Por Ele Carfelo
A veces, creo que peco de insistente en este tema por tratar en la columna. Pero es que estoy tan convencido de su importancia, por lo necesario que es para poder entender y con ello, disfrutar del maravilloso espectáculo de la fiesta de toros. Mi insistencia consiste en que para que podamos aquilatar el valor de la labor de los toreros durante la lidia, no podemos hacerlo aisladamente, sino únicamente relacionándola con la calidad, y las características que van desarrollando los toros, durante la lidia.
Esto es, que debemos ver primero al toro, y después al torero, para poder valorar lo que el torero hace, según lo que el toro se deje hacer.
Hay faenas cuyo mérito, los asistentes a las corridas lo aplican al hombre vestido de seda y oro, pero que se deben aplicar al astado, pues posiblemente éste “se toreó” sólo por sus excelentes cualidades de lidia, como también hay otras faenas, en las que el éxito se debe todo al torero, a pesar de que su adversario se rehúse a embestir y a pelear, y no ofrezca lidia posible, pero que sus defectos puedan ser corregidos por la acertada labor del espada.
Por eso debemos ver siempre primero al toro y después al torero, para poder exigir al torero, según las condiciones del astado. AL observar al toro, aquilataremos la labor de los toreros, no aisladamente, sino con relación a la calidad de sus enemigos, para que exijamos siempre de conformidad con las condiciones que vaya presentando el toro durante su lidia.
En España, cuna del torero, donde los públicos son más conocedores del espectáculo taurino, los aficionados más exigentes son los de Madrid, Sevilla y Valencia, pero también son los más JUSTOS. Tal vez porque son los lugares donde se celebran más corridas, y han aprendido a apreciar al toro y después al torero, premiando con sus aplausos al diestro que supo dar la lidia requerida, y que demostró comprender a su enemigo, pero también protestan con fuerza, cuando el torero no estuvo a la altura de un noble animal, y en vez de pasárselo por la faja, se concretó a dejarlo pasar o a pasárselo por la cara.
Hay veces que el torero está por encima del toro, pero hay otras en las que la bravura, nobleza, suavidad del cornúpeta, no son aprovechados como debería, y a pesar de eso, otorgan los espectadores vítores y aplausos al espada, porque aquél recurre a recursos de “relumbrón” engañosos y sin mérito, o con desplantes y sonrisas de actor.
Por eso, tenemos que VER AL TORO… tenemos que aprender a conocerlo y estimarlo, porque el toro es el que eleva o abisma a los toreros; es el que da la pauta para juzgar y apreciar lo que vale un torero, sus méritos y sus defectos, sus recursos, su ARTE, así como su destreza y su torpeza. El toro es LA BASE DE LA FIESTA.
Si la afición, ese gran público que abarrota domingo a domingo los tendidos, que asiste a las plazas de toros guiado únicamente por la morbosa alegría que derrama la fiesta brava supiera ver al toro, entonces esa misma afición que muchas veces forma pedestales de humo a ídolos de barro, vería qué diferente es la lidia cuando primero se mira al toro y después al torero.
La fiesta de toros, espectáculo tan lleno de colorido, de esplendor, se goza más cuando se sabe ver al toro, porque la lidia ofrece visuales diferentes a cuando se le ignora, y en cada corrida, en cada toro, y en cada momento de la lidia, encontraremos más cosas que provoquen nuestra admiración, y entenderemos mejor el porqué de la lucha artística en la que el torero se juega la vida ante el burel, y por qué nos causa tanta emoción. ¡Que viva la fiesta brava!