Cultura

Revelaciones escritas en un baño: Dios tiene tripas de Laura Sofía Rivero

Los textos del libro de Laura Sofía Rivero giran en torno al tabú más universal: el uso del sanitario, lo escatológico que se oculta
El ensayo que abre el libro fue rechazado de una antología por hablar de las excreciones humanas, pues no lo consideraban femenino, lo que desconcertó a Rivero / Especial

¿Qué es el ensayo? Su naturaleza cambiante y su amplia gama de posibilidades lo vuelven un género difícil de definir. Este “centauro de los géneros”, como lo llamó Alfonso Reyes por su naturaleza mixta, es cambiante y amplísimo, introspectivo y reflexivo; quizás son estas características las que lo convirtieron en un género predilecto en Latinoamérica. Y lo sigue siendo, como demuestra el libro Dios tiene tripas, de la autora Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993) que parece regodearse en la heterogeneidad del género a lo largo de 11 textos que celebran la forma del ensayo y el goce de la escritura en torno a un tema muy particular.

Noticia destacada

Unicornio Por Esto!: El misterio de Margarita Chi

Noticia destacada

Operación Unicornio: ¿Qué protocolo se seguirá por la muerte de la Reina Isabel II?

Los ensayos del libro giran en torno al tabú más universal: el uso del sanitario. Si el ensayo, como dice Rivero, es “la escritura impúdica de quienes muestran sus cavilaciones sin recato”, la meta de Dios tiene tripas parece ser deshacerse del recato para abordar este tabú y sus implicaciones. Quizás por el desdén con el que se recibe lo escatológico en la actualidad, sobre todo en el arte, es interesante recordar que fue un tema más que presente en la literatura de los siglos pasados. Basta recordar a Cervantes o a Shakespeare, quienes no dudaban en recurrir al humor físico, sobre todo al relacionado con las funciones humanas. Si vamos aún más atrás en la línea cronológica es imposible ignorar la cantidad de chistes sobre deshechos, hedores y prácticas poco higiénicas en aquellos textos fundadores de nuestra literatura occidental. La verdad es que si quisiéramos eliminar lo escatológico de obras como el Decamerón de Boccaccio o de los Cuentos de Canterbury de Chaucer, nos quedaríamos solo con unas cuantas páginas.

¿Por qué entonces se ha convertido en un tabú? A través de distintos temas referentes a lo que podríamos llamar la “cultura del W.C.”, Rivero logra evocar reflexiones acertadas y humorísticas sobre nuestra sociedad. Y es que en realidad los hábitos sanitarios de la sociedad hablan mucho de cómo están conformadas las esferas pública y privada, de los conceptos de vergüenza, humillación y vulnerabilidad, de las acepciones burguesas de la privacidad y la intimidad que tenemos tan arraigadas, y de muchos otros hábitos y costumbres que han pasado a considerarse “naturales” cuando en realidad no son sino el ocultamiento de lo que es realmente natural: todos vamos al baño.

La escritura de Rivero evoca al ensayo en sus orígenes, en su libertad temática y su formato derivativo, pero resalta en ella también una vena humorística que sobresale en textos como el “Manual para pasar desapercibido” y “Puto el que lo lea” (en estos textos me recuerda a los momentos brillantes de Jorge Ibargüengoitia como columnista). Las diferentes partes de Dios tiene tripas pasan de la confidencia a la nomenclatura y de lo anecdótico a lo literario con agilidad y destreza. Es de hecho en “Puto el que lo lea” el ensayo dedicado a los escritos encontrados en los baños públicos, el texto que parece condensar las virtudes del ensayo. Sabemos que las inscripciones en los baños públicos son parte de nuestro imaginario social, de la realidad de las urbes y los espacios compartidos, y si bien es inevitable convertirse en lector accidental de dichos textos, rara vez nos detenemos a analizarlos. Para Rivero, estas inscripciones regresan la escritura a su estado primigenio, iniciando una “comunicación aletargada” que le devuelve a la escritura su atemporalidad y expectativas, mismas que creíamos extintas en la era del Internet.

Podría parecer que en ciertos puntos los ensayos de Laura Sofía Rivero se vuelven repetitivos, afanándose en la descripción detallada de lo desagradable, pero me pregunto después de leer si esta incomodidad no es el objetivo del texto, una llamada de atención para recordarnos que nadie escapa de su propio cuerpo. Varios temas abordados en el libro (los significados de compartir un baño, los rituales de limpieza, los inicios del baño privado) son parte de lo que el filósofo francés Henri Lefrebvre denominó como un “depósito residual de lo cotidiano”, aquello que es poco glamoroso y descuidado por las disciplinas académicas, pero que está, sin embargo, cargado simbólicamente, pues es en estas prácticas que se sustentan nuestros sistemas sociales, políticos, económicos. En este sentido, Rivero funge como lo que Lefrebvre denominó el “crítico inmanente”, la persona que se pregunta el por qué de lo cotidiano, de lo poco hablado, del tabú, de lo ignorado.

Además de ser una lectura ágil y en ocasiones humorística, los ensayos de Rivero resultan ser un gran ejemplo del ensayo como forma de escritura autoconstructiva, como un ejercicio de las ideas, de la reflexión y el intelecto; pero también de lo íntimo y lo personal. En su ensayo “Montaigne no cita en APA”, publicado en Tierra Adentro, la autora afirma que el ensayo debe ser aquella escritura que toque “los bordes vírgenes del pensamiento, que se cuestione su propia vergüenza e impudicia, que nos permita descubrir e inventar con libertad lo que no hemos visto aún”, y en esa colección de ensayos ocurre exactamente eso: la escritura desatada, la curiosidad; un texto reflexivo hacia adentro y hacia afuera que nos muestra cómo se va haciendo costumbre en estos tiempos que la literatura no tenga temas predilectos.

Actualmente, la literatura vive un sometimiento del mercado que amenaza constantemente la creación. Un ejemplo que me viene a la mente es cuando, detrás de un importante premio literario, estaban tres hombres guionistas ocultos en un seudónimo femenino. La crítica, por supuesto, es por el “discurso” de estos tres hombres como “víctimas” de un sistema editorial que no los publica, según ellos, por ser hombres.

Independientemente de la moral detrás de este discurso, creo que estos autores en realidad demostraron que, efectivamente, la industria editorial está operando de cierta manera que más que congruente resulta lucrativa, utilizando la cuota de género como una estrategia absolutamente comercial.

Esta problemática no solo invade los espacios de los grandes sellos editoriales, probablemente también permea en otros proyectos editoriales y sellos independientes que buscan un lugar en la mesa de novedades.

Las antologías literarias cada día toman más relevancia. Al mismo tiempo que publican muchas voces jóvenes y nuevas plumas, estas nobles publicaciones no están exentas de lo que parece ser un vicio de la industria. Conversé con Laura Sofía Rivero en relación con su libro Dios tiene tripas, que ganó el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2020, y en forma de anécdota me contaba cómo se ven golpeados por este problema aquellos proyectos que recolectan voces noveles.

El libro de Laura tiene como punto central la caca, así como nuestra relación íntima y colectiva con aquello que nos resulta incómodo compartir con los demás aunque sea para hablar de ello. El tabú de verbalizarlo y la reflexión en torno a cómo tenemos una necesidad de ocultar todo lo relacionado con lo escatológico.

El texto que Laura mandó para una antología de jóvenes escritoras a la que la invitaron fue precisamente el ensayo con el que comienza Dios tiene tripas. La buscaron particularmente a ella porque había poetas y narradoras, pero no ensayistas para esa edición.

– Queremos algo más femenino –, le dijeron a Laura Sofía al recibir el texto. – Por qué no nos mandas algo más como tu relación con la naturaleza o con la maternidad–.

¿Qué más femenino puede ser si lo escribí yo misma? Me dijo. ¿Qué más relación con el cuerpo que la caca? ¿Por qué escribir de maternidad si es un tema que ni siquiera me cuestiono o me interesa? Sentí que me estaban obligando a escribir sobre temas que ni siquiera me importan.

En ese sentido, algo que me parece muy positivo de los premios es que te lean sin saber quién eres, mientras que en otros espacios publicar tiene que ver más con quién eres y cuántos seguidores tienes.

El mercado no esconde sus intereses como nosotros ocultamos lo escatológico. Estos intereses pueden determinar mucho las conductas de los artistas que hoy necesitan espacios para difundir su obra.

La reflexión sobre la creatividad es algo que está presente en muchas y muchos creadores, sobre todo jóvenes. Me parece que cuestionar el sistema y crear obra, a pesar de estos claros lineamientos, es una especie de disidencia ante la ola inminente del mercado y la industria, que toman como bandera a grupos y causas vulnerables al mismo tiempo que los banalizan con tal de comercializar a cuesta de ellos.

Para Laura, la creación es algo que va separado de la figura de autora. Las responsabilidades, e incluso las actividades de cada rol, van quizás hasta en direcciones opuestas. Laura escribe los libros que le gustaría leer. La industria, por su parte, exige una figura de autor. No parece bastar con la calidad literaria, sino que exige el reconocimiento de la conducta social del que escribe.

Me resulta inevitable recordar las conversaciones que he tenido con varios otros autores que ya han publicado en sellos reconocidos y la reflexión de cómo los contratos ahora puntualizan la necesidad de tener actividad en redes sociales personales como parte de la campaña de comunicación y promoción del libro. Es decir, algunos sellos están buscando promover a los autores por encima de su obra.

Ha sido clara esta parte del proceso en el que escribir es un acto autónomo y personal, que no necesariamente depende de la industria, sino que se llega ahí quizás como una consecuencia.

Como lectora, me acerqué al ensayo porque era el género que me hacía pensar en cosas que no pensaría si no hubiera leído ese texto. Para mí, la mejor experiencia como lectora es cuando, a través de un texto, puedo pensar en cosas que ese día no me habrían pasado por la cabeza sin esa lectura.

Me gusta leer no solo para tener de tema lo que sucede en la vida pública o las redes sociales. Cuando la literatura parece recoger los mismos temas de los que se está hablando me desespera mucho como lectora.

Al ser un producto de sí mismo en las redes sociales, también detesto esa parte de escribir. Me gusta mucho escribir pero me molesta ser escritora. Mi vocación profesional es ser maestra y me parece muy ajeno esto de tener que hacerse publicidad.

La literatura está pasando por un momento de mucho reflector, que pudiera resultar complicado para la creación. Por eso mismo, al igual que Laura Sofía, considero que los premios –por lo menos algunos– tienen esta virtud de confiar ciegamente en lo que creen, sin la necesidad de encontrar una causa de la cual colgarse al mercado. Quizás esto sea la parte más loable de una editorial y me hace confiar en que seguiremos leyendo el pensamiento crítico de las nuevas plumas a pesar de lo que suceda con el mercado y la industria.

Prefacio

Laura Sofía Rivero

A Vicente, la provocación

A Jorge, el aliento

A José Israel, la deriva

A Eduardo y Miguel, el refugio

A LUIS AUSÍAS, lo imposible

 

Una de dos: o el hombre fue creado

a semejanza de Dios y entonces Dios

tiene tripas, o Dios no tiene tripas

y entonces el hombre no se le parece.

MILAN KUNDERA

La escritura de lo asqueroso es difícil de digerir. ¿Por qué querríamos leer sobre suciedades si con ahínco fabricamos eufemismos, escondemos desagües bajo el piso y diseñamos casas que separan los desechos? Durante siglos nos hemos afanado en el ocultamiento. Quien pronuncia lo que nadie nombra comete un pecado capital: el del mal gusto. La adultez es un oficio de soslayo, la continua aspiración a lo invisible. Únicamente los niños pueden vivir su morbo a plenitud. Se ríen de él, lo hablan; no encuentran límites a sus preguntas. Dueños, amos y señores del humor escatológico. Solo a ellos les está permitido no tener reservas con sus entrañas.

Pero ni todo el recato ni el miedo a la fragilidad de nuestro interior podrá quitarle a los temas soeces su cualidad más inquietantemente bella: la universalidad. Conforman una experiencia humana compartida; aunque resulte tan general, se habla poco de ella. ¿De qué nos perdemos en ese tabú? Por considerarlo prosaico y poco importante, negamos algo intrínseco a nuestro paso por el mundo. Mutilamos lo indeseable sin ponerlo antes a prueba.

Los retretes y los desechos: no podemos escapar de ellos, son presencia ineludible en nuestros días, a pesar de que vivamos bajo su mutismo. Por considerarlos cotidianos, ya no nos detenemos a pensarlos ni mucho menos a sopesar sus implicaciones y sombras. También los evadimos por vergüenza. ¿Qué tan fácil es discutir y comparar las elucubraciones propias con las de otros? La suciedad obliga a la confidencia y, más aún, al silencio. Es un problema del lenguaje.

Tópicos bajos, groseros, banales; pero a la vez irrefutablemente humanos. Si en la literatura persisten —en la vomitada quijotesca del bálsamo de Fierabrás, en la varita de caca de Remedios la Bella— es porque dicha humanidad, demoniaca y divina, nos repele e interesa a un mismo tiempo. Son temas subterráneos: el sitio de lo que se piensa y no se dice.

Quizá por eso, por considerar ambas como manifestaciones de la intimidad, un autor comparó alguna vez al ensayo con las heces. Al hablar de la vanidad, Montaigne asegura que no lleva el registro de su vida por sus actos, sino por sus pensamientos. Y recuerda a un hombre noble que declaraba su vida a partir de su vientre: en su casa exponía los orinales de toda una semana para verse reflejado allí. Por ello, Montaigne afirma que sus ensayos son “los excrementos de un viejo espíritu, a veces duros, a veces blandos, y siempre indigestos”. Nunca estreñidos. Nunca perdido entre esos silogismos y fichas, métodos que hoy pueden hacernos creer que pensar es palabra sinónima de investigar con pudor, de opinar con decoro.

La escritura: esa otra excreción. El ensayo no solo le pertenece al ágora y al periodismo, sino también a la confidencia, nombra lo indecible, domestica nuestros desvaríos. Es la escritura impúdica de quienes muestran sus cavilaciones sin recato.

Nuestro cuerpo jamás ha tenido dudas: la mente nació víscera y capricho.

Síguenos en Google News y recibe la mejor información

JG