A cinco años de haber recibido el primer premio en el Festival Internacional de la Imagen (FINI), la artista multidisciplinar meridana, especializada en fotografía construida, Ana Lizette Abraham Palma, resultó acreedora al segundo lugar en la categoría “Técnicas alternativas profesional” de la X edición del FINI, con la serie Tejidos imaginarios. En las piezas de esta colección, la artista recupera las técnicas textiles, las relaciones humanas y la crisis del agua que viven las mujeres chiapanecas de Chenalhó, en Los Altos de Chiapas.
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En entrevista con POR ESTO!, Lizette Abraham esclarece, en primer lugar, que la fotografía construida, frente a otras técnicas de la imagen, trabaja más con el imaginario personal. Se basa, principalmente, en el diseño y construcción de una escena, así como en el ámbito digital. Uno puede construir una escena en un estudio, que es un espacio cerrado, o puede construir una escena en el fotomontaje, ya en la dimensión digital. Yo combino las dos técnicas, que es la construcción de la escena, así como la exploración de herramientas digitales a través de la edición con programas como Photoshop”.
A pesar de la inusitada capacidad creativa, “la fotografía construida no es algo nuevo”. Explica la entrevistada: “desde Louis Daguerre, los fotógrafos comenzaron a descubrir la imagen. Inician con el fotomontaje en el cuarto oscuro, o realizando retratos en un estudio, donde comienzan a caracterizar los personajes, intentando que estas escenas sean más interpersonales. La foto construida se basa en un proceso mucho más lento para darse oportunidad de personalizar un imaginario, que no parte de una realidad, como lo hacen la foto documental o la foto periodística, que tratan más el instante decisivo de un suceso. En la foto construida, hay tiempo de diseñar el personaje, sus vestuarios, el escenario, así como de repensar la imagen y darle sus colores”.
“De hecho”, prosigue, "¡la fotografía documental es construida también”. ¿Por qué? “El fotógrafo elije la luz, el momento y la mirada. Podríamos decir que toda fotografía es construida, pero es la intención la que divide a estas disciplinas. El fotógrafo documental puede ir por la calle, inspirándose de su entorno, mientras que quien realice fotografía construida, a través de su imaginación, levantará una escena, una construcción personal que viene más de una visión que tiene y que empieza a trabajar desde ella”.
La foto construida hace también “cruces con otros tipos de disciplinas artísticas, como la instalación. Lo que hago es ‘instalativo’; igualmente es escénico. Utilizo la expresión corporal. Hay otro cruce con lo teatral entonces. Como artista, partí desde el ‘performance’, y después fui a la fotografía. Por igual hay una parte reflexiva dentro de mis fotografías, que siempre trato de introducirla”.
En cuestión de estilo, comparte Lizette Abraham, “se trata de un trabajo que he estado descubriendo y cosechando de los trabajos anteriores para llegar al que hago actualmente. Este trabajo tiene que ver con lo surreal, con lo onírico, pero también con la reflexión social”.
Una de las crisis que atraviesan algunas de las obras ganadoras del FINI 2021 se encuentra en la comunidad chiapaneca de Chenalhó, a la que la fotógrafa viajó como parte de un proyecto estimulado en 2018 con la beca del Fondo Nacional de Jóvenes Creadores (FONCA). Explica Lizette Abraham: estoy enamorada del arte textil, de las mujeres tejedoras. Sin embargo, este arte me lleva también a conocer las problemáticas sociales y políticas que sufren las mujeres en Los Altos de Chiapas. Una de las crisis es la diabetes, muy presente, y otra es del agua, que están conectadas de alguna manera. Tuve la oportunidad de ver la empresa Coca-Cola que está instalada en la región, e investigué sobre la situación. ¿Cómo era posible que esta industria estuviera situada ahí? La problemática es enorme, y no se está abordando lo suficiente. Todo es una cadena de situaciones que se van desplegando desde el permiso que se da para que la empresa se instale, tanto generando trabajos que no son los de los indígenas que labran la tierra, dejando muchos su lugar para ir a esa industria a laborar”.
Sucede que “Chiapas es uno de los lugares que tiene la mejor calidad del agua en toda la república mexicana. La Coca-Cola, y muchas otras empresas, lo saben, y se van allá. Cuando llegan, hay una fuerte publicidad y nueva educación de consumir este refresco como si fuera agua, una fuente vital. Cada medio kilómetro, en Los Altos de Chiapas, había una tiendita promovida por la refresquera, para que tengan sus logos y su publicidad, vendiendo Coca-Cola a un precio más bajo que el agua. Eso no puede ser. Todo eso es una forma para las personas del lugar consuman más ese producto. Muchas mujeres y hombres terminan por tener diabetes por el consumo, que no está asesorado por especialistas que puedan decirles qué clase de contenido es el que están ingiriendo”.
Por lo demás, comenta la fotógrafa a partir de su involucramiento, “el hecho de que la Coca-cola esté todos los días absorbiendo y trabajando el agua deriva en que muchas comunidades, más alejadas de Los Altos de Chiapas, ya no tienen el líquido. Cada vez les es más difícil conseguirla. Esa bola de nieve que se hace más grande ha existido desde hace mucho tiempo, quizá por más de 10 años. Es grave, porque mucha gente se está enfermando y eso les hace dejar el campo. Pierden el quehacer de sembrar, porque se están empobreciendo en su salud y su propia economía”.
No sólo las relaciones sociales son significativas para la artista. También los materiales tienen valor por sí mismos. “Los materiales siempre han estado conmigo, desde el ‘performance’, cuando usaba muchos aparatos para romper, volver a armar y formar objetos”. Cuando Lizette Abraham comenzó a preferir la fotografía, “estos materiales vinieron conmigo. De repente, se me ocurrió trabajar con la tela. Comencé a tapar mi cuerpo, e inicié a ver cómo darle significado a la tela y cómo explorar con ella. Me pregunté: ¿qué pasaría si llevo un material al límite? Puedo arrugarlo, congelarlo, quemarlo, anudarlo… ¿Cómo podría construir sensaciones? Me quedé un rato con la tela para explorar esta dimensión del material y de cómo fotografiarlo”.
Después de eso, comenzó a crear “Tejidos imaginarios”, dándose cuenta que el hilo, para ella, “es un material ‘pesadilloso’ al trabajar en la imagen. Sin embargo, metaforiza todo lo que estoy tratando de conectar con las tejedoras, que es el bordado, el tejido no sólo material, sino también entre ellas: tejer conocimiento, armonía. Tejen y se conocen entre ellas. Tiene que ver también con el feminismo en las comunidades. Quise glorificarlas un poco, porque están en un lugar terrible en cuestión de carencia. Aun así, ellas luchan, son fuertes. No son víctimas. Pero cada vez las empobrecen más, porque llega el capitalismo con las compañías transnacionales y todas sus nuevas costumbres. Eso pone en jaque a las comunidades y sus propias tradiciones”.
“Yo no soy una indígena, ni vivo en ese lugar”, advierte la entrevistada. “Pero, de alguna manera, a través de mi mirada puedo absorber lo que a mí me preocupa de la comunidad. Se forma así un imaginario personal. Trato de tocar estos temas como canales para abrir diálogos. Uso la imagen como pretexto para abrir estas puertas y comunicarnos, haciendo presentes estas problemáticas que a todos nos deberían importar”.
Lizette está comprometida con su tiempo, “con proyectar algo de lo que me preocupa y vivo todos los días, dentro de lo que me afecta como ser humano. También vivo mi tiempo de la tecnología, de la libertad de creación, y mi tiempo como mujer feminista, preocupada y afectada por todo mi entorno, tanto en México como en Mérida. Y también vivo mi tiempo de creer en el arte, sobre que todavía puede abrir puertas, diálogos, y ser un puente para seguir pensando y reflexionando ante lo que nos sucede, teniendo en alto la esperanza que el mundo se transformará en un lugar mucho mejor de lo que ahora tenemos”.