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Entretenimiento / Virales

Marta Núñez Sarmiento*

XLVI

No puedo dilatar más cómo incorporar las referencias bibliográficas. Siempre me enojo cuando las redacto porque requieren una precisión tediosa, aunque reconozco que son imprescindibles para legitimar las ideas que construimos a partir de las que previamente crearon otros autores y para que no nos acusen de cometer plagios.

Desde que comenzamos a escribir los resultados de las investigaciones tenemos que documentar cada argumento con exactitud. Ello lo logramos acudiendo a las informaciones originales que recogimos gracias a los métodos que aplicamos, así como explicando a los lectores cuánto debemos a los textos que consultamos. Recuerden que sugerí en los artículos metodológicos que nos convirtiéramos en investigadores “ilustrados”. Para “instruirnos” debemos examinar las investigaciones de otros autores que estén vinculadas a los tópicos que indagamos, consultar estadísticas oficiales y leer las informaciones aparecidas en los medios de comunicación. A ello se denomina documentar nuestros trabajos, lo que logramos cuando convertimos esos materiales consultados en las citas y las referencias bibliográficas que constituyen la plataforma bibliográfica de los informes finales.

La cita es una referencia breve que insertamos en nuestros textos de forma tal que el lector conozca de donde extrajimos las ideas e informaciones. Suele incluirse entre paréntesis en el cuerpo del informe o colocándola como una nota al pie de una página, de cada capítulo o del texto completo. Retomo dos ejemplos de citas en “Las mujeres de la carreta”:

Para inferir cómo vivía la generación anterior a estas mujeres, utilicé la “Encuesta a los trabajadores rurales 1956-57”, de la Agrupación Católica Universitaria de Cuba, (28) y la “Investigación sociocultural de analfabetos. Resultado provisional” escrita por el Instituto Cubano de Opinión Pública y Psicología Aplicada en octubre-noviembre de 1960. (29) Ambos estudios describen aspectos de las condiciones materiales de vida de dos estratos sociales cubanos de menores ingresos, los asalariados agrícolas y los analfabetos, a fines de los años cincuenta e inicios de los sesenta. En ese momento los padres de estas obreras probablemente estaban constituidos como parejas y ellas tendrían al menos dos años.

La forma en que vivían sus padres podría ser similar a la de los grupos referidos en estas investigaciones, de acuerdo a lo que declararon ellas en las entrevistas a profundidad acerca de la escolaridad de sus padres (analfabetos o con segundo grado); sus ocupaciones (padres temporeros en la costa, la pesca y en el campo; las madres, amas de casa y muy pocas ocasionalmente trabajaban en las escogidas de tabaco); dónde residían (zonas rurales), y también por los comentarios que hicieron durante la observación participante.

Al final de este texto la cita (28) dice: Publicada en la revista Economía y Desarrollo, No. 12, La Habana, 1972, mientras que la (29) relata: “Investigación sociocultural de analfabetos. Resultado provisional”, Instituto Cubano de Opinión Pública y Psicología Aplicada, octubre-noviembre de 1960, Cuadro II.

Como comprobaron, a cada cita corresponde una cifra entre paréntesis que, a su vez, está vinculada con una referencia bibliográfica que describe el documento de donde la extrajimos, esto es, cuál es el título, quién es el autor o quiénes son los autores, si se trata de un libro, de un artículo en una revista o en otro tipo de publicación, en qué fecha se publicó, cuál fue la editorial en que apareció y otras precisiones más. Para anotarlas hay reglas en los sistemas referenciales más empleados en los textos científicos, como son el sistema APA, el Harvard, el Chicago Style y el UNE-ISO 690.

Acudiré a uno de mis textos recientes, “Los intercambios docentes entre universidades de Estados Unidos y Cuba están atascados en una ‘Trampa 22’ (Catch 22)”, para mostrarles cómo empleé el Chicago Style. De las dos variantes que admite este estilo, Soraya M. Castro y Margaret E. Craham, las editoras del libro Donald J. Trump y las relaciones Cuba y Estados Unidos en la encrucijada, publicado por el Grupo Editor Orfila, México, 2018, decidieron usar la variante que identifica de dónde se extrajo la idea en una cita entre paréntesis que define al autor, la fecha de la publicación y la página en que aparece, mientras que al final del texto se coloca la obra citada en orden alfabético por sus autores.

En 2016 pronostiqué cuánto sufrirían los vínculos culturales entre Estados Unidos y Cuba si la Administración Trump obstaculizara los programas universitarios cortos y semestrales en Cuba. Desgraciadamente, la mayoría de estos presagios se cumplieron cuando la Administración construyó un muro entre los dos países, no con concreto sino con falsedades sobre Cuba ampliamente divulgadas en la población norteamericana.

Esta Administración organizó una estrategia comunicativa diseñada para sembrar miedos e inseguridades en quienes pretendían viajar a Cuba, entre ellos los estudiantes universitarios norteamericanos y sus profesores. Tal pareciera que retomaron la trama de Joseph Heller en su novela Catch 22 (Trampa 22) publicada en 1961. (Heller, 2004) Una de las interpretaciones de este término es que quienes crearon la situación de “Catch 22” inventaron reglas arbitrarias para justificar y ocultar sus abusos de poder.

Al concluir este artículo –que se convirtió en uno de los capítulos del mencionado libro–, aparece en sus “referencias” la descripción completa de la novela citada: Heller, Joseph (2004), Catch 22, Simon & Schuster (primera edición en 1961). ¿Por qué escribí entre paréntesis el año 2004, si el libro se publicó en 1961? Porque perdí esa edición, como siempre me ocurre cuando presto libros sin anotar a quien los facilité, y tuve que acudir a Google para recordar las características editoriales de esta publicación.

La bibliografía aparece al final del texto (si es un artículo), mientras que si hablamos de un libro puede anotarse al final de cada capítulo o de toda la obra. En la bibliografía se admite incluir no solo las referencias de los documentos que consultamos, sino también las obras que no citamos en los textos que redactamos, pero que nos resultaron útiles para elaborar nuestro trabajo. Igualmente debemos enumerar con precisión a las personas que accedieron a responder nuestras preguntas. Yo las distingo al finalizar la bibliografía. Sigo con el ejemplo del capítulo que recién retomé.

Aclaro que este trabajo incluye un estudio de caso que apliqué a los estudiantes norteamericanos matriculados en mi asignatura “Género, raza y desigualdades en Cuba” del Programa Cuba del Consorcio de Estudios Avanzados en el Exterior (Consortium for Advanced Studies Abroad, C.A.S.A.), que está encabezado por la Universidad de Brown, a partir de un convenio firmado con la Casa de las Américas y la Universidad de La Habana. Desde 2014 trae a estas instituciones a estudiantes de pregrado matriculados en las universidades “ivy league” de los Estados Unidos durante los semestres de otoño y de primavera, quienes deben tomar cuatro asignaturas sobre mi país.

Uno de los objetivos de estas actividades docentes consiste en que los alumnos y los profesores de los dos países aprendan a no imponer sus sistemas de valores y su cultura –derivados de sus modos de vida en sus países de origen– sobre “el otro”. Los profesores norteamericanos y los cubanos orientan a los estudiantes norteamericanos a que comprendan los temas que estudian en Cuba ubicándolos en la historia y en la contemporaneidad de este país donde viven alrededor de cuatro meses, porque es la única forma de reconocer las complejidades del país que los acoge, tanto las negativas como las positivas. Así adquieren nuevas perspectivas de sus experiencias en Cuba, incluso, de las incómodas, para que a largo plazo amplíen su sabiduría acerca de cómo son los modos de ser en otros países. Los profesores cubanos hemos aprendido a ser creativos, a actualizarnos, para poder explicar nuestra realidad, no como la miramos desde dentro, sino como nos miran desde afuera.

Brostuen (2015) estima que “[…] esto es especialmente cierto en países como Cuba, donde los temas de raza y género –que son volubles en los Estados Unidos– serían mejor comprendidos por los estudiantes universitarios de EE. UU. si se acercaran a ellos utilizando enfoques históricos diferentes de aquellos en los que ellos se han formado”. Agregó: “¿A los estudiantes se les debería instar a que viajen al extranjero con el fin de producir cambios en los países que los acogen en cuestiones o en experiencias que les resultarían incómodas a estos últimos? ¿No se beneficiarían más si buscaran las vías directas para adquirir nuevas perspectivas a partir de sus experiencias en el extranjero, incluso de aquellas que les resultaron incómodas, y que temporalmente se abstuvieran de emitir juicios para lograr su objetivo a largo plazo de ampliar su sabiduría acerca de cómo son los modos de ser en todo el orbe?”. Lilia Núñez (2015) estimó que esta experiencia ha sido un gran aprendizaje para los profesores cubanos porque “[…] nos ha servido de incentivo para esforzarnos a ser creativos, a actualizarnos, para poder explicar nuestra realidad, no como la miramos desde dentro, sino como nos miran desde afuera”.

Tras cuatro meses de vivir en Cuba los estudiantes de pregrado que cursan estos semestres cambian las percepciones que traían sobre este país. “Cuba los cambia. No son los mismos cuando se van.” (Zimmerman, 2015) Los alumnos descubren que en Cuba existe un pensamiento crítico entre los académicos “de aquí” sobre la Cuba de hoy, su historia y sus relaciones con Estados Unidos. Para muchos esta estancia constituye un primer paso para continuar profundizando en el conocimiento de la realidad cubana.

A los estudiantes les cuesta trabajo adaptarse a las dificultades de la cotidianidad cubana en el primer mes. Muchos se preguntan “¡No sé por qué vine aquí!” O “¿Cómo voy a vivir en este infierno?” Entre los conflictos que aquejan a los estudiantes norteamericanos están las dificultades de comunicación a través de internet; la lejanía de sus familiares y amigos; la incapacidad para adaptarse a la comida cubana, sobre todo para los vegetarianos; las aceras y calles intransitables por las que caminan, a la vez que añoran sus autos o el subway newyorquino; el calor; los deseos de tener mayores contactos con jóvenes universitarios; el poco tiempo para realizar los trabajos de curso que exigen todas las asignaturas. Pero al cabo de ese angustioso primer mes comienzan a disfrutar su estancia y se preguntan por qué perdieron esos 30 días. Otros, por el contrario, no desean que el curso termine y desean regresar a Cuba para continuar sus indagaciones. Zimmerman (2015) estima que los coordinadores norteamericanos deben convencer a los estudiantes que acepten las cosas tal y cómo son aquí, pero estimo que esto solo lo lograrán cuando vivan en carne propia la “experiencia” cubana.

Vean cómo relacioné en las referencias a los profesores que aparecen en estos párrafos:

Entrevistas

Brostuen, Kendall. Profesor de la Universidad de Brown, Director y Decano asociado de la Oficina de Programas internacionales. Dirigió desde la Universidad de Brown los semestres en la Casa de las Américas desde 2008 y coordina desde 2014 el Consorcio de estudios avanzados en el exterior (C.A.S.A. según sus siglas en inglés). Entrevista enviada por correo electrónico, noviembre, 2015.

Núñez, Lilia. Profesora de la asignatura “Género, raza y desigualdades en Cuba” en el Programa general Casa de las Américas-Consorcio de estudios avanzados en el extranjero. Entrevista enviada por correo electrónico, octubre de 2015.

Zimmerman, Matilde. Profesora de Sarah Lawrence College y responsable de los semestres en la Universidad de La Habana entre 2002 y 2015. Entrevista concedida a la autora en La Habana, 7 de noviembre de 2015.

La semana próxima explicaré cómo anotar las referencias que extraemos de internet.

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