia al acontecimiento del que entonces se le informaba y no acudió a socorrer a los habitantes de Tunkás, sino hasta varias horas después del acontecimiento14 y ya cuando los rebeldes mayas se habían retirado con su botín.
Asienta Eligio Ancona que el gobernador se encontraba entonces en Izamal, solamente a siete leguas del teatro de los sucesos, pero que “cualquiera que hubiese sido el motivo de su conducta”,15 el periódico oficial no habló de que hubiese tomado más medidas que la salida de una fuerza de cien hombres de la capital y doscientos de Valladolid, destinados a cortar la retirada del enemigo, con el resultado de que ni una ni otra fuerza sirvieron más que para recoger y sepultar los cadáveres con que los bárbaros habían señalado su camino.16
El esfuerzo aislado de algunos vecinos de Tunkás, “convertido en un cementerio”,17 que se enteraron de la fatal noticia desde sus campos de cultivo en que estaban trabajando, intentó seguir los pasos de los rebeldes y rescatar a sus familiares. El pequeño grupo, dirigido por el hacendado Manuel Rodríguez Solís, siguió el camino de Yaxcabá,18 alcanzando a la retaguardia de los sublevados en el rancho Yaxché, pero fueron rechazados en tres ocasiones en el camino a Kancabdzonot, con sólo la pérdida de un indio rebelde, que cansado había quedado a la entrada de una de las poblaciones desiertas,19 por lo que “no les quedó, al fin, otro recurso que volver tristes y con el corazón desgarrado á la población, todavía humeante, donde ya no estaban sus mujeres ni sus hijos”20 y donde, según Serapio Baqueiro, oyeron a los indios decirles:
¡Pobres de ustedes: pobres de ustedes hijos de Tunkás, que ya no volverán a ver a sus esposas y a sus hijos!21
Serapio Baqueiro señala que más de seiscientas personas fueron llevadas cautivas a Chan Santa Cruz, cuartel general de los rebeldes mayas.22
El Constitucional, periódico oficial, comentó la atroz noticia de la siguiente manera:
“El desastre de Tunkas fuè (sic) tan grande que puede decirse sin exageración que ese pueblo ha desaparecido”.23
Informe de un vecino, publicado por el periódico oficial, nos permite conocer algunos de las consecuencias materiales del feroz ataque:
“El Sr. Ancona calcula en 47000 pesos lo que robaron los bandidos en aquel día en Tunkás, de los cuales cree que 25000 pesos fueron en efectivo y el resto en valores de varias clases. Además se llevaron mas (sic) de cien mulas y sobre 4000 pesos en efectos que eran conducidos á varios puntos, de cuya cantidad una parte pertenecía al mismo Sr. Ancona y la otra al joven comerciante D. F. Molina”.24
A través de las páginas del periódico El Constitucional podemos seguir el impacto que en la sociedad yucateca dejó el ataque. En una nota del 15 de septiembre se refiere que el suceso de Tunkás produjo un estado de dolor tan grande, pero a la vez de solidaridad, manifestado por los vecinos del estado a través de la realización de campañas a favor de la persecución de los atacantes y liberación de las víctimas.25 También se comentó que, en las principales poblaciones, como Motul y Mérida:
“personas de las más principales y mejor acomodadas… desean tomar las armas, abandonando si fuese necesario, sus casas y ocupaciones para ir sobre el enemigo común...
M. Barbachano”.
De acuerdo con las evidencias, lo distintivo del ataque a Tunkás fue precisamente la captura de cientos de pobladores, su traslado a Chan Santa Cruz y posteriormente, la intención de obtener el pago de rescates para su liberación, lo cual constituía una nueva estrategia para captar recursos.26
La memoria histórica de los habitantes del municipio guardó infinidad de sucesos y detalles sobre el contundente ataque del 7 de septiembre. A siglo y medio de los sucesos, los testimonios nos dicen tanto de lo que pasó en aquel lejano día, como del modo en el que la Guerra de Castas impactó en el imaginario de pobladores de las localidades escenarios de las batallas, correrías y amenazas características de dicho proceso social.
Refiere la tradición oral que la señora Luz Quiñones, refugiada en el interior de la iglesia con otros pobladores, salvó su vida y la de muchos otros, cuando comenzó a tocar las campanas, gritando que se aproximaban las fuerzas de Cenotillo27 para rescatarlos.28 Ello motivó la retirada urgente de los rebeldes mayas encontrando los tunkaseños un respiro con dicha situación.
Un caso registrado en la memoria histórica de los tunkaseños es el del capitán Carlos Sierra,29 quien fue capturado y trasladado a Chan Santa Cruz. El militar tuvo una muerte común entre los cautivos de los cruzoob: fue embriagado con pólvora y ron, “toreado” y muerto a machete en la plaza pública del poblado rebelde, lo que fue relatado por algunas de las personas que lograron salir de Chan Santa Cruz30 mucho tiempo después y que regresaron a la población de Tunkás.
Una de las fuentes de este relato fue una niña indígena que días después de la llegada a Chan Santa Cruz se fugó en compañía de otra menor de similar edad, de la que era servidumbre. De acuerdo con la señora Pilar Sierra, sobrina nieta del capitán ejecutado en Chan Santa Cruz, habiendo huido las niñas de dicho lugar, rápido se supo entre los rebeldes de la fuga, por lo que salió un grupo de ellos en su búsqueda, siguiendo las pistas por varios días, y habiéndose aproximado a las mismas, éstas se percataron de ello y se guardaron en una cueva, con tan mala suerte que su perro –que las había acompañado en el cautiverio y la fuga– comenzó a ladrar, lo que condujo a los perseguidores al refugio natural, en donde al acto dieron muerte a la niña “blanca”, no así a la niña indígena, siendo el caso que al llegar ésta a Tunkás después de ser entregada por las autoridades de Peto, a cuyo lugar llegó tras la fuga, narró lo ocurrido, incluyendo los hechos que culminaron con la muerte del capitán Carlos Sierra.31
Con relación al hecho de “torear” a sus prisioneros, Genaro Pool señala: “cuando la guerra estaba en su furor, cualquier extraño que caía en manos de los mayas, los llevaban y los soltaban en el pueblo32 para “torearlos” como animales de lidia. Cuando veían que los prisioneros se encontraban casi desfallecidos agarraban sus machetes y los descuartizaban, aunque en ocasiones se les daba el tiro de gracia”.33
Sobre los cautivos de Tunkás apunta Baqueiro:
No volvieron a verlos en efecto,34 salvo rarísimas excepciones, pues además de que en el tránsito habían sido asesinadas sin distinción todas aquellas personas, que fatigadas por el cansancio no pudieron soportar las penalidades consiguientes, apenas les dieron en Santa Cruz una pequeña tregua, ocho días según informes de testigos oculares, cuando fueron conducidos a la plaza, y puestos en formación, en presencia de los caudillos; después de que éstos conferenciaron un momento en reserva, se desprendió de la reunión uno de ellos, y desenvainando un relumbrante machete, los fue separando para que guardaran espacio, y luego que esto hizo se puso a derribar cabezas, con tan singular habilidad y crueldad, que todas ellas se desprendían casi de un solo tajo, haciendo vacilar los troncos ensangrentados que en seguida igualmente quedaban tendidos en la tierra.35
Continuará.
Notas
1 Con relación a su nombre propio, Poot parece haber utilizado Cresencio (como en el Chilam Balam de Tuzik). Ver Sullivan, Paul, op. cit. p. 42.
2 Esto refuerza la opinión de que los rebeldes contaban con una amplia red de espionaje y que el contacto con ciertos sujetos de la población era evidente con la actitud del líder maya en una población donde todos debían de serle ajenos.
3 Comunicación personal con la Mtra. Pilar Pérez Sierra (noviembre de 2010).
4 Ancona, Eligio, Historia de Yucatán. Yucatán, México: Ediciones de la Universidad de Yucatán. T. V, 1978 p. 121.
5 Reed, Nelson, La Guerra de Castas de Yucatán. México, D.F: Biblioteca Era, 1987. p. 181.
6 Comunicación personal con la Sra. Pilar Sierra Rendón (septiembre de 1986).
7 Ancona, Eligio, Op. cit. Tomo V, p. 121.
8 Baqueiro, Serapio. Ensayo Histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde el año de1840 hasta 1864. Yucatán, México: Universidad Autónoma de Yucatán. 5 tt, 1990p. 163.
9 Idem.
10 Ancona, Eligio, Op. cit. Tomo V, p. 122.
11 Baqueiro, Serapio, Op. cit. Tomo V, p. 163.
12 Ibid. Tomo V, pp. 164-165.
13 Manifiesto de Liborio Irigoyen al pueblo de Yucatán. (Ver anexo 4).
14 Comunicación personal con la Sra. Pilar Sierra Rendón (mayo de 1987).
15 Ancona, Eligio, Op. cit. Tomo V, p. 122.
16 Ibid. Tomo V, p. 122.
17 Baqueiro, Serapio Op. cit. Tomo V, p. 165.
18 Idem.
19 Idem.
20 Ancona, Eligio, Op. cit. Tomo V, p. 123.
21 Baqueiro, Serapio, Op. cit. Tomo V, p. 165.
22 Ibid. Tomo V, p. 163.
23 El Constitucional, núm. 459, 15 de septiembre de 1861.
24 El Constitucional, núm. 459, 15 de septiembre de 1861.
25 El Constitucional, núm. 459, 15 de septiembre de 1861.
26 Sullivan, Paul, Vida y muerte de Bernardino Cen en: Negroe Sierra, Genny: Guerra de Castas: actores postergados. Yucatán pp. 69-72.
27 Se refería al Regimiento de la Guardia Nacional acantonado en dicho pueblo.
28 Comunicación personal con la Mtra. Pilar Pérez Sierra (abril de 2012).
29 Carlos Sierra era hermano del capitán Pilar Sierra, quien también participó en la campaña contra los rebeldes.
30 Comunicación personal con la Sra. Pilar Sierra Rendón (julio de 1987).
31 Comunicación personal con la Sra Pilar Sierra Rendón (julio de 1987).
32 Se refiere a Chan Santa Cruz, hoy Felipe Carrillo Puerto en el estado de Quintana Roo.
33 POOL JIMÉNEZ, Genaro, Historia oral de la Guerra de Castas de 1847, según los viejos descendientes mayas, p. 39.
34 Se refiere a las familias de don Manuel Rodríguez Solís y los pocos sobrevivientes.
35 Baqueiro, Serapio, op. cit. Tomo V, p. 166.
Por Dr. Carlos Alberto Pérez y Pérez*