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El 7 de noviembre en nuestra memoria

Noviembre es un mes cargado de efemérides que simbolizan el entretejido y andamiaje en el que descansa y se ha construido nuestra identidad nacional. Debo recordar que una de las misiones que ha cumplido esta columna de los diarios POR ESTO!, desde su creación en coautoría con el Dr. Armando Hart Dávalos en febrero del 2009, ha sido y es evocar y rendir honor a los hechos y los hombres que peldaño a peldaño han edificado el devenir de la nuestra patria. Por lo que la historia y la cultura cubanas han sido las auténticas protagonistas de estas páginas a lo largo de estos diez años.

En esta oportunidad no puedo pasar por alto una fecha que –si bien no aconteció en nuestro suelo– forma parte del entramado subjetivo e ideológico que sostiene como firme estandarte la martiana Revolución de Fidel, porque la Revolución de Octubre abrió una nueva época de transformación para la humanidad, en la que ningún hecho posterior acontecido puede opacar la grandeza de las acciones de los bolcheviques rusos en aquellas heroicas jornadas de octubre –como las describió y calificó el periodista norteamericano John Reed.

Por eso, un año más, desde nuestro humilde espacio rendimos homenaje a la histórica Revolución de Octubre en la palabra fecunda del Dr. Armando Hart.

Eloísa Carreras Varona

Armando Hart Dávalos

La desaparición de la Unión Soviética en diciembre de 1991 no disminuyó, en modo alguno, el carácter trascendental de la Revolución que le dio vida hace ahora 102 años. Fue precisamente el 7 de noviembre de 1917 –correspondiente a octubre según el viejo calendario gregoriano– que los bolcheviques iniciaran la más grande revolución social del siglo xx.

Tras el dramático desenlace del sistema soviético, para destacar el significado de aquellos sucesos y la validez de las ideas en nombre de las cuales se llevaron a cabo, se requiere un examen desde la óptica del pensamiento de Marx y Lenin, de la muy compleja trama histórica que comenzó a gestarse entonces. Hasta hoy, los análisis han sido realizados en lo fundamental por los enemigos del socialismo y por los que han abandonado las ideas del marxismo de forma fragmentada, parcial e incompleta. La historia, enfocada de esta manera, arroja resultados perjudiciales a las más nobles y justas aspiraciones de los explotados de la humanidad en su conjunto.

Sobre el presupuesto real de que la interpretación marxista de la sociedad se transformó en un rígido esquema, se niegan las posibilidades de elaborar un análisis científico de la historia y, por ende, del desastre que tuvo lugar.

Sin embargo, en el sentido más profundo de lo que ocurrió en 1917 hay una clave maestra para el análisis de la realidad de nuestros días. Desapareció la Unión Soviética, pero no las situaciones económicas y sociales que generaron aquel vasto movimiento de clases sociales y pueblos explotados.

En lo que se llamó Tercer Mundo e, incluso, en el seno de los países capitalistas desarrollados, está presente, en forma ampliada, la combinación explosiva que originó la revolución social de 1917, es decir, crecimiento económico burgués (anárquico por naturaleza), incremento progresivo de la pobreza e injusticia social y presencia de círculos intelectuales de alta cultura política y filosófica. Se están creando situaciones de hacinamiento que prefiguran conflictos sociales de extrema gravedad.

Con las modernas facilidades de las comunicaciones y de relaciones sociales y humanas, los movimientos migratorios están complejizando tales problemas y llegarán a provocar antagonismos en extremo conflictivos. Se desborda por todos los poros de la vida económica, social y política universal lo que caracterizamos como explosión del desorden que, incluso, ya está afectando, de manera creciente la ecología y la atmósfera. Esta es la verdadera “posmodernidad”.

Nadie nos puede inventar historias sobre lo sucedido, porque nosotros las hemos vivido desde la perspectiva de la izquierda revolucionaria, antiimperialista y socialista, que es la forma más profunda de llegar a conclusiones sobre estos procesos. Y aún de esta manera no resulta sencillo hacerlo, sin embargo, hay conclusiones que son bien evidentes:

1. Las hazañas de 1917 y de los años en que Lenin tuvo la conducción del proceso constituyen hitos de valor ejemplar e imperecedero en la lucha de los pueblos por la conquista de la libertad.

2. Durante años y décadas, los comunistas y el pueblo de la URSS libraron batallas colosales y alcanzaron en los campos económico, social, político cultural y militar, avances prodigiosos. En relativamente corto tiempo histórico convirtieron al empobrecido y explotado país que heredaron en una potencia mundial de primer orden.

3. Por diversidad de razones, el proceso se desvió de su ruta inicial, se produjo una grave descomposición y tuvieron lugar errores y horrores que la historia no puede pasar por alto. De esta circunstancia se aprovechó el enemigo para realizar su labor de zapa; pero sería atribuirle demasiado poder afirmar que la razón fundamental del desastre estuvo en la acción imperialista. Es evidente que la esencia de la tragedia se halla en factores internos del proceso soviético.

Por todo ello, yo afirmo que lo ocurrido de 1985 hacia acá no es la causa, sino la consecuencia de males y problemas que Fidel y el Che habían denunciado, en la década de 1960, desde sólidas posiciones revolucionarias.

Se toma como base lo sucedido para proferir cualquier tipo de calumnia contra las ideas de Marx y Lenin. Sobre semejante lógica simplista, podríamos negar el aporte a la cultura política universal de los enciclopedistas, porque se restauró la monarquía y Francia demoró largo tiempo antes de establecer un sistema republicano estable. Se podría, asimismo y en tal caso, achacarle la Inquisición a Cristo y al cristianismo.

Le atribuyen al ideal socialista los errores y crímenes cometidos, como si tales males le fueran inherentes y no hubieran estado presentes en la historia anterior y posterior al socialismo. Cabe decir que no debían producirse en el socialismo. Precisamente por estas razones quebró lo que llamamos “socialismo real”. Se produjo una subestimación de los factores de carácter subjetivo que limitó el desarrollo teórico del pensamiento revolucionario y lesionó la práctica socialista. Como advirtió la Revolución cubana, tales factores subjetivos tienen mucha más importancia que la concebida por la interpretación marxista predominante en las últimas décadas. Se ha confirmado que no hay socialismo sin una elevada eticidad y cultura.

Los cubanos asumimos los descubrimientos científicos, económicos y sociales de Carlos Marx desde la cultura espiritual y ética de nuestra América. Nos guiamos por el pensamiento de Marx, porque sus aportes culturales y científicos y su sentido humanista universal, punto de partida de la ética socialista, nos sirvieron para interpretar la historia humana, nos brindaron claridad en el estudio de la evolución económica y social de Cuba y de América Latina, nos dieron los métodos de análisis histórico para confirmar científicamente la raíz popular de nuestro patriotismo, nos enseñaron que la contradicción entre ricos y pobres era –en última instancia– la causa de fondo de la tragedia social, y de hecho nos mostraron que la lucha revolucionaria por vencer las desigualdades socioeconómicas es fundamento y raíz de una ética que pretenda tener valor universal.

Desde la década de 1920 y por influencias de la Revolución de Octubre, el inmenso legado de Marx y Lenin comenzó a articularse en la cultura política de nuestro país con el pensamiento universal y antiimperialista de José Martí. Fueron las corrientes socialistas y antiimperialistas, que ejemplificamos en Julio Antonio Mella, las que lo rescataron de la subestimación en que se le tenía y mostraron el filo revolucionario del pensamiento martiano. No vamos a renunciar a este legado. Hacerlo sería, además de una traición, una expresión de incultura y de falta de realismo político. Es más, lo necesitamos para estudiar y abordar nuestras realidades de hoy y de mañana.

El 7 de noviembre de 1917 se conjugó lo más alto de la intelectualidad política europea con el espíritu revolucionario de la clase obrera rusa y la lucha de los campesinos por la tierra y sus derechos. De lo sucedido con posterioridad a la muerte de Lenin hay otra lección que extraer:

Para defender los intereses de las masas trabajadoras y explotadas debemos exaltar la historia de la cultura humana, desde la más remota antigüedad hasta este fin de milenio, sin traumas ni “ismos” ideologizantes, que desde los tiempos del mítico Prometeo encadenado, descubridor del fuego, vienen imponiéndole freno, de forma dramáticamente recurrente, a la imaginación, la inteligencia, la ternura y al espíritu solidario y asociativo que se halla potencialmente vivo en la conciencia humana.

Las ideas y principios de los forjadores trascienden por encima de coyunturas. Desde Cristo y Espartaco hasta Marx y Lenin hay una historia de retrocesos y avances, pero ha quedado en pie, erguida, la imagen de los grandes forjadores de ideas redentoras, entre ellos están Lenin y los bolcheviques rusos de 1917. Por eso podemos afirmar que mientras exista la humanidad vivirán en el recuerdo agradecido aquel ejército de combatientes por la libertad del 7 de noviembre de 1917.