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¡¡Dios bendiga a las Madres de la Santísima Cruz!!

¡Dios bendiga a las Madres de la Santísima Cruz y a los hijos benditos que ellas han entregado para su gloria!

Sabe el Señor que sus verdaderos hijos han sido bien protegidos de la transgresión mundana y resguardados de la tentación humana para que no vayan por caminos ajenos a la fe de su verdadera Iglesia.

El ejemplo perfecto de misión divina de sanación espiritual con devoción temporal ha sido cumplido por las Madres de la Santísima Cruz. Misericordiosos amores han sido entregados generosamente por ellas para superar los miedos y enfrentar los dolores de la vida temporal, sea por castigos merecidos o condenas injustas de los hombres y las mujeres que han educado.

Las Madres de Santísima Cruz han sanado a los verdaderos Hijos de Dios con caricias vitales y mandatos sublimes que les enseñaron a ser íntegros y leales desde la sabiduría y la compasión de sus amores profundos. En las memorias de los Hijos de Dios obran estos prodigios maternos como epístolas morales y testamentos sagrados.

No hay algo en el Reino de Dios que supere al amor de las Madres de la Santísima Cruz. No puede perdonarse en su verdadera Iglesia algo que se pretenda para compensar las aflicciones o los sufrimientos ocasionados a estas Madres.

¿Por qué dispone el mismo Señor que nada puede ser más perfecto y más sagrado que el amor de las Madres de la Santísima Cruz?

Dios sabe que las Madres de la Santísima Cruz aman a sus niños y sus niñas. No tiene duda de que morirían por ellos una y otra vez para salvarlos de las penas y las condenas. Y prohíbe causarles aflicciones o hacerlas sufrir, porque no quiere que sus hijos sigan algún camino destructor, es decir, contrario a las enseñanzas de su verdadera Iglesia. Puesto que las Madres de la Santísima Cruz enseñan honor, virtud y verdad para el Reino de Dios, son influjos divinos además de ejemplos humanos.

No me alcanza en entusiasmo antropológico para comunicar el regocijo que siento al hablar desde Unicornio sobre las Madres de la Santísima Cruz, especialmente por reconocer en ellas la iluminación salvífica y el alumbramiento redentor de los verdaderos Hijos de Dios en tiempos de persecución militar y aislamiento social. Nunca dejaron de ser mujeres creyentes pacientes, tolerantes y leales a su Iglesia proscrita por el mundo extranjero.

Admiro incuestionablemente a las Madres de la Santísima Cruz. Las reconozco, respeto y admiro por la fe en Cristo Jesús y con el don del Espíritu Santo. Son Hijas de la Sangre del Hijo de Dios y del Agua del Ave Divina. No hay historia confeccionada superficialmente o registro maquinado intencionalmente que me haga pensar otra cosa sobre ellas.

Las Madres de la Santísima Cruz tienen derecho de ser como son, de educar a sus familias como creen, de conducir a sus hijos y sus hijas como saben, tal como prescribe la Palabra Sagrada de la verdadera Iglesia de Dios.

No puede ser de otro modo, sin que se pierdan el carisma de revelación, el aliento de inspiración, el dominio de profecía y el acierto de discernimiento, que el mismo Señor puso en sus manos para que se gobernara su Iglesia y se guiara a sus hijos.

Comparto con los Hijos de Dios la devoción de bendecir a las Madres de la Santísima Cruz, con todo el corazón y con todo el poder y el derecho que tienen ante el mundo extranjero como creyentes de la Iglesia Maya de la Santísima Cruz.