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Unicornio Por Esto: Diálogos con la Poesía

La escritora Angélica Santa Olaya presenta el libro “Uniformis” de Ileana Garma con una reflexión sobre la sobrevivencia en el sistema capitalista y varios cuestionamientos sobre la violencia del poder.
"La grandeza humana está presente cuando el uniforme sale del cuerpo y  queda sólo la persona que, con tesón y mucho esfuerzo, ha logrado sobrevivir"
"La grandeza humana está presente cuando el uniforme sale del cuerpo y queda sólo la persona que, con tesón y mucho esfuerzo, ha logrado sobrevivir" / Especial

El poema que abre la ventana a este poemario anuncia la tormenta. Esa tormenta, inclemente y nubosa, que trae la uniformidad alienando a los individuos, borrándoles los gestos, los años, los sueños, las particularidades que proporcionan identidad convirtiéndolas, dice Ileana: en globos a punto de estallar en medio de un campo de flores. Pero ese campo de flores es aparente, es fachada, es el escenario de una película donde los uniformados, que somos todos, flotamos desprovistos de personalidad y emociones en pos de la global, y muy conveniente a algunos, uniformidad. Asumimos y nos sumergimos en esa falta de identidad en nuestro esfuerzo por conseguir trabajo y, con él, la supervivencia. Desde el inicio, en sólo seis poderosos versos que inauguran el libro, podemos inhalar el profundo y persistente hedor de la tormenta.

Y, mientras acomodamos el olfato, de pronto, se enciende el televisor, para mostrarnos la película, repetida en 33 pantallas que, a fuerza de reiterada insistencia, subrayan la artificialidad de una realidad ficticia, hermosa e ideal, fuera del alcance del observador que sólo atestigua tal belleza sin poder acceder a ella porque, su obligación, es cuidar que el show televisivo permanezca. Cito a Ileana: Fractales como flores muertas en el rostro de mi madre, dice la voz poética y añade: yo vi a una mujer mirar 33 televisores encendidos. observaba en ellos el transcurso de su vida.

Y este último verso me recuerda un poema que alguna vez leí, y no recuerdo el nombre del autor, donde el niño ve salir a su padre, las mañanas de todos los días, con una lonchera negra de metal en la mano, cabizbajo y triste. Al paso del tiempo el padre se deteriora física y emocionalmente y la lonchera es, claramente, la metáfora del pequeño féretro donde el padre va dejando, día a día, pedacitos de su vida yendo a su labor de obrero en una fábrica.

Y los golpes poéticos prosiguen. El lamento se prolonga en cada verso en forma de un oscuro campo sembrado con los botones negros de ese uniforme que roba el tiempo, que debía ser usado en regar el amor y danzar, transformando la escena en un sueño a contra corriente.

El libro está formado por duplas prosístico-poéticas sin que la poesía se desprenda de la narratividad. Esto es porque Ileana es una poeta por excelencia. Aunque domine, también, la narrativa, la poesía se filtra desde sus venas hasta la tinta de la pluma para posarse, reinita, como diría Octavio Paz, en las líneas que ella va tejiendo en la página con el hilo, impostergable, de los recuerdos.

La puntuación es, también, una señal que invita a continuar. Ileana usa el punto y seguido sin otorgar la mayúscula a continuación del punto. Como si cada punto y seguido sea, precisamente eso, un andar continuo con pausas, pero sin contundencia en el flujo del andar. Porque lo que importa es seguir hablando, contando, rememorando, reconstruyendo la memoria en el andamiaje de las palabras. Lo que importa es el uniforme y la tormenta impidiendo la felicidad de quien lo porta ante la mirada atenta de la niña que observa a su madre anudar los días, desabotonar las noches, tallar y planchar las manchas de juventud que han quedado tatuadas en la tela provocando una enfermedad textil. La niña no pierde detalle del proceso. 

La memoria es atroz. No perdona ni tiene miramientos con los sentimientos. Y qué bueno, porque la emoción es, a las bellas artes, un elemento esencial. La poesía, hija de la Literatura, pertenece a las bellas artes que tienen por fin conmover al lector o espectador sacudiéndole la inercia, la uniformidad, valga la redundancia. Franz Kafka aseguraba que “La literatura es siempre una expedición a la verdad” y que “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros.” Y, en este sentido, la poesía de Ileana no falla. Nos entrega versos que rompen témpanos de inercia; versos que, de ninguna manera, pueden dejarnos indiferentes. Por ejemplo:

La danza de mi madre es una lluvia en gama de grises… ella ha bailado uniformada en todas las fiestas familiares… su uniforme es un código. un mensaje secreto que activa con los ojos cerrados. con los brazos arropándose a sí misma. como si abrigara los escombros de un niño en medio de un campo de batalla.

Los versos de Ileana son implacables. Líneas que nos hacen decir: Ufff… Difícil, y a la vez, dolorosamente placentero leer este libro. Pero ya lo dijo Rimbaud en su Temporada en el Infierno, la belleza a veces es amarga. Y la poesía es el medio por el cual se lleva a cabo la transformación del dolor en belleza amarga, pero sanadora. Aquí otra probadita:

Una chica se duerme / con el uniforme puesto / cuando despierta / ha envejecido… lo único que reconoce / frente al espejo / es su uniforme impecable

Implacable impecabilidad de la pérdida de la juventud, de esas sonrisas que fueron quedándose atoradas entre los ojales de un uniforme que, colgado de un gancho por las noches, devela el fantasma que cubre, cada día, su blanco y vacuo destino con la tela azul marino, azul tormenta, de un vestido, repetido en el personal de la tienda, como fractales de la impotencia y la desolación. Un vestido signado por los “no lugares”, dice Ileana. Esos no lugares desprovistos de palabras que pudieran interferir con la ineludible rutina de la sobrevivencia. ¿Para qué hablar?, ¿Para qué pensar? Podría ser peligroso. Decir “te amo” es peligroso. Saber que el amor está fuera de las pantallas es peligroso. Darse cuenta de que el bosque y las mariposas en las pantallas están hechos de pixeles y el tiempo transcurre, año tras año, sin que podamos evitarlo, es peligroso. Es mejor fumar y dejar que los posibles sueños y la verdad se desvanezcan en el remolino de humo que empaña la realidad engañando los sentidos.

mi madre fuma sin que las palabras le estorben. los virus. los encierros. las vidas prematuras… todas las niñas que fue se reúnen a su lado. mi madre les comparte el cigarrillo. tiemblan

La madre es una “flor nocturna” cuya única señal del paso del tiempo son los lunares en su rostro. así sabemos que las hojas están muertas pero vivas, dice Ileana, y continúa: las chicas y yo / recogemos todas las palabras / de amor que nuestras madres / no tuvieron tiempo de regar

En este libro habita un personaje que algún día quiso ser, tal vez, enfermera, secretaria, o, simplemente, danzante en un jardín real. Pero que debió, día tras día, permanecer frente a 33 aparatos que le repetían lo mismo, para que no se le olvidara que no podía existir, andar por el mundo, sin ese uniforme, sin ese espacio abrumador, seguramente hipnotizante, que le hacía repetir, una y otra vez, la misma grisácea, callada, atormentada y sometida rutina de pesadilla.

dame el mapa de tus 30 años en la tienda departamental”, solicita la hija. Y argumenta: “yo vi a una mujer dulce / atravesar ese lugar / hasta llenarse de sombras

La violencia es definida, por los sicólogos, como el uso intencional de la fuerza física, acciones verbales o gestuales e, incluso, la inacción y el silencio para dominar a alguien o imponer algo. Creo que vale la pena hablar un poco del tipo de violencia que subyace en este libro. No es física, ni gestual, pero existe. Se siente a lo largo de este libro: es transparente, paradójica, se resume en tres palabras que son lema de la tienda departamental: porque sé vivir. Hay un dominio invisible que induce al silencio y a la acción repetida, casi robótica del violentado. El poder más eficiente es el que no se ve, dice Michel Foucault, el filósofo social francés.

Antes hablamos de sobrevivencia, de conservar un trabajo que permita obtener dinero para comprar alimentos y proveer servicios básicos para nosotros y nuestra familia. De modo que, en este, como en muchos otros casos, podemos detectar una violencia económica, sistémica, derivada de la falta de herramientas o recursos para gozar de un trabajo digno que no mate los sueños ni los destinos de las personas. Quede aquí la espinita de una pregunta: ¿Por qué sólo algunos tienen lo que todos deberíamos tener? ¿Por qué una persona debe permanecer atada a un uniforme durante gran parte de su vida renunciando a las cosas cotidianas a las que todo humano tiene derecho para ser feliz? ¿Una casa propia, alimento diario, atención médica, educación, diversión, abrazos, felicidad?  La sociedad contemporánea ha sido secuestrada por la violencia, visible o invisible, a cara lavada o camuflajeada. Detrás de la violencia está el poder, siempre el poder enmarañando y empañando las vidas humanas. Dice Ileana:

El poder es una telaraña. una delicada red diamante donde duermen arañitas invisibles. Tenemos que darle de comer a la reina. ya no recuerdo la luz. tenemos el abdomen abultado. las patas quebradizas. el poder es una sábana fría donde intentan dormir niños desnudos.

Así es, el poder concentrado en una persona, o un pequeño grupo de personas, esclaviza a la población mayoritaria que trabaja, sin descanso, desdibujando rostros y destinos. Pero “donde hay poder, hay resistencia”, dice también Foucault. Y cuando Ileana dice: mi madre es maravillosa… el uniforme / se pone a mi madre / y no le queda, está devolviendo la humanidad y la individualidad al personaje. Su mirada ha ido más allá para mostrar a la mujer única que, vista y conocida, fuera de la uniformidad florece en letras desde el corazón que amorosamente la observa.

Porque la grandeza humana está presente cuando el uniforme sale del cuerpo y queda sólo la persona que, con tesón y mucho esfuerzo, ha logrado sobrevivir a la desigual distribución de la riqueza. Porque siempre hay alguien que observa, que piensa y reflexiona y luego coloca las imágenes en un libro usando palabras para mostrarnos lo que, a veces, no se ve. Eso hace la literatura. Rescatar el derecho de soñar que defendía Gaston Bachelard, el filósofo francés. Eso hace Ileana en este libro que conmueve y pone el dedo en la llaga como quería Kafka.

Conozco el trabajo poético de Ileana desde hace muchos años. Y creo que Uniformis será fundamental en su trayectoria literaria. Es un libro fuerte, abierto, honesto, conmovedor, maduro. Tal vez la experiencia de ser madre haya soplado sobre su pluma el vaho de las palabras que nacen del alma. Nuestra alma conocedora de las verdades esenciales de la vida.

Los invito a explorar este pequeño mundo que se expande porque a muchos y muchas les quedará el saco, o el uniforme, que Ileana ofrece mirar, degustar, e incluso, tal vez, convertirlo en objeto de reflexión.

Felicidades Ileana. Me encantó leer Uniformis.

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