A lo largo de la historia de la literatura existieron autores que por diferentes circunstancias no han sido valorados, y sus obras no tuvieron el reconocimiento esperado. Algunas de las razones fueron las temáticas que trabajaron, las formas estéticas que eligieron, los comportamientos a causas que defendieron, o la simple suerte de no tener los recursos y contactos para poder triunfar en el mundo del arte, tal es el caso de Ernesto Albertos Tenorio (1879-1959).
La obra de Ernesto Albertos se caracteriza por las múltiples temáticas que trabajó, que van desde la figura del indígena maya, el erotismo, las problemáticas sociales hasta las enfermedades mentales, la soledad y el dolor. Las enfermedades mentales fueron su tema predilecto, lo cual podemos verlo en su poemario titulado Manicomio y otros poemas (1918-1949). Lo nuevo y lo transcendente lo encontramos en sus temas, pues la estructura que utilizó en sus poemas fue siempre el soneto.
Con su soneto “Placer”, Albertos Tenorio se posiciona como uno de los primeros autores de la producción literaria yucateca en tratar el erotismo en su obra. Un erotismo expresado mediante el empleo frecuente de imágenes y referentes del cuerpo humano, y del mismo acto sexual. Esto lo vincula, de igual forma, con la poesía hispanoamericana de finales del siglo XIX (El Modernismo) pues, adopta el estilo Dariano, y va de la mano con el pensamiento modernista en donde “La recuperación del cuerpo para la literatura implica una ideología, fundamental para el pensamiento poético de la modernidad hispanoamericana” (Rivera, 1997: 1). En términos literarios, se busca: la recuperación del vocabulario de las percepciones sensoriales, sensualidad y erotismo. Esto podemos verlo cuando, al igual que en los primeros textos de Rubén Darío, Albertos Tenorio enfoca su atención en las experiencias corporales y el cuerpo humano desnudo.
Lo erótico ha sido asociado y confundido con lo obsceno o pornográfico. Dicha confusión se debe a que, lo obsceno está vinculado con representar en el plano social, y en nuestro caso, a través de lo escrito, todo lo relacionado con la sexualidad, el placer y el goce. Lo sexual cae en el terreno de lo prohibido y del tabú, sobre todo en las sociedades donde la religión y la tradición occidental están presentes.
A partir de la definición de erotismo que George Bataille nos presenta en su libro El erotismo (2013), la actividad sexual reproductiva del ser humano se puede significar como un acto erótico; este autor separa al erotismo del hecho sexual simple, como una búsqueda más bien psicológica, que se da de forma independiente a la reproducción natural (Bataille, 2013). Cuando se habla de erotismo no se hace referencia a la perpetuación de la especie, sino del placer y goce expresando, una necesidad biológica en los individuos.
El erotismo fue objeto de una condena que se dio de forma radical y, al mismo tiempo, cayó en el territorio de lo profano. Erotismo e impureza siguen un camino en paralelo, mientras más poder y creyentes obtenía la Iglesia, más castigado y repugnado era el goce sexual:
La orgía, donde se mantenía, más allá del placer individual, el sentido sagrado del erotismo, debía ser objeto de una atención particular por parte de la Iglesia. La Iglesia se opuso de manera general al erotismo. Pero la oposición se fundamentaba en el carácter profano del Mal que constituía la actividad sexual fuera del matrimonio (Bataille, 2013: 130).
La imposición de que todo lo relacionado con la sexualidad era pecado, no solo se dio en lo corpóreo, de igual forma dominaba en el lenguaje y en el pensamiento.
Se piensa que la civilización empieza cuando la satisfacción total de las necesidades es abandonada. Mientras más placer y libertad, menos civilizada será la sociedad y, de lo contrario, el descontrol y la destrucción estarán presentes siempre en el Estado. Esta idea es presentada por Marcuse en su libro Eros y Civilización (1983), en donde retoma la idea primitiva de placer y la contrarresta con la historia de la represión del ser humano que plantea Freud. Tenemos, entonces, que “si la ausencia de represión es el arquetipo de la libertad, la civilización es entonces la lucha contra esa libertad” (Marcuse, 1983: 27-29). Lo políticamente correcto, la moral y los valores, se transforman y se establecen en un nuevo modelo que, según Marcuse pasa “de satisfacción inmediata, placer, gozo, receptividad, ausencia de represión, a: satisfacción retardada, restricción de placer, fatiga, productividad y seguridad” (Marcuse, 1983: 29) Estos cambios de estadios se han dado a lo largo de la historia.
Las sociedades, aquellas donde existe un sistema de instituciones que se han materializado, provocan que el individuo crezca dentro de dicho modelo, lo asimile, así como aprenda de las obligaciones, permitiendo que se transmita de generación en generación. Esta ideología conlleva una serie de represiones que se vuelven automáticas en el pensar, de esta forma el sentido de culpa permanece en el inconsciente. Es por eso que Freud afirma que “la historia del hombre es la historia de su represión” (Marcuse, 1983: 27). Por lo cual, es evidente que la religión y la cultura restringen, además de la existencia social y biológica de los individuos, su estructura instintiva. Es decir, la dominación más efectiva es la que viene impuesta ideológicamente. Por ello, la represión sexual siempre será una forma de control social, desde la imposición de un modelo de familia ideal, hasta lo aceptado o castigado por las instituciones religiosas de carácter moral, siempre con el objetivo de controlar al ser humano.
Por lo tanto, La escritura siempre logra revelar lo que se supone debe mantenerse oculto. Muchos escritores hicieron énfasis en lo erótico para evidenciar que lo relacionado con la sexualidad es una realidad de los individuos, necesaria y vital como cualquier otra necesidad. Dicho énfasis no surge solo para evidenciar la necesidad humana, sino que fue y sigue siendo, una forma de protesta y transgresión en contra de las imposiciones religiosas y las convenciones sociales.
En cierta forma se busca perturbar (con la escritura) la estructura del orden social dominante, trasladando el placer sensible que se encuentra en la esfera privada a la esfera pública. Un acto simple como el hecho de nombrar la cosa, demuestra la lucha del individuo que de forma paralela pondrá a prueba los valores culturales.
En su obra Eros y Civilización el estudio de Marcuse demuestra que el Eros libre nunca va a impedir la existencia de relaciones sociales civilizadas y duraderas. Existe la necesidad de ruptura de toda creencia utópica de un mundo feliz pero, sin renunciar a la ambición de un cambio en la realidad. Se busca la resistencia a todo aquello que pretenda negar el placer de los sentidos. Marcuse, pone sus esperanzas en un arte erótico, el cual se deje guiar por la imaginación y que dicha imaginación se concrete en la configuración de un mundo en donde “[…] el placer constituye el punto de conexión para que se articulen y se refuercen, el uno con el otro, todos los instintos vitales” (Bentivegna, 2014: 146).
Podemos entonces ver al arte como como artefacto donde puede llevarse a cabo las transgresiones y la libertad. El optimismo del pensamiento Marcusiano se mantiene a través de la apuesta por la rebeldía de Eros, por un arte que sea emancipador “La asimilación social de la libido, a diferencia de su represión, permite que los procesos eróticos, incluso los más desenfrenados, sean mitigados, asimilados y tolerados por la cultura” (Bentivegna, 2014: 146).
El transgredir de una poética yucateca
En muchas ocasiones el arte ha sido una herramienta para la transgresión. En las sociedades en donde, lo erótico es rechazado por las ideologías moralistas, surgen artistas, escritores, pintores, etc. que se ven atraídos hacia estas formas de manifestación artística. Dichos artistas hacen de su obra poética, como diría Octavio Paz: “el testimonio de los sentidos” (1993: 9). Es en este contexto en donde se encuentra Albertos Tenorio y su poema titulado “Placer” el cual fue publicado en el libro Cisnes Negros (1949).
Son evidentes los temas y rasgos estilísticos/modernistas de los que el soneto está constituido, esto hizo que la poética de nuestro autor se ubicara y comunicara con las propuestas poéticas de los autores de la primera mitad del siglo XX. Encontramos que una de las propuestas principales en “Placer”, es el rescate de la promoción modernista hacia la exaltación de la mujer con las imágenes del cuerpo femenino vinculado con la tierra y la naturaleza, el cual, de igual manera, es depositario de vida. Y la proyección de la naturaleza como espacio para la belleza (Ramos, 2013: 126).
El soneto está escrito en tercera persona, esto deja al lector y al mismo tiempo al propio autor, en el plano del espectador. El acto nos es narrado; y en ese mismo momento, al leer, adquirimos el papel de voyeristas. En el placer el ser humano se exterioriza, se proyecta hacia fuera, expone su intimidad; en ese momento ésta se disipa, desaparece. La intimidad, al volatizarse pierde su cualidad, lo que la constituye, la reconditez, lo seguro, lo que nadie ve “la intimidad deja de serlo al ser violada profanando su sagrado recinto.” (Bataille, 2013: 50), como espectadores profanamos la intimidad del acto erótico: “Contempló el tibio oleaje de su carne extasiada. Jugó con los botones de sus senos, gozosa, y vibrando al influjo del ansia voluptuosa, sus manos deslizándose por la piel satinada” (Tenorios, 1949: 101). La mujer se contempla a sí misma justo como nosotros y el narrador lo hacemos.
El placer está hermanado, además del acto carnal, con la observación, la contemplación y el deseo del otro: “el erotismo es ante todo y sobre todo sed de otredad” (Paz, 1993: 16), en este caso la mujer descrita. La importancia de la mirada es la devolución de la misma, en reconocimiento del deseo del otro. Somos, como describe Sartre “un mirón observando por el ojo de una cerradura” (Wollen, 2008: 10)
El primer verso nos narra el inicio de la acción sexual y es el momento preciso en el que la mujer descubre su sexo para el otro (que en este caso pudiera el lector o el mismo narrador, quienes toman el papel de voyerista). El autor compara los genitales con elementos naturales como “pulpa cálida”, “piedra preciosa” y “selva”. El cuarteto es la presentación y descripción del lugar/objeto del placer. La anunciación de sus partes animales es la primera fase del acto sexual: la excitación.
La propuesta modernista es evidente: la mujer no es sí misma, sino que es un símbolo cuya referencia es el poema. Cuando leemos “abdomen de diosa” la exaltación de la mujer y del amor sexual se fusiona con lo espiritual, haciendo que el acto físico y lo femenino permanezcan en armonía con lo divino. En esta particularidad, lo erótico deja de ser un acto sinónimo de bárbaro o maldito “[…] sexo y erotismo tienen de este modo un componente simbólico como manera de comunicarse con lo trascendente, con el universo” (Rueda, 2014: 165). Muchos textos religiosos comparan el placer sexual con el deleite extático del místico y de la misma forma con la beatitud que existe cuando se da la unión con la divinidad: “para la tradición filosófica Eros es una divinidad que comunica la obscuridad con la luz, la materia con el espíritu, el sexo con la idea, el aquí con el allá” (Paz, 1993: 21).
En la estética modernista: “[…] la poesía y la mujer celestial y mundana son la esencia de esa fuerza que habría de permitir al hombre hacerse uno con el universo y alcanzar la unidad con lo que lo rodea” (Jrade, 1986: 125). El acto sexual y el cuerpo de la musa hacen posible la comunicación con la naturaleza “el erotismo es un ritmo: uno de sus acordes es separación, el otro es regreso, vuelta a la naturaleza reconciliada” (Paz, 1993: 22). El acto sexual se muestra como una ración de paraíso, la cual todos los hombres y mujeres pueden disfrutar.
En la primera estrofa presenciamos el desnudamiento de la musa y la apertura al acto sexual. La segunda estrofa da lugar a la contemplación de la figura de la mujer mientras ésta juega con su propio cuerpo. La tercera es el inicio de la cúspide del acto erótico llevado acabo por y para la musa. A pesar de que en el poema no exista penetración por parte de la figura masculina (pues el poema narra la masturbación de la musa), la disolución de la discontinuidad está presente: “sus manos deslizáronse por la piel satinada, Pósalas un momento sobre el leve vampiro” (Tenorios, 1949: 101). Es la musa quien, como Bataille sugiere, se desprovee de su carácter limitado y se otorga el carácter de lo ilimitado e infinito perteneciente a la esfera sagrada (2013). El hablante lirico es invitado a la sola observación de esta transición hacia lo divino que la musa experimenta con la masturbación. Al perder el pudor se rompe la barrera que al separarla del amante, la volvía impenetrable: “Y al hundir en las alas de negro terciopelo, un dedo como un áspid de nieve tornasol”, Cuando se abre al juego sexual, se abre a la violencia impersonal que la desposee de su ser individual. La musa comienza tomándose a sí misma, a su propio cuerpo como objeto de amor. La masturbación como símbolo de libertad y liberación, reclama autonomía y rompe las prescripciones establecidas. Al final es una expresión de la legítima búsqueda del placer sin cortapisa alguna.
La última estrofa es la culminación del placer. El dedo comparado con una víbora, penetra a la musa, y en su rostro se refleja el placer. Siempre se vive con la idea que el orgasmo es la culminación y la satisfacción plena del deseo sexual, no nos percatamos que simultáneamente le estamos llamado muerte.
Comentarios finales
La poética erótica que encontramos en su lírica, en primera instancia, se muestra como una erótica voyerista, que le da el protagonismo a la mirada del otro sobre un objeto de deseo, en este caso dicho objeto es el cuerpo femenino de un personaje que se proclama como dueña única de su cuerpo. Al percibir el cuerpo de la musa como algo real y vivo, el espectador fue capaz de desearlo. El poema gira al rededor del deseo del otro que solo puede mirar. La mirada fija revela un exceso de intimidad, de sexo o de expresión demasiado libre de emociones (Davis, 1973:85) es por eso la prohibición y el tabú que se instaura en la mirada voyeur.
Introduce, así como los poetas modernistas, un discurso erótico sensual y lascivo, el cual es francamente desafiante de los valores del catolicismo. Al igual que los enunciadores modernistas, trabaja con el desnudo y la descripción deleitosa y libidinosa del cuerpo humano. Por la temporalidad de publicación, Albertos Tenorios se posiciona como uno de los pioneros en tratar el tema erótico en la poesía yucateca.
En su trabajo vemos una exaltación del cuerpo femenino tal y como los poetas modernistas habían proyectado en sus obras. Este rasgo estilístico lo saca de la poética local, cuyos temas principales era la exaltación y la descripción del paisaje, y lo pone en una poética universal. Si bien, en su poema no existe una penetración como tal, su transgresión consiste en el nombramiento y en la descripción de una sexualidad activa femenina que no se había visto en las obras de la constelación literaria del Yucatán de 1949.
Se está consiente que a pesar de que la voz poética de Albertos Tenorio es descrita como una voz agria y dolorosa, existe la aceptación de que su poesía abrió nuevos caminos a la poesía de Yucatán “Mostro nuevas formas de decir las cosas, de nombraras”. Pese a que el erotismo se presenta generalmente en los textos cuyos rasgos característicos los denominan “literatura popular”, el manejo del leguaje hace que su poesía acceda a las formas canónicas de la literatura culta (Ruiz, 2005: 76). La relativa inexistencia de estas formas de discurso poético, se puede interpretar como un indicio de la existencia de una exclusión, la cual está basada en el menosprecio de un discurso considerado indigno. De toda la producción literaria que se ha dado a conocer de este autor, los poemas a los cuales podríamos situar en la categoría de erotismo, son escasos, aproximadamente 5 poemas.
En casos extraordinarios cuando salen a la luz poemas cuya temática caen en el tabú y la prohibición, aunque sea uno entre cientos, cuyas temáticas son aceptadas por las normas del lugar de su producción, nos hace ver que en el arte y, por lo tanto, en el comportamiento humano, la trasgresión es una actividad que está presente.
Habíamos mencionado el manejo de los temas tabús de Ernesto Albertos Tenorio, y al mismo tiempo, su destierro de las antologías poéticas. Stein decía “que el escritor contemporáneo, el que escribe con/desde el sentido temporal de su época y, luego entonces, en contra de los hábitos heredados del pasado o los imaginarios del futuro, siempre producirá algo -con la apariencia de fealdad- “(Stein, 1975: 151-160). Con la expresión “fealdad” se refiere a algo irreconocible, algo con lo que no se estaba familiarizado o que no gustara por lo escandaloso que resultaba. Esto ocasionaba que el escritor fuera sutilmente rechazado por su generación y aceptado por la siguiente, ya que el producto se había vuelto “perceptible”.
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JG