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Unicornio Por Esto: Memoria de un yucateco

David Anuar presenta un homenaje a la vida y obra de Luis Rosado Vega, el cual fue leído en el marco del Mérida Fest, con acompañamiento musical del grupo Canamayté, que interpretó seis canciones escritas por el poeta: Las golondrinas, El Nazareno, Xkokolché, Mi tierra, Pasión y Peregrina.
"Luis Rosado Vega nació en Chemax, un pequeño pueblo en el Oriente de la península"
"Luis Rosado Vega nació en Chemax, un pequeño pueblo en el Oriente de la península" / Por Esto!

I: Apología del homenaje: Estoy seguro de que si Luis Rosado Vega estuviera aquí, se sentaría en la esquina más remota, con un vaso de ron caribeño en una mano y en la otra un cigarro. Quienes lo conocieron consignan que era un empedernido fumador. Me vería con el ceñó fruncido, quizá, incluso, me lanzaría una que otra queja con el cristal de su ojo tuerto, como lo hacía en el bar del Hotel Itzá, localizado en la esquina de las calles 58 con 59, lugar donde vivó los últimos años de su vida en la habitación 21. Homenaje, se diría para sus adentros. Palabra medieval. Institución a través de la cual un vasallo se sometía a su señor. Principio de lealtad. Sin duda, don Luis lo sabía. Me reprocharía el vocablo. Homenaje, palabra portada al español del provenzal homentage y ésta del francés hommage, y un poco más allá del latín, siempre el latín, hominomaticum, como bien dicen, “todos los caminos llevan a Roma”.

Me hubiera reprochado, les digo, la elección del vocablo. En el arte, sin embargo, la palabra hommage se ha empleado en el francés y en el inglés para nombrar todo un género de textos y obras artísticas que aluden o hacen referencia a otros textos u obras del pasado. Así, el homenaje también es relación, pervivencia, conexión del pasado con el presente. Me pregunto entonces ¿qué pervive en mí de Luis Rosado Vega? No hay mejor homenaje que éste. Si de memoria se trata, la memoria es de los vivos, de quienes actuamos en el mundo día a día, y llevamos de una u otra forma a los muertos en nuestro accionar. Jorge Pech Casanova, en un ensayo titulado “Luis Rosado Vega El enamorado de la muerte”, se lamenta del estado actual de la memoria, de lo que pervive de Rosado Vega en el ámbito cultural yucateco, y lo cito: “Al paso de los años el cuerpo mayor de la obra de Rosado Vega se olvida y se extravía. Pocos leen hoy sus poemarios, novelas y relatos, casi nadie, por desgracia” (2017, p.18).

Pervive en mí algo de su obra, pienso, en especial de su poesía. Si algo ha de celebrarse de sus textos poéticos, no es la originalidad, a pesar de los elogios que recibió en su época por personalidades destacadas a nivel nacional como el poeta Juan de Dios Peza, quien escribió lo siguiente de Rosado Vega en 1907, cuando ésta publicó su tercer libro de poemas a la edad de 34 años: “Un joven de perfil romano, de mirada sagaz, de frente que dice á todos en su espaciosa bóveda: soy poeta. No lo he leído, lo he devorado con delectación, y encuentro en cada una de sus páginas algo nuevo […] Rosado Vega no sólo promete ser, sino que ya es una personalidad literaria” (pp. 163-169).

A pesar de estas elogiosas palabras, es necesario reconocer que el tiempo no le ha sentado bien a la obra del autor yucateco. Quiero decir, que no ha envejecido bien. Su poesía representa un modernismo tardío con toques de romanticismo, estéticas de las cuales no pudo despegarse cuando ya estaban en boga nuevos movimientos literarios como las vanguardias, y en concreto, grupos como los Estridentistas y los Contemporáneos. A pesar de esto, todavía hoy, destaca su sonoridad y una visión pesimista de la realidad, teñida de nostalgia y un dejo oscuro, que desemboca casi siempre en la muerte. En general, la temperatura emocional de los poemas escritos por Luis Rosado Vega oscila del optimismo hacia la tristeza. Este mismo movimiento aparece en las letras de las canciones que el autor escribió.

El poema “Llegarás” es un ejemplo de lo antes mencionado. El texto es notable por su sonoridad, la cual se genera a partir de las repeticiones de palabras, la concatenación, las rimas consonantes y el manejo de los tetrasílabos como base rítmica-métrica, con desdoblamientos en octosílabos y en hexadecasílabos; además de mostrar la visión pesimista ya mencionada y guiños intertextuales hacia el “Cuervo” de Edgar Allan Poe (por aquello del nevermore) y al poema “Caminante no hay camino”, de Antonio Machado. Aquí un fragmento del texto en cuestión.

Caminante

no preguntes a tu sino

si está próximo o distante

el final de tu camino;

sigue, sigue hacia adelante,

no preguntes si es difícil el acceso,

qué te importa que no puedas con el peso

de tu carga… Ya al final de tu jornada

llegarás

llegarás y cuando llegues con el alma atribulada,

no hallarás

más que viento, sombras… nada!

nada más!

El destino es el destino…

Qué te importan la maleza ni el espino,

qué te importan a la marcha

la montaña o el abismo,

ni la noche ni la escarcha?

Es lo mismo,

llegarás,

llegarás y cuando llegues con el alma fatigada,

no hallarás

más que viento, sombras… nada!

nada más!

¿A qué esperas?

¿qué ilusión te ha detenido?

¡Si supieras

que eres viejo con lo poco que has vivido!

¿Te imaginas, por ventura,

que no vas a donde vas?

¡Qué locura!

ya tu senda está trazada,

y a la linde llegarás,

llegarás y cuando llegues con el alma acongojada,

no hallarás

más que viento, sombras… nada!

nada más!

(en Fernández Granados, 1919: pp. 357-359).

II: La investigación, otra forma de pervivencia: El tiempo, recurso invaluable por su carácter de irrecuperable, es quizá la forma más profunda de homenaje. ¿Cuánto tiempo, me pregunto, he dedicado a Rosado Vega en mi vida? Me sorprendo al descubrir que han pasado 10 años desde mi primer acercamiento serio a su figura, por allá en el 2015 cuando me dieron una beca para escribir una novela de corte histórico sobre un periodo de su vida. Esa novela fracasó y, sin embargo, un año después inicié una maestría donde mi tema de tesis fue gravitando, nuevamente, hacia él. En 2018 me titulé y un año después, en 2019, tuve la fortuna de que esa tesis, de la cual Rosado Vega era uno de los personajes principales, recibiera el Premio Francisco Javier Clavijero a la mejor tesis de maestría en Historia. Rosado Vega me ha acompañado en congresos, ponencias, charlas hasta que en el 2024 decidimos que era momento de formalizar nuestra relación con un libro, fue así que tuve la fortuna de ser seleccionado y publicado en el Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida con el libro Un arqueólogo desconocido: Luis Rosado Vega y la Expedición Científica Mexicana. Hoy, tal vez, pienso tímidamente, cumplimos una década y tengo la certeza de que investigar es otra forma de pervivir, de honrar la memoria de los muertos. Reproduzco a continuación un extracto de la introducción del susodicho libro:

“Rara vez visitaba el centro. Ese día, por alguna razón, caminaba por la 58, en sentido inverso al flujo de los coches. En aquel entonces, el Congreso del Estado todavía se levantaba del otro lado de la calle. Junto a mí, un edificio rojo de dos plantas. Ahí, algunos locales abrían sus cortinas, aunque la mayoría mostraba un estado de abandono: viejas puertas de madera apolillada. Junto a la entrada principal, adornada por una marquesina desvencijada donde se leía el nombre “Plaza Internacional”, llamó mi atención una placa de cerámica. Esos artefactos conmemorativos que pululan en algunas ciudades, y marcan los espacios con la vida y la muerte de personajes que poco a poco se desvanecen de la memoria hasta convertirse, bajo el sol del mediodía, en una placa que nadie lee.

“En este predio vivió D. Luis Rosado Vega (1873-1958) poeta y escritor, gloria de Yucatán”, eso es lo que se leía en la cerámica que había sido colocada por el Patronato Prohispen y el Ayuntamiento. Entré al edificio y deambulé en su interior sin que nadie me molestara. Subí al segundo piso y anduve entre escombros. Había grandes espejos rotos en las paredes, baños a medio destruir, y unos hermosos pisos de pasta. Tiempo después supe que aquel lugar había sido el Hotel Itzá, y que Luis Rosado Vega había vivido los últimos años de su vida ahí, en la década de los 50, en un estado precario de soledad y abandono. En un paralelismo involuntario, el edificio era un reflejo contemporáneo del estado de gloria del poeta yucateco.

En ese entonces yo ya conocía la obra de Luis Rosado Vega, había leído algunos de sus libros, en particular aquellos que había escrito fruto de una rara iniciativa llamada Expedición Científica Mexicana, una empresa suigéneris, un iniciativa científico-arqueológica comandada nada más y nada menos que por el mismísimo Rosado Vega. Esta rareza me intrigó, ¿qué hacía un poeta metido al frente de un equipo de científicos y arqueólogos? Fue así que, en el 2015, me propuse conocer más de ese periodo inexplorado de la vida del poeta nacido en Chemax en 1873. Hice modestos trabajos de archivo en la que era todavía entonces la Hemeroteca Carlos R. Menéndez. Descubrí información a cuentagotas, notas periodísticas sueltas que sólo echaban a volar mi imaginación.

Ese año tuve la fortuna de recibir una beca de escritura que me permitió continuar mis pesquisas, particularmente visitando lugares asociados al escritor, por ejemplo, la casa donde nació en el poblado de Chemax y que actualmente se encuentra en ruinas, a pesar de que existió una iniciativa por parte del Ayuntamiento de esa localidad para recuperar el espacio y hacer un museo. También figuraron entre mis visitas el Centro Cultural José Martí, una pequeña biblioteca en el Parque de las Américas que Luis Rosado Vega dirigió en 1946, así como el Centro Cultural la Ibérica que en aquel entonces era un sanatorio donde el poeta falleció en 1958.

Llegó el 2016 y Rosado Vega seguía rondando mi cabeza. ¿Había sido un arqueólogo?, ¿por qué no encontraba información por ningún lado de esa mentada Expedición Científica Mexicana? Un hecho curioso es que muchas de las personas con las que platicaba sobre Rosado Vega no sabían quién era el personaje, pero apenas mencionaba la canción “Peregrina”, automáticamente un “ah” se desprendía de su boca, y me decían: ¡sí!, sí lo conozco.

Comencé a darme cuenta cómo la figura de Rosado Vega se reducía a una canción o un puñado de canciones si bien le iba. Su trabajo literario, en cambio, tenía mucho menor resonancia y ni digamos sus otras facetas de vida como impresor, periodista y, sí, su labor dentro de las ciencias sociales como historiador y arqueólogo, tal vez no de forma “profesional” y avalado por un título universitario como hoy en día es costumbre, pero sí por una serie de labores que demuestran su empeño en dichos campos del conocimiento. Así, Rosado Vega se convirtió para mí en un personaje que vivía a la sombra de sí mismo, condenado por una única y peregrina obra, en un extraño caso de memoria metonímica de la parte por el todo.”

III: Un polifacético perfil: Luis Rosado Vega nació en Chemax, un pequeño pueblo en el Oriente de la península. Estudió en la Escuela Normal del Instituto Literario del Estado. Hacia finales de la primera década del siglo XX emprendió un largo viaje de formación por Europa (Francia, Italia, Suiza), al igual que Centro y Sudamérica (Pech Casanova, 1995: p. 20), gesto que recuerda a los viajes de las élites europeas conocido como el Grand Tour y que se desarrolló entre el siglo XVIII y XIX (Wang, 2016: pp. 26-27; Villalobos Acosta, 2011: p. 29).

Rosado Vega fue considerado uno de los poetas yucatecos más importantes en la primera mitad del siglo XX junto a Ricardo Mimenza Castillo (1888-1943) y Antonio Mediz Bolio (1884-1957). Como escritor, cultivó un amplio abanico de géneros entre los que se encuentra la poesía (Sensaciones, 1902; Alma y sangre, 1906; El libro de ensueño y de dolor, 1907; Vaso espiritual:  comunión de Dulce María Borrero de Luján, 1919; En los jardines que encantó la muerte, 1936; Poema de la selva trágica, 1937; Romancero yucateco, 1949), la novela romántica (María Clemencia, 1912) y social revolucionaria (Claudio Martín. Vida de un chiclero, 1938), la dramaturgia (Callejera, 1902; La Ofrenda a Venus, 1910; Nicté Ha, 1917; Payambé: evocación de la tierra del Mayab en cuatro escenarios, 1929; El sueño de Chichén, 1929), el ensayo histórico y político (El desastre: asuntos yucatecos, la obra revolucionaria del general Salvador Alvarado, 1919; Explotaciones cínicas: el falso intelectualismo y el caso típico de Luis de Oteyza, 1930; Un pueblo y un hombre, 1940), la recopilación de tradiciones orales mayas (El alma misteriosa del Mayab: tradiciones, consejas y leyendas, 1934; Amerindmaya: proyecciones de la vieja Tierra del Mayab, de aquella que fué en su día tierra encantada de maravilla, de amor, de ensueño, de fé, (1938) y la autobiografía (Lo que ya pasó y aún vive: entraña yucateca, 1947).

Como periodista cultural dirigió en 1897 La Ilustración Yucateca: semanario ilustrado, de ciencias, bellas artes, literatura, modas, variedades y anuncios; fue redactor en La Revista de Mérida (1900), y colaboró en las revistas Pimienta y Mostaza (1903), El Mosaico (1904), Artes y Letras (1906) y Arcadia. Revista Mensual Ilustrada (1907), Diario Yucateco, El Peninsular, El Eco del Comercio, La Revista de Yucatán, así como en publicaciones extranjeras de Cuba, España, y Centro y Sudamérica (Esquivel Pren, 1977: p. 491).  Como impresor, fue dueño de la imprenta “Gamboa Guzmán” en Mérida, y probablemente dirigió en La Habana la imprenta “El siglo XX”, durante su autoexilio político entre 1917 y 1920 (Pérez Sabido y Herrera, 2012: p. 84; Pech Casanova, 1995: p. 20).

En el ámbito arqueológico, Rosado Vega perteneció a la generación de arqueólogos no profesionales con formación humanística. Fue el fundador y director del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán (MAHY), de 1925 a 1937. En esta época recorrió el interior del estado con el fin de recolectar objetos arqueológicos. De igual forma, fue el encargado de recibir las preciadas piezas que la Carnegie Institution of Washington descubrió en sus excavaciones y trabajos en Chichén Itzá a partir de 1927. En 1934 realizó expediciones a Oaxaca y Chiapas con miras a aumentar el acervo del museo, las cuales fueron patrocinadas por el entonces gobernador del estado, César Alayola Barrera (Alayola Barrera, 1935: p. 19). Durante las exploraciones al interior de Yucatán y Quintana Roo, Rosado Vega recopiló relatos orales mayas.

Entre 1937 y 1938 dirigió la Expedición Científica Mexicana, una empresa multidisciplinar financiada por el gobierno federal. Luis Rosado Vega, junto a un grupo de artistas, científicos, militares y funcionarios técnicos federales, hicieron estudios de arqueología, historia, etnografía, sanitarios, militares y de vías de comunicación, además de tareas diplomáticas en Centroamérica, particularmente en la Nicaragua de Anastasio Somoza.

Durante la Expedición se efectuaron un total de cinco rutas de exploración que incluyeron trabajos en Veracruz, Quintana Roo y Centroamérica. El peso de los estudios recayó en la arqueología, pues la Expedición recorrió 61 sitios arqueológicos, y descubrió más de 30. Entre sus principales actividades se encontraron la localización, el desmonte, la descripción y medición de sitios arqueológicos, así como el reporte de saqueos, la excavación, la recolección de objetos, la elaboración de planos, la toma de fotografías, y la consolidación de sitios arqueológicos y la reconstrucción de Tulum. La iniciativa llegó a su fin en 1938 en la Ciudad de México, con los trabajos de gabinete y con una exposición en “el salón más bello” de la Secretaría de Comunicaciones, y más tarde en el Palacio de Bellas Artes. A partir de esta experiencia, Rosado Vega escribió tres libros: Poema de la selva trágica, Claudio Martín: vida de un chiclero y Un pueblo y un hombre. Transcribo un fragmento de “Delirante nox”, texto que pertenece al libro Poema de la selva trágica.

¡Oh!, ¿quién a la selva tal daño le hizo,

quien la ha transmutado,

qué hechizo

le dieron, y quién se lo ha dado?...

El árbol ya es monstruo que aterra,

visión que alucina,

ya es un ser que sacó de la tierra

los pies y camina;

provocando a sorpresa y a susto

también se desprende

el arbusto que ya no es arbusto

porque se ha transformado en un duende;

si al sueño reacio

un pájaro deja la obscura enramada,

se vuelve una bruja de enorme joroba

que hiende el espacio

montada

en su escoba…

(Rosado Vega, 1937: pp. 68-69).

Finalmente, entre 1940 y 1945 colaboró con el gobierno estatal de Baja California, bajo la gubernatura de Francisco J. Múgica. En 1947 regresó a Mérida por invitación del gobernador José González Beytia, quien lo nombró Director General de Bibliotecas del Estado, puesto que ocupó hasta poco antes de morir, y cuya sede estaba en la recién fundada Biblioteca José Martí del Parque de las Américas. A este mismo gobernador dedica su último libro de poemas el Romancero Yucateco, escrito en 1948 y publicado 1949 por el sello editorial Club del Libro. Sin duda, esta dedicatoria es un guiño por el favor político recibido hacia su persona. El libro es una colección de romances (poemas octosílabos con rimas asonantes en los versos impares) sobre la historia, la cultura y la geografía de Yucatán, una suma de textos que muestra la relación vital y emotiva de Rosado Vega con su tierra natal.  Algo de esto se aprecia en el siguiente fragmento del romance “Las dulces tardes de Mérida”.

Este es nada más un trazo,

no será lo que debiera,

que aunque voluntad me sobra

a más no alcanzan mis fuerzas;

es que en Mérida las tardes

son tan gratas y tan bellas

que nunca podrán pintarlas

óleo, ni guash ni acuarela,

aunque tenga quien lo intente

una mano muy experta,

ni menos podrá pintarlas

ni el más sensiblero poeta,

y muy menos un poetastro

como soy yo, de la lengua;

porque esas tardes son tardes

de dulzura tan extrema

que sólo pueden captarse

y sentirse a la manera

de una impregnación del alma

impregnación que allí queda,

por ser tan sentimentales

las dulces tardes de Mérida.

Hora del baño, las cinco

que es cuando más se desean

esos baños vespertinos

bajo el chorro de agua fresca,

para aliviar la fatiga

que el diario trabajo deja,

mucho jabón, mucha agua

que el cuerpo exulta y alegra,

bien que siempre de mañana,

pero en sus horas primeras,

también se tome ese baño

bajo el chorro de agua fresca,

pero este baño es el baño

que del sueño nos despierta;

el de la tarde es distinto

porque es el baño que aquieta,

que euforiza, y en que el alma

sus ventanas deja abiertas;

sale uno tonificado,

y con traje a la ligera,

lleno de noble optimismo

y con la mente serena,

a gustar de aquellas tardes,

las dulces tardes de Mérida.

(Rosado Vega 1949, pp. 239-240).

Sin duda, sólo un yucateco sabe lo valioso que es un baño por las tardes en época de calor. Con esta semblanza y poema, nos damos cuenta que Rosado Vega tuvo una estrecha relación, casi obsesiva, con su tierra natal.

IV: Claroscuros de un animal político: ¿A quién no le gusta un poco de chisme?, ¿el conocimiento de las amistades y enemistades en ese complejo mundo de las relaciones públicas? Y en esto, hay que ser honestos, Luis Rosado Vega fue un personaje siempre cercano al poder. Entre 1913 y 1914 fue secretario personal de dos gobernadores: Nicolás Cámara Vales y Eleuterio Ávila. En 1915 tomó partido por el general Abel Ortiz Argumedo, quien dio un golpe de estado contra el gobernador Toribio de los Santos. Salvador Alvarado fue entonces nombrado por el presidente Carranza comandante militar de la zona con la consigna de derrocar a Argumedo, lo cual llevó a cabo y se convirtió en el primer gobernador socialista de Yucatán.

Rosado Vega había elegido el bando perdedor y tuvo que sufrir las consecuencias, a tal grado que se autoexilió en La Habana, Cuba, de 1917 a 1920. Ahí, escribió un acalorado ensayo histórico titulado El desastre. Asuntos yucatecos, la obra revolucionaria del general Salvador Alvarado. En este texto despotrica en contra de Alvarado y sus políticas sociales. Paradójica esta actitud de Rosado Vega, quien fue devoto colaborador del segundo gobernador socialista de Yucatán, Felipe Carrillo y del gobierno cardenista.

Entre 1922 y 1937, Rosado Vega disfrutó un apoyo ininterrumpido de los gobernadores yucatecos, lo cual se observa en su continuado cargo como Director del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán. Destaca en este periodo su íntima amistad con Felipe Carillo Puerto. A nivel nacional, también sostuvo amistad con importantes políticos, sobre todo durante el cardenismo, con figuras claves como Francisco J. Múgica, mano derecha de Lázaro Cárdenas y Rafael E. Melgar, gobernador del Territorio de Quintana Roo. Ambos políticos fueron protectores de Rosado Vega durante su “autoexilio” de Yucatán, por la pérdida del favor político de los gobernadores en turno. Entre 1937 y 1940, radicó en Quintana Roo y la Ciudad de México, haciendo trabajos de índole arqueológica con el apoyo de Melgar. Entre 1940 y 1945 acompañó a Múgica durante su gubernatura en el Territorio de Baja California Sur. Y como ya he mencionado, en 1947 fue invitado a regresar a Mérida por el gobernador José González Beytia, quien lo nombró Director General de Bibliotecas.

Así como tuvo amistades, también sostuvo enemistades. Es posible que sus estancias fuera de Mérida señalen, precisamente, la pérdida del favor político local hacia su persona, en particular el periodo que va de 1936 a 1945. El caso más sonado fue la rencilla con el ingeniero y gobernador Florencio Palomo Valencia, quien siendo diputado en la Ciudad de México detectó en una librería de viejo o de segunda mano documentos y libros antiguos propiedad del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán. El político denunció los hechos ante la Jefatura de Policía y las averiguaciones condujeron hacia Vladimiro Rosado Ojeda, empleado del Museo Nacional, quien era, nada más y nada menos, que el hijo del poeta. Vladimiro reconoció los hechos y devolvió los ejemplares.  Florencio Palomo no procedió judicialmente pero sí ordenó una auditoría al museo que dirigía Rosado Vega. Esta auditoría dejó al descubierto que faltaban 1,467 libros del acervo de la biblioteca del museo. ¿Qué pasó con esos libros? No lo sabemos, tal vez algunos de ellos sigan en librerías de viejo en la calle Donceles de la Ciudad de México o en alguna biblioteca privada. Poco después, como era de esperarse, el poeta fue removido del cargo.

Aquí hay otra contradicción en la figura de Rosado Vega, quien se distinguió por su preocupación constante por el saqueo de los sitios arqueológicos a manos de extranjeros, en especial de los arqueólogos norteamericanos. Rosado Vega hizo propuestas para la preservación y protección del patrimonio arqueológico tanto al gobierno federal como estatal. Y, sin embargo, todo apunta a que él también fue parte de ese sistema de contrabando. Llegado a este punto, es importante decir que un homenaje justo es aquel que no idealiza a una figura, sino que la presenta en su justa medida, en su claridad y en su tiniebla, en sus virtudes y logros, así como en sus fracasos y contradicciones, eso, para mí, vuelve más humano a un personaje.

V: La ineludible Peregrina: Cuenta Luis Rosado Vega que la canción “Peregrina” nació por culpa de una lluvia primaveral. Así lo narra en una entrevista publicada en el Diario del Sureste en 1953 y reproducida en la Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán en 2010:

Llovió copiosamente una tarde, y esta lluvia auspició una noche espléndida. Teatro, la Casa del Pueblo durante un festival. Concluido éste, nuestro inolvidable Felipe Carrillo Puerto, Alma Reed (la singular, por bella, periodista norteamericana, pero del sur de los Estados Unidos, o sea de San Francisco, California) y yo debíamos asistir a un convivio en casa del maestro Filiberto Romero, director de la Escuela de Música. En el auto iba Alma sentada entre Felipe y yo. Entramos al suburbio de San Sebastián. Con el aguacero de la tarde la tierra había abierto sus entrañas, y despedía de ella misma ese grato y sugestivo aroma de la tierra cuando acaba de ser fecundada por la lluvia. La vegetación que tupía en los solares regocijada por las aguas que la habían lavado, también hacía fluir el perfume de las florecillas silvestres las más, de sus retoños, de sus hojas… Y Alma dilató el pecho como para absorber a pleno pulmón aquellas fragancias, y dijo: ¡Qué bien huele!... Le salí al paso con una frase simplemente galante: Todo huele bien porque usted pasa. Tierra, flores, quisieran besarla, y por eso llegan a usted con sus perfumes. Dijo Felipe al punto: Eso se lo vas a decir en verso. Contesté: Se lo diré en una canción. Alma rió argentinamente. Así reía. Concluido el convivio, y ya en mi casa, compuse la letra. No podía olvidar a Palmerín. En la mañana siguiente lo busqué y se la di. Dos días después ya había nacido la canción. Y eso fue todo (2010, p. 29).

Recientemente vi, junto a mi esposa, la película Vida pasadas (2023), dirigida por Celine Song. En ella se cuenta la historia de dos amigos enamorados desde la infancia que, por una u otra razón, acaban separados a pesar de reencontrarse cada 12 años. En su segundo reencuentro, la protagonista, Nora Moon, ya se encuentra casada cuando la visita en Nueva York su amor platónico de infancia, Hae Sung. El esposo de Nora Moon, un escritor de ascendencia judía, al enterarse de la historia detrás de ambos dice: “simplemente no puedo competir con esa historia […] amores de la infancia que se reencuentran 20 años después para darse cuenta que eran el uno para el otro”. Y algo similar pasa con “Peregrina”, canción emblemática de la trova yucateca escrita por Rosado Vega. ¿Quién puede competir con una historia de amor trágico encarnada nada más y nada menos que por uno de los gobernadores más famosos y mitificados del estado? Con algo de amor clandestino y, además, con una extranjera estadounidense. El mismo poeta reconoció la importancia de la historia alrededor de “Peregrina” y lo cito: “El mérito de la canción es discutible, pero sus antecedentes la han consagrado” (2010, p. 30).

Luis Rosado Vega falleció el 31 de octubre de 1958 en el sanatorio de la Ibérica, fue velado en la Escuela de Bellas Artes y enterrado en el Cementerio General. Sin duda, fue mucho más que una canción de trova y este homenaje es una invitación para que descubran al hombre complejo y contradictorio detrás de “Peregrina”.

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