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El 'Procés” de una nación ante la (in)justicia de Estado

Francesc Ligorred Perramon*

 

Habrá un día en que todos

al levantar la vista, veremos una tierra

que ponga libertad. (...)

También será posible

que esa hermosa mañana

ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver;

pero habrá que forzarla para que pueda ser.

José Antonio Labordeta

(Canto a la Libertad, 1976)

Yáax nota

Este artículo pretende analizar, desde una perspectiva antropológica, el llamado “proceso catalán hacia la independencia” a partir de una serie de sucesos políticos, sociales y culturales que se han venido produciendo en Cataluña de 2009 a 2019. Advertir, también, que he tratado el tema desde hace una década en más de una treintena de artículos en la prensa comarcal (DiarideManlleu, El9NOU-Vic), así como en Unicornio. De este último medio cito los artículos “Independencias (De Cisteil a Arenys de Munt)” (julio, 2010), “Pueblos índígenas´ y/o naciones sin estado (520 doces de octubre y otras fechas) (octubre, 2012), “Los pueblos siempre son independientes” (febrero, 2014) y “Catalunya: entre el ‘judici del procés’ y una sentencia de Estado” (abril, 2019).

Uno

Empezaremos recordando que la Generalitat de Catalunya –Diputación del General– se instauró en el año 1359 (siglo xiv) teniendo, durante siglos, como presidentes a personas procedentes del llamado “braç eclesiàstic”, es decir, obispos, regentes, priores, ardiacas, canónigos o abades y algún que otro personaje del “braç militar”, la mayoría de ellos devotos del poder de los linajes reales aragoneses y castellanos. El año 1714 marca un antes y un después en la historia de Catalunya; en ese año –un 11 de septiembre– Barcelona, el último bastión del catalanismo político cae derrotado militarmente por el ejército borbónico de Felipe V, aboliéndose todas las conquistas identitarias logradas hasta entonces, suprimidas de facto a partir del Decreto de Nueva Planta (1716). La Generalitat se restaura efimeramente en 1874, no siendo hasta el siglo xx (1914-1925) que la Lliga Regionalista de Enric Prat de la Riba crea la Mancomunitat Catalana. Y será el 14 de abril de 1931 cuando se reestablece la Generalitat de los tiempos modernos, con el triunfo de Esquerra Republicana de Catalunya y con la proclamación de la República Catalana por el President Francesc Macià. A la muerte de este le sustituye, en 1933, Lluís Companys, también d’ERC, quien sufrirá exilios antes y durante la Guerra Civil Española (1936-1939). En 1940, tras un juicio sumarísimo, fue fusilado por el franquismo.

El exilio catalán nombró President a Josep Irla (1940-1954) y luego de su dimisión y de que el universal violoncelista Pau Casals rehusara presidir la Generalitat, debido a las desavenencias de los partidos políticos en el exilio, es Josep Tarradellas quien asume en México esa responsabilidad en 1954. Con la muerte del dictador Franco (1975), Tarradellas regresa a España donde el rey Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez (UCD) lo restituyen como President de la Generalitat, cargo que ejerce hasta 1980, año electoral en que traspasa los poderes a un President no republicano, Jordi Pujol, candidato de la coalición Convergència i Unió (CiU), dos partidos democratacristianos (CDC y UDC) que practican un nacionalcatalanismo conservador. Pujol, reelegido en cinco ocasiones, termina su largo mandato el año 2003, destapándose, una década después, múltiples casos de corrupción política, de tráfico de influencias y de organización delictiva; los Pujol-Ferrusola, con la complicidad de sus siete hijos, mantuvieron durante treinta años grandes sumas de capitales en el extranjero (paraísos fiscales) procedentes –según confesó sarcásticamente el patriarca en 2014 en el Parlament de Catalunya– de una deixa (pseudoherencia) del abuelo Florenci.

A partir de 2003 llegan a la presidencia de la Generalitat dos candidatos del Partit Socialista de Catalunya (PSOE): primero, el exalcalde olímpico de Barcelona (1992) Pasqual Maragall y después José Montilla, un catalán nacido en Andalucía vinculado al socialismo del cinturón rojo metropolitano. Pero el pujolismo del CIU no se da por vencido y de 2010 a 2016 lleva a la presidencia de la Generalitat al delfín de la familia Pujol-Ferrusola, Artur Mas, quien no solo aplica los recortes sociales (retallades) más drásticos de la democracia española y de Europa, sino que se ve obligado a impulsar el “Procés”, siendo una de sus aventuras arriesgadas la consulta independentista no vinculante del 9 de noviembre de 2014, año del Tricentenari de la pérdida de las libertades catalanas de 1714. Con Artur Mas nace el “neoindependentismo”, pero las rivalidades entre los partidos soberanistas y/o independentisas obligan, en 2016, a Mas a “fer un pas al costat” (dar un paso al lado) cediendo la presidencia a Carles Puigdemont, en aquel entonces alcalde de Girona; un militante convergente, pujolista, este sí un independentista arropado por las siglas JuntsXCat.

Será Puigdemont el President más intrépido del neocatalanismo posconstitucional (1978); a pesar de los avisos del gobierno español –el PP de Mariano Rajoy–, él decide convocar un referéndum por la independencia el 1 de octubre de 2017 en el que votaron más de dos millones de personas y que fue primero ilegalizado y después reprimido con dureza por las fuerzas policiales españolas (CNP y Guardia Civil) en una jornada lluviosa y violenta en la que acudieron a las urnas cerca del 50% del censo electoral que en su mayoría optó por el SI a la independencia. El desafío al Estado tuvo consecuencias inmediatas: detención de los dos líderes sociales visibles (Òmnium y Assamblea Nacional de Catalunya –ANC–) y encarcelamiento a integrante del gobierno de Puigdemont. Con la enérgica declaración televisada (3-O) de Felipe VI, coronado rey en 2014, y con la aplicación del Artículo 155 de la Constitución Española, a raíz de la fugaz declaración unilateral de independencia, Puigdemont y algunos de sus Consellers optan por autoexiliarse a Bruselas, en busca de un apoyo europeo que nunca llegaría, ni ha llegado.

Las funciones del gobierno de la Generalitat se encargan entonces a Soraya Saez de Santamaría, vicepresidenta del gobierno español del PP, quien no demora en convocar a elecciones al Parlament de Catalunya para el 21 de diciembre del mismo año 2017; en esta etapa de intervención administrativa el gestor estatal fue Roberto Bermúdez de Castro Mur. La participación resultó masiva y aunque el partido más votado fue el unionista Ciudadanos, encabezado por Inés Arrimadas, los partidos independentistas logran sumar más escaños, lo que provoca que se proponga restaurar en la presidencia a Puigdemont. Pero al no poder este regresar a España, al haber sido declarado prófugo de la justicia, se sugieren dos candidatos encarcelados: primero al Conseller convergente Jordi Turull y luego al activista Jordi Sánchez. Tampoco se les permite la investidura y será finalmente Quim Torra, quien ocupaba la posición número once en las listas de JuntsXCat por Barcelona, quien asume la Presidència en mayo de 2018; de formación jesuita, abogado, asesor de la aseguradora Winterthur (Suiza), admirador del aventurero periodista Eugeni Xammar (1888-1973), reconvertido editorialista y articulista con vinculaciones políticas conservadoras (UDC, Reagrupament,..) y activista de Òmnium, la ANC, Sobirania i Justícia y la Crida Nacional per la Repùblica. En tono satírico se traduce su nombre “Qui em torra?” por “Quién me emborracha?”, “No ens atorrarem” por “No nos detendremos” o “Atorrada de país” por “Huelga de país”; hay quien añade la maldita casualidad de que la prisión de Lladoners esté ubicada en el municipio de “Vilatorrada”! El President Quim Torra, que se autodefine como “independent emocional”, ha escrito, entre otras publicaciones, Viatge voluntari a la Catalunya impossible o Els últims 100 metres: el full de ruta per guanyar la Repùblica. Oráculo de la democracia cristiana pujolista, conservador y ferviente devoto del nacionalismo catalán antiespañol, proviene, como Puigdemont, de la comarca gerundense de La Selva.

Dos

Son estos los antecedentes históricopolíticos, veamos ahora los precedentes socioculturales y populares. Es el 13 de septiembre de 2009, cuando se celebran las primeras olas u “onades de consultes sobiranistes” en Arenys de Munt, organizadas por unos pocos pero apoyadas por muchos, dando lugar a lo que luego vendría a ser el “independentismo” oficial, así como lo que también seria el “independentismo” popular; ambos, entonces embrionarios. Antes de las onades se había consensuado el nuevo Estatut d’Autonomia en el Parlament de Catalunya y en las Cortes Españolas (2005-2006) siendo aprobado en referéndum por el pueblo catalán; un Estatut sistemáticamente recortado por el Tribunal Constitucional desembocando en lo que el Molt Honorable José Montilla calificó de “desafección” de los catalanes hacia el Estado Español, desafección puesta de manifiesto en una masiva manifestación de julio de 2010.

Otro precedente es la acusación que había hecho el President Pasqual Maragall en el Parlament de Catalunya a la coalición democratacristiana (CIU) en relación al famoso 3 % de cobro de comisiones durante años por la adjudicación de obra pública a empresas privadas afines al gobierno. Aquí el populismo del mandato de Jordi Pujol (1985-2003) inció una rabieta defensiva que como la hidra empezó a extenderse más allá de las esferas partidistas y políticas para alcanzar a asociaciones como la fiel Òmnium Cultural. Fue en el verano de 2009 cuando se destapó el conocido “Cas Palau” que implicaba a los “convergents” en una corrupción institucional camuflada en instituciones tan prestigiosas como el Palau de la Música, salpicando a la vez a su reconocido Orfeó Català. Allí aparece otro de los capos democratacristianos hasta entonces venerados y desde entonces despreciados: Félix Millet, alma mater y dueño y señor del Palau musical y quizás del Palau presidencial, ejecutor confeso de corruptelas millonarias para sustentar a sus aliados politicos de CIU.

Así pues, tocados y enjuiciados los (re)gerentes de los dos Palaus bajo el manto etnomoral y populista de los Pujol-Ferrusola –con depósitos ilegales protegidos en bancos del vecino Principat d’Andorra– el catalanismo regional, por decirlo con una palabra amable, sintió pasos de la justicia española a la que había logrado seducir y burlar por décadas mediantes pactos políticos a diestra y siniestra (PP y PSOE). Pero es fácil deducir que lo que más molestó a ese catalanismo de “peix al cove” –de la tranza y la mordida– es que los Pujol, Millet y Cia. vieron como su poder protector –casi divino– y político sobre el pueblo catalán quedaba, en pocos meses, finiquidado. Deciden, entonces, optar por el discurso endémico del victimismo, pero no de un victimismo personal sino nacional, implicando al pueblo catalán, un pueblo catalán que en esos años veía amenazado su preciado bienestar social a raíz de la grave crisis económica internacional que sumió a Europa al borde de la quiebra. Y si las dos instituciones emblemáticas del catalanismo político y cultural mostraron su lado más oscuro, recientemente el catalanismo “nacionalcatolicista” ha sufrido otra inesperada derrota al destaparse la corrupción en el Monestir de Montserrat, montaña de peregrinación adorada por los catalanes y donde, durante las últimas décadas del siglo xx, algunos monjes fueron “depredadores sexuales”. Uno de ellos –ya fallecido– Andreu Soler, fundador de las juventudes escoltistas montserratinas –prologado por Pujol– ha sido denunciado por la comunidad benedictina ante la justicia española y vaticana; otro monje abusó sexualmente de algunos niños cantores de la entrañable Escolania de Montserrat, que tiene en las voces de estos infantes canciones tan representativas de la tradición cultural catalana como es el himno del “Virolai”. La pasada noche del 30S al 1-O el independentismo organizó un acto de desagravio que bajo el lema de “Llum i Llibertat” iluminó con 131 lámparas 131 agujas de esta venerada sierra. Y Quim Torra, colorín colorado, es el 131 President de la Generalitat!

El acorralado nacionalismo convergente optó en su momento –ya se ha dicho– por el delfín del pujolismo Artur Mas, quien como presidente de la Generalitat se negó a pactar un nuevo financiamiento fiscal autonómico con España, propiciando un movimiento independentista que años más tarde a él mismo se le escapó de control. Aquí aparece otro peón aventajado del ya iniciado “procés”, la atrayente Assemblea Nacional Catalana, que en un tiempo récord y con aportaciones solidarias logra organizar movilizaciones masivas ejemplares en las Diadas del once de septiembre. Esquerra Republicana de Catalunya, el histórico partido independentista de Macià y Companys, se apunta por convicción, pero también para no perder poder en el “procés independentista” y sitúa a Oriol Junqueras al frente del partido y a Carme Forcadell primero en la presidencia de la ANC y, más tarde, en la presidencia del Parlament de Catalunya. Así, pues, el movimiento político independentista se unía en fórmulas electorales como la exitosa JuntsXSí, pero aquí interviene otro peón incordioso, las CUP, formación pseudopolitica que en ocasiones abraza el independentismo oficial y en otras denuncia socialmente a los gobernantes catalanes en turno

Tres

El independentismo se halla hoy en una encrucijada, como se ha abusado en llamar, histórica. Por un lado el “procés oficial” –político– no ha logrado ampliar, desde 2012, las bases del independentismo, manteniéndose en los límites del 50 % del censo, ni tampoco ha logrado internacionalizar el procés, pues los influyentes estados europeos han reiterado que se trata de un conflicto interior del Estado Español. Pienso que la mejor manera para internacionalizar el procés consistiría en hablar más de los valores humanos (seny y rauxa) de Catalunya y menos de los defectos de España, que seguro los tiene, al igual que España tiene valores y Catalunya tiene defectos (deterioro del tejido productivo y deslealdades partidistas, por ejemplo). Han habido comunicados y advertencias de oficinas de la ONU, de Amnistía Internacional, de la Comisión de Venecia, de tribunales europeos, instituciones políticas y académicas mundiales, pero para la justicia del Reino de España solo se trata de opiniones consultivas no vinculantes, cuando no –rematan– de intromisiones desconocedoras de la “democracia constitucional española”.

Comparar el caso catalán con otros procesos de autodeterminación e identitarios resulta esperpéntico y ha lanzado a los políticos y a no pocos intelectuales a una voragine de equívocas soluciones. Catalunya no es Quebec ni Escocia, tampoco Massachusets o Hong Kong, ni Eslovenia o Estonia, ni Kosovo o Groenlandia, ni el Sahara o Kurdistán, tampoco es Suiza, ni Portugal o Dinamarca, ni Andorra, Luxemburgo, ni las Islas Feroe o el Vaticano, ni Córcega o Flandes, ni es –le pasó el momento– una nación amerindia como los mapuches, quechuas, aymaras, cunas, mayas, zapotecos, náhualts, purepechas, navajos o inuits. Dejando otros referentes de África o Asia y refiriéndonos a territorios ibéricos cercanos, Catalunya tampoco es un reino gallego, castellano o andaluz, ni mucho menos una comunidad foral como Navarra o una nación independiente como Euskalherria. Hay un ejemplo, pero, que no puedo dejar de mencionar: la República Tetä Paraguái que, con dos idiomas oficiales –guaraní y castellano– tiene una población aproximada a la de Catalunya, con una densidad de 17´5 hab/km2 en 406,752 km2. Catalunya quizás, y sin quizás, podía haber ampliado la base identitaria y territorial propiciando las relaciones históricas y culturales con las regiones de la antigua y avanzada, ayer y hoy, Corona d’Aragò (Illes Balears, País Valencià, Catalunya Nord, Aragòn) pero, desafortunadamente, esta opción que sí preocuparía muchísimo al Estado Español, no ha sido nunca prioritaria para el independentismo catalán actual.

También se ha comentado que la astucia de los neoindependentistas oficiales en los momentos culminantes del otoño de 2017 no fue muy acertada: hay opiniones que indican que los líderes políticos de aquel momento, que controlaban el Govern de la Generalitat i el Parlament de Catalunya, no debieron abandonar fisicamente estas dos instituciones. Otro error fue pensar que ellos nunca serían acusados de rebelión, secesión o desobediencia, sino que el gobierno español actuaría con más contundencia –si cabe– contra el pueblo catalán y que el 1 de octubre de 2017, por ejemplo, habría heridos graves y detenidos. Ahora, otoño de 2019, un sector del independentismo juega a la confrontación verbal y al sabotaje “per generar soroll” (para generar ruido), pero estas nuevas astucias solo sirven para que los medios de comunicación y las redes sociales de los nacionalistas españoles difundan mediáticamente los fantasmas de la rebelión, la violencia y el terrorismo. Probablemente algunos politicos catalanes neoindependentistas menospreciaron que los estados coloniales y neocoloniales están bragados en mil batallas y que cuando se trata de preservar la unidad nacional, sean franceses, alemanes o italianos, ejercen su poder político, judicial y policial, quedando todavía resguadado en la recámara de los cuarteles, el poder militar.

Aquí es más que pertinente –por su vigencia– citar el ensayo “La sobirania de les persones polítiques” (1919), de Pere Coromines, donde se habla –traduzco– de que “El Estado no es una categoría absoluta, sino un concepto histórico”, de “El principio territorial como fundamento de un nuevo concepto de soberanía”, que “La soberanía es una fuerza que irradia de las personas políticas”, de que “El Estado como individualizador de las personas juridicas no es soberano”, que “El hombre, como todos los otros seres vivos está provisto de una fuerza adecuada a los fines de su naturaleza de ente (èsser) nacional”. Coromines recordaba las luchas sociales que llevaron a la Declaración de los Derechos Humanos y las posteriores revoluciones para el reconocimiento de los derechos de las naciones, señalando que los Estados no son soberanos, surgen de las naciones y de los pensamientos de la humanidad; para la unión de un Estado son necesarias naciones invasoras y naciones invadidas. El núcleo central de un Estado siempre tiene en su origen una nación, por ello los Estados se conforman a partir de sinecismos y escisiparidades. “La crisis actual –concluye– no es una crisis de la soberanía, sino una crisis del concepto de Estado”.

Volviendo al “procés oficial” este ha banalizado su discurso reiterando una y otra vez un enfrentamiento verbal con los gobiernos españoles (PP o PSOE), culpando a estos de “robar” a Catalunya, amenazándolos con movilizaciones permanentes discontinuas, con “aturades de país” (huelgas) y con desobediencias demasiado simbólicas: lazos amarillos y decenas de recursos –sorprendente– a los tribunales españoles, etc.

Un proceso errático que ayer decía “Som República” y hoy dice “Objectiu, la Independència”, un proceso en que las olas de ayer son los tsunamis hoy. Y los llamados Comitès de Defensa del Referèndum (CDR) de 2017 se han transformado dando a la letra R el significado de Repùblica; ahora algunos de sus miembros, acusados de terrorismo por pertenecer a Equips de Resposta Tàctica (ERT) que parecen enlazar con la histórica Terra Lliure, se ven acusados preventivamente por la justicia española y acosados por los cuerpos de seguridad del Estado: la reciente Operación Judas muestra ya una espiral antiindependentista represiva aplaudida por las derechas unionistas españolas. Entretanto al soberanismo partidista catalán le crecen tentáculos por doquier: de las históricas ERC y CIU se ha pasado a JuntsXSi, JuntsXCat, PDeCAT, Cup, Democràtes per Catalunya, Consell de la República, Crida, “El país de demà”, l’Assemblea de Càrrecs Electes, etc. Un simbolismo oficial sujeto, demasiado, a la comunicación epistolar desde las prisiones y a la comunicación audiovisual desde el exilio. Todo ello no ha aportado, hasta el momento, soluciones efectivas para liberar a los líderes sociales y políticos independentistas encarcelados ni para propiciar el retorno del President Puigdemont y de los demás políticos en un exilio con demasiadas cimeras autoflagelatorias en Waterloo y en Ginebra.

…Y la sentencia…

Este 24 de septiembre el rey Felipe VI disolvió las Cortes Españolas abriendo paso a una nueva convocatoria electoral para el próximo 10 de noviembre, situación que implica que el gobierno de la Generalitat no tenga durante meses un interlocutor político en Madrid. Las circunstancias vuelven, pues, a ser rocambolescas en un octubre colmado de fechas “históricas” y en el que el posible diálogo político catalano-español se trasladaría a medio o a largo plazo, lo que supone tiempo ganado por el constitucionalismo de la España Global y tiempo de descuento para un independentismo oficial carente de estructuras y de visión de Estado.

El desgaste de las instituciones catalanas (Govern de la Generalitat, Parlament de Catalunya) es administrativamente preocupante al no tener nuevos presupuestos y al no darse las condiciones ideales para unas elecciones catalanas, pues éstas serÍan de carácter “autonómico” y los votantes independentistas no dudarían en castigar en las urnas a unos dirigentes poco astutos y a merced de la política estatal española. Un desgaste institucional con repercusiones en sectores tan sensibles como la educación y la sanidad, muy especialmente en la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (TV3, Catalunya Ràdio) y en el cuerpo policial, los históricos Mossos d’Esquadra, protagonistas (in)voluntarios de las contradicciones oficiales y populares del Procés. Hay quien piensa que no es de recibo que el poble català se vea abocado, en pleno siglo xxi, a conmemorar anualmente dos (11S y 1-O) derrotas emocionales. El liderazgo político en Catalunya hoy está huérfano de candidatos, por ello se habla del retorno del astuto expresident y transformista de lealdades Artur Mas, una solución in extremis para el neoindependentismo, pero quizás la única que le serviría para mantenerse en las instituciones catalanas. En este caso sería la ERC de Pere Aragonés y Roger Torrent, quien tendría la última palabra; estos republicanos históricos –bendecidos por Oriol Junqueras– deberían discernir entre la reposición del “nacionalismo liberal” o una ruta socialmente de izquierdas en coalición tripartita con el PSC y con En Comú-Podem. Optar por renunciar a la ruptura con el Reino de España u optar por renunciar a la ruptura con el Poble Català defendiendo la libertad de Carme Forcadell y Carles Puigdemont, los dos líderes más carismáticos del Procés. Decantarse, pues, por un arriesgado Ho tornarem a fer (Lo volveremos a hacer) con un referendum unilateral “Si o No” a la independencia o por el Dret a decidir con una consulta pactada que, quizás liderada por la actual alcaldesa de Barcelona Ada Colau podría estar abierta a reformas consitucionales con fórmulas fiscales federalistas.

El neoindependetismo admite sin reparos que la sentencia del 14 de octubre cierra esta etapa del Procés (2009-2019), quizás poniendo fin a la llamada “revolució dels somriures” (revolución de las sonrisas), dejando entrever un lejano horizonte para ejercer el derecho de autodeterminación desde una ilusión republicana atrapada sin interlocutor, hoy por hoy, en las limitaciones operativas de la obligada gestión autonómica. Ha llegado la sentencia y los líderes sociales y políticos catalanes han sido condenados, de hecho resultaba inverosimil que el Tribunal Supremo hubiera declarado una sentencia absolutoria; ha sido una sentencia con matices, una sentencia a la carta. Desestimada la pena por rebelión las condenas, que van de los trece a los nueve años, han sido por sedición y malversación; también tres por desobediencia; el total de años de cárcel roza el centenar. La mayoría de los condenados ya llevan dos años contados y, es posible, que a mediano término las defensas consigan revisiones a la baja (3er. grado) de la estancia en prisión, pero las penas de inhabilitación ya de por sí obligan a reestructurar la gobernabilidad de Catalunya, a la Presidencia y al Parlament. Tantos acusados, tantos abogados, tants caps tants barrets, tantas penas tantos años. No sabremos si la táctica de ir líderes y políticos catalanes cada uno por su lado ha sido la defensa más eficaz; con sus diferentes compentencias profesionales y habilidades personales, fiscales, abogacía del estado y jueces han avanzado juntos desde el inicio del proceso judicial y han llegado compactos al juicio final. A partir de ahora habrá recursos estatales y europeos... pero “la suerte esta echada!”. Mientras los acusados, encarcelados hasta hoy preventivamente y a partir de mañana legalmente por conspiración sedeciosa, van pregonando que “Ho tornarem a fer” añadiendo aquello de “Ni oblit ni perdó”, los jueces, como garantes de los poderes políticos y policiales de la monarquia parlamentaria española, han dictado sentencia: ni absolución, ni amnistia, ni indulto... y reactivación de las euroórdenes de detención para los exiliados.

A veces pienso que mientras para los políticos el tiempo es aburridamente lineal y para la justicia el tiempo es heladamente atemporal, para los Pueblos independientes el tiempo es, tercamente, cíclico. Las prisiones catalanas, custodiadas por los mossos d’esquadra, acojen y acojeran a los condenados de hoy esperando, pero, el jucio de los mandos policiales, de los exiliados y de los combatientes de los CDR. Las marchas populares, reeditando aquella Marxa de la Llibertat de 1976, representarán para el estado español poco más que unas columnas ordenadas y luminosas de provocación emocional que encajará democráticamente, dejando que el tiempo las convierta en movilizaciones permanentes dicontinuas. Onades de 2009 o tsunamis de 2019, un cambio climático sociopolítico que, hasta el momento, solo ha dejado damnificadas las costas, las llanuras y las montañas de Catalunya, todo un territorio con sus habitantes.

Estacionadas las retóricas del procés oficial y sus desaventuras judiciales y policiales, es el procés popular el verdadero eje vertebrador del independentismo del siglo xxi. El triunfo del “independentismo imaginario” es creativamente indiscutible, simbolismos como el de los murales de “La Càrrega”, de Olot han tenido un brillante carácter revolucionario aunado al éxito del diseño de productos: baste ver la renovación anual de playeras, mochilas, pins, adhesivos y domasos o la confección de cómics paródicos como On és l’Estel.la? o canciones hiperventiladas como “La força de la gent”. Quizás por este tipo de manifestaciones libres, Catalunya, con 7’5 millones de habitantes (31,895 km2 y 236’52 hab/km2), mantiene hoy una parte importante del poble català (2M) participando en movilizaciones masivas y aportando, desde la Associació Catalana pels Drets Civils (ACDA) o Alerta Solidària y por medio de una “caixa de solidaritat”, recursos para el sostenimiento del Procés, propiciando así el triunfo antropológico del procés en terminos nacionales, culturales y sociales. Atizar el debate entre independencia y/o convivencia resulta desgastante, aunque sí existe un contraste de adhesión del procés entre las comarcas periféricas y el área metropolitina, así como cierta desconfianza etnosocial principalmente en la población adulta de origen andaluz llegada a Catalunya en la segunda mitad del siglo xx. La independencia de las naciones –lo he venido señalando– solo se obtiene por dos vías: la vía de la revolución popular inherente en la mayoría de los procesos de emancipación o la vía de la responsabilidad política, donde –en este caso– Govern y Parlament tendrían que proclamar la independencia a partir de la consolidación de unas estructuras de estado y de un (pre)negociado reconocimiento internacional. Además, ninguna nación alcanza su independencia –como se dice ahora– con pacifismo violento o sin violencia pacífica, la revolución popular debe ir aunada a una sostenibilidad económica –el turismo/comercio no es suficiente–, a unas estructuras de estado y de gobierno más reales/realistas que históricas y a un inmediato reconocimiento internacional solidario.

Debe ser, pues, el poble català quien impulse un definitivo proceso, ese sí, de descolonización política y social interior y lo haga a partir de un proceso de identidad solidario que no aspire a ser una república virtual, sino que logre forjar una Catalunya pacífica, justa y libre; el debate catalán ha comenzado –es positivo– en una disyuntiva antropógica –humana y lógica– entre el neoindependentismo oficial y el republicanismo popular. Una Catalunya hoy, en 2019, predominantemente bilingüe (català-castellano) y abiertamente multicultural, con decenas de nuevos catalanes procedentes de Africa (Marruecos o Ghana), de Asia (China o Pakistán) y de América (Colombia o Honduras). Y es que como he dicho, digo y diré, “los pueblos siempre son idependendientes” y Catalunya lo fue, lo es y lo será.

Xuul nota

Hace unas semanas el bon amic, intelectual libertario, articulista erudito y escritor crítico Toni Coromina me dió un ejemplar del libro Petjades (Mérida, 2019) que, asimismo, –primera aluxada– le había entregado su sobrino Martí Coromina, un catalán de la comarca de Osona, vinculado desde 2012 al Casal Català de la Península de Yucatán siendo, además, uno de los coordinadores de tan entrañable obra yucateco-catalana. También, de esta nova fornada, he conocido a Xevi Collell, fino gestor patrimonial, quien, habiendo observado los lejanos y exhuberantes cenotes del Mayab, ha optado por adentrarse en los cercanos cráteres volcánicos de la Garrtotxa.

Como promotor y socio fundador que fui y soy del Casal dejó de sorprenderme que no me invitaran a escribir un “texto antropológico” en este proyecto editorial y que no me solicitaran siquiera documentación-información (fotos, actas,...). Tampoco me extrañó que me ignoraran en la presentación que tuvo lugar en la Casa Amèrica Catalunya en Barcelona el 8 de julio de este año; sabían, los coordinadores cómo y dónde localizarme, si bien yo estaba celebrando San Fermín!. Y no me sorprendieron estas (re)acciones, porque desde que me ausenté –nunca me fui temporalmente– de Yucatán el año 1999, para unos pocos coloniales fui declarado inexistente; de hecho puedo confirmar que solo gracias a la ciencia y al azar hoy estoy escribiendo esta felicísima nota. Ni modo! Pronto lamenté, eso sí, que el Casal tuviera que abandonar la magnífica sede fundacional en el “Hotel Dolores Alba” del centro de Mérida, establecimiento regentado por la amabilísma familia Sánchez-Comin, muy estimada por nosotros (Mercè y yo), sin cuya ayuda no hubiese sido posible la fundación de esta asociación catalano-peninsular. En una de mis varias visitas, quasi clandestinas, del siglo xxi al Mayab, en octubre de 2016 –acompañado de Rosita Itzá–, tuve la dicha de abrazar a la señora Quimeta –el papi ya había fallecido– y a sus tres hijos en el patio de aquel hotel de atmósfera sostenible. Una curiosidad inmobiliaria: el actual Casal en la Colonia García Ginerés esta ubicado –parece cosa de aluxes, pero no lo es!– en la misma calle y cerca, muy cerca de los Apartamentos Kontikí en los que Mercè y yo vivimos de 1993 a 1999. Era, el nuestro, un K-otoch de huéspedes catalanes (Claudi, Xococrespis, Casanovas, Josep y Teresa, Àngel,..), de yucatecos anticoloniales (Roldán, José, Raúl, Juan,..) y de sabios mayas (Miguel, Patricia, Feliciano, Alfredo, Briceida,...). No voy a entrar a analizar los diferentes capítulos del libro Petjades, por respeto a los socios nouvinguts y paracaidistas que no tengo el gusto de conocer, pero sí quiero agradecer que se mencione y se reseñe esbiaixadament por obligación mi ensayo Presencia catalana en la Península de Yucatán, publicado por El Colegio de Jalisco el año 1998; también agradezco sinceramente las amables palabras de don Valerio Canché. Apunto solo que ya en el año 1993 expuse la ponencia –en coautoría con Juan Duch– “Presencia catalana en la península de Yucatán” en las V Jornades d’Estudis Catalano-Americans en Barcelona y que el 27 de abril de 1997 el suplemento cultural Unicornio de POR ESTO! dedicó su número 315 a las relaciones catalano-yucatecas, homenajeando a todo color pintores catalanes en el portada y páginas centrales y reproduciendo mi articulo “Presencia catalana en la Península de Yucatán (Breve (re)visión antropológica)”.

Como, insisto, promotor del Casal me gustaría aclarar que las gestiones para conformar esta asociación las inicié personalmente con la Presidència de la Generalitat el año 1993, después de haber trabajado durante los años 1986 a 1992 en la “Comissió Amèrica Catalunya” como redactor del Diccionari dels Catalans d’Amèrica (1992).

Dos políticos e intelectuales amigos, entonces con cargos influyentes en el Comissionat per a Actuacions Exteriors de la Generalitat, me brindaron el soporte necesario para empezar a gestionar la fundación del Casal: se trata de los señores Josep Nubiola y Albert Manent, con quienes mantuve múltiples contactos personales tanto en mis viajes a Catalunya como en negociaciones epistorales, mismas que conservo celosamente.

En los primeros meses de 1993, recién retornado al Mayab, como investigador invitado en la UCS-UADY, me renuí en el Hotel Hollyday Inn de la Av. Colón, con los señores Joan Duch, Manuel Mercader y Roger Campos en un desayuno, embrión fundacional del Casal, asociación que pudimos legalizar el 23 de abril del 1997 –Sant Jordi– siendo los socios fundadores –no “simpatizantes” como se cita en una foto de Petjades– que aparecen en la Constitución del Casal Català de la Península de Yucatán, A.C., las siguientes personas en este orden: Juan Duch Colell, Manuel Mercader Martínez, Antonio Sánchez Servat, Joaquina Comín Fornés, Francisco Ligorred Perramon, José Ligorred Perramon, M.ª Mercedes Codony Subirana, Marta Alsina Cots, Hugo Wilbert Evia Bolio. Actas que se redactaron en las Notarias 2 y 7 (Mérida) de los señores A. y J. Aguilar y Aguilar. Será en septiembre de 1998 cuando la junta aprueba incluir como socios fundadores del Casal a la família Comín-Martínez, dueños del Hotel Mucuy. Antes (21/2/1997) el abogado H.W. Evia había obtenido el permiso de la SRE, nombrándose inmediatamente primer presidente del Casal al hoy “beatificado” don Manuel Mercader y fungiendo como primera secretaria la garrotxina de Olot (aluxada, eh!) Mercè Codony, archivista y guía en CULTUR. Su memorial “Origen i Activitats” redactado en el propio Casal y en la oficina del Sr. Crehueras, expone, entre otros actos, el homenaje al Sr. Alsina, la “imposición” de la medalla “Casa de España” al Sr. Juan Duch, la organización de la “Primera Muestra de Cataluña” gestionada por el Sr. Sala, la visita oficial del delegado de la Generalitat Sr. Joaquim Llimona, también de Josep Murià y Teresa Fèrriz del Colegio de Jalisco, la recepción a los investigadores catalanes de un “Congreso de Etnobotánica”, así como las atenciones al americanista José Alsina- Franch, la colaboración organizativa de un concierto de la Orquestra de Càmara de l’Empordà en el Teatro Peón Contreras, una degustación de Ratafia y la edición de un Full Informatiu; también esquelas en la prensa (Núria Font, Francesc Alsina, Juan Duch...), celebración de aniversarios (Sr. Antoni Sánchez) y felicitaciones artísticas y editoriales (Joan Duran, Juan Duch,...), etcétera.

No encuentro tampoco ninguna referencia a la patológica oposición de algunos directivos de la meridana Casa España, sede de los neoMontejos, para que se imposibilitara la fundación de un Casal en Yucatán. Lo digo y lo escribo porque yo sí sufrí difamaciones de “honorables” socios yucaespañoles de la mencionada institución; baste recordar la inesperada visita del Sr. Gaya –Orfeó Català de Mèxic– concertada burdamente in extremis por el apapachador Sr. Eugenio Herrero. En la hemeroteca del Diario de Yucatán (1993-1997) pueden encontrarse algunos ejemplos de esa reacción colonial, pero confiemos en el éxito editorial de Petjades y que más pronto que tarde podamos leer una segunda edición revisada.

El Casal conmemoraba las festivades catalanas (Sant Jordi, La Diada, “panallets”, el “caga tió” de Nadal) y empezó a organizar conferencias (“Tàpies” de Roger Campos) y clases de catalán con el maestro Toni Castells, pionero en ese cargo. Las celebraciones eran memorables, pues llegamos reunir un centenar de personas en la sede del Hotel Dolores Alba. Es preciso decir que en los estatutos (Artículo Segundo, Letra C) exigí que se especificara que el Casal contribuiría a intercambiar relaciones que se identificaran culturalmente como catalano-mayas, por ello la querida familia May-Itzá nos acompañó en aquellas primeras Petjades.

He leído, eso sí no son aluxadas, como mi hermanito Josep –el desmemorizado– en su texto de diván no solo usa en vano los nombres de algunos familiares estimados por mi, sino que explica “a su manera” cómo se paseó por primera vez en México el año 1980, obviando con destreza petrea que cuando él vino nosotros –los dinosuarios Mercè y Francesc– ya estabamos allí, en el D.F., yo cursando Lingüistica en la ENAH (1979-1985) con largas estancias en el Mayab y Mercè trabajabando en el sector turístico (Club Raqueta Bosques, Canacintra). No quiero con estas verdades (y otras) ponerme galones que ya me pusieron tantos buenos amigos en su momento, en el altiplano mexicano o en la península de Yucatán, pero sí advertir como antropólogo aquello que nos decia Virgilio Canul, en Pustunich, a principios de los años ochenta del siglo xx: “los recuerdos son tristes pero merece la pena recordarlos”; amigos y sinodales como Otto Schuman y Ramón Arzápalo, antes míos y después de José, se lo merecen. Joseph, con h para los yucas y los huaches, también olvida –hay lazos conyugales autodemenciales– los contactos iniciales que le regalé con Xavier Tudela, el sagaz gestor, desde “Catalunya en el Món”, de las capitalidades americanas o, vaya!, con el diplomático primo Rafael Caballería, quien durante años gestionó las ayudas logísticas Generalitat-Casal y no pocos viajes con extensión a su, dice Josep, estimado Barri de Gràcia de Manlleu, nuestro hogar familiar. A la amiga Miriam Aymamí, ayer –1979– en la Ciudad de México y hoy –2019– en Cholul, Yucatán (aluxadas del destino) pongo por testigo.

Recordar, pues, lo que no se dice en Petjades, recordar lo que ya se sabía y se sabe: que el Casal se fundó porque decidí fundarlo, que el Casal se pudo formalizar porque tres familias yucateco-catalanas nos brindaron su colaboración, que el Casal se fundó para que hubiera unas relaciones etnoculturales entre la Nación Maya y la Nación Catalana, que el Casal se impulsó –cierto– para que Arnau, mi sobrino nacido en Mérida el “americano” año 1992, tuviera una referencia del origen de una parte de su familia (¡Amén pues y larga vida e independencia al Casal!).

Y no me resisto a apuntar una dedicatoria para los tres coordinadores (Martí, Josep y Joan) de estas petjades catalanes, una sentencia –esa sí– de procés esculpida por Antonio Briceño Sarabia –el Viejo–, sabio familiar del intelectual y amigo Fidencio Briceño Chel, quien tiene esa frase pletórica, de pe’echak maya, como lema en su correspondencia etnovirtual:

Kanáant a beel... tumen je’etu’uxak ka máanakeche’ táan a bin a pátik a PE’ECHAK.... (Cuida tu camino... porque por dondequiera que vayas vas dejando HUELLA...) (Vigila el teu camí... perquè per allà on vulgui que vagis vas deixant PETJADA...).

Manlleu, 12 de octubre de 2019