La maternidad es la principal responsabilidad que Dios ha puesto en manos de la Madres de la Santísima Cruz. Ha dispuesto que sea así porque sabe que el compromiso con su pueblo elegido reside en la fortaleza de la familia campesina, la comunión de la Iglesia maya y que la sobrevivencia de la nación macehual depende de este encargo sublime. Todo indica que Dios ha dispuesto responsabilidades puntuales sobre los hombres y también sobre las mujeres como verdaderas hijas suyas.
Por las responsabilidades que Dios ha dispuesto para las mujeres mayas macehuales, las Madres de la Santísima Cruz son las mejores madres del mundo temporal. Se encuentran, invariablemente, entre las más virtuosas y bondadosas creyentes de la Iglesia maya, por lo que son también las mejores esposas por su nobleza y lealtad.
No hay mujeres del mundo occidental que tengan una percepción de los estados de las mujeres casadas por designio sagrado y de la maternidad cumplida por mandato divino, como la que tienen las Mujeres de la Santísima Cruz, quienes saben bien que las responsabilidades de las madres-esposas tienen motivos religiosos para engendrar, cuidar y educar a los verdaderos Hijos de Dios.
Las Madres de la Santísima Cruz tienen encomiendas de enseñar a sus niños y sus niñas a vivir en el mundo temporal, y también para la eternidad espiritual. Para enseñarlos a formar comunidades en tiempo real y establecer vínculos religiosos de vida eterna, deben prepararlos en sus afectos y orientarlos en sus deseos para que estos perduren y se compartan como la fe verdadera.
Saben también las Madres de la Santísima Cruz que si los Hijos de Dios sobreviven en el mundo temporal y prosperan para la vida espiritual, ellas han cumplido sus misiones como verdaderas Hijas de Dios. Así sus responsabilidades como mujeres consagradas son dos: 1) ser madres de los Hijos de Dios en la actualidad, y 2) ser madres del reino de Dios más allá de los tiempos.
Es realmente sublime la responsabilidad que descansa sobre las Madres de la Santísima Cruz, de cuyas misiones dependen las direcciones perceptuales, los sentidos emocionales y las orientaciones mentales de los Hijos de Dios, quienes saben bien lo que significa para ellos estar bendecidos por sus madres, y que las influencias de estas bendiciones son reconocimientos divinos.
Sin lugar a duda, no hay nada más ajeno a la caducidad entre los Hijos de Dios que la influencia de las Madres de la Santísima Cruz. Por esta razón, si ellas son buenas, nobles, virtuosas y generosas, sus niños y sus niñas nunca dudarán que tienen el espíritu del evangelio en sus corazones y que fueron instruidos con la Palabra Divina que deben seguir.
Las Madres de la Santísima Cruz, cuyos corazones están plenos en la responsabilidad por la comunión de los Hijos de Dios, habiendo recibido los dones del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pueden estar por sí mismas en los altares sagrados, también pueden inclinarse ante la Santísima Cruz para estar en íntima comunión divina, como ninguna madre puede hacerlo desde alguna otra religión sobre la faz de la Tierra.
Por la influencia que ejercen en los corazones de sus niños y sus niñas, las Madres de la Santísima Cruz los guían por la senda de rectitud y verdad de los Hijos de Dios y los crían en el orden y el consejo divinos. Instruyen en ellos que el amor a la verdad, el cumplimiento del deber y la obediencia del mandato son formas que otras personas no poseen como privilegios humanos y menos como bendiciones divinas.
Los recuerdos más perdurables de la niñez de los Hijos de Dios son los relacionados con sus hogares paternos, donde aprendieron a creer en Dios a partir del amor de las Madres de la Santísima Cruz. Sus memorias más preciadas después de la niñez serán las que se refieren a los cuidados y las enseñanzas maternas que los hicieron sentirse seguros y felices en la vida familiar y la convivencia comunitaria.
No cabe duda de que en la vida familiar y la convivencia comunitaria las Madres de la Santísima Cruz son prodigios disciplinarios que cumplen misiones divinas, para que sus hijos y sus hijas sean verdaderos Hijos de Dios, asumiendo cargos en la Iglesia maya y cumpliendo la encomiendas del pueblo macehual por amor a Dios.