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Antecedentes de la introducción de la imprenta en Yucatán

Emiliano Canto Mayén*

II y última

Durante el siglo xviii se sintió la necesidad de una imprenta en la ciudad de Mérida, Yucatán. Inquietud que seguramente avivó el cierre de la Universidad de San Javier y del colegio de San Pedro, en la segunda mitad del siglo xviii.

La sed del conocimiento provocó que los letrados yucatecos se lamentaran de lo que no tenían y que los eruditos de fuera menospreciaran las bibliotecas que ya se habían acumulado en la península. A causa de lo anterior, cuando se eligió como obispo de Yucatán a un catedrático de la Universidad de México, llamado Juan José de Eguiara y Eguren, este erudito, famoso por su obra Biblioteca Mexicana, rechazó el importante nombramiento, puesto que abandonar la Ciudad de los Palacios lo hubiera alejado de sus estudios y de las prensas que por aquel entonces estampaban en letra de molde sus escritos (Jiménez, 1996: 51).

Más adelante, a fines del Siglo de las Luces, los meridanos comenzaron a recibir los periódicos de la Ciudad de México, Veracruz, La Habana, Guatemala y España, siendo estos últimos de los más esperados, puesto que traían noticias oficiales de la metrópoli (Campos, 2003: 26). Consta, además, que cuando los yucatecos se veían en la necesidad y urgencia de imprimir documentos conmemorativos y folletos religiosos, se recurría a los talleres gráficos de La Habana y la Ciudad de México (Antochiw, 1996: 10-11) lo cual conllevaba elevados costos y grandes riesgos de que durante su desplazamiento se perdieran irremediablemente estos cargamentos.

A tal punto se hizo imperiosa la introducción de la imprenta que, en 1801, un fraile meridano –cuyo nombre se ignora– que se hallaba de paso por la ciudad de Guatemala, dijo al oído de un periodista, refiriéndose a la falta de la imprenta en Mérida:

Es una vergüenza que hasta ahora no la haya; y creo […] que si se concediera al impresor un privilegio de imprimir cartillas, catones, catecismos y cuadernillos directorios para el oficio divino, con prohibición de que entraran en Mérida esta clase de libros, cualesquiera de los pudientes de allí, se animaría a poner una imprenta (Medina, 1991: VI).

Después de esta reflexión, el fraile meridano radicado en Guatemala lamentó el desinterés de las autoridades y su interlocutor le sugirió que le escribiera al editor de la Gaceta de Guatemala. Así se hizo, pero sin resultado, pues a pesar de que apareció una nota en el rotativo centroamericano, pasó más de una década sin que se tomaran cartas en el asunto.

Como si dos platillos de una balanza buscaran su equilibrio, un par de procesos marcaron una coyuntura favorable para la introducción de la imprenta en Yucatán. Por un lado, en el ámbito internacional influyó el Constitucionalismo Gaditano y, por el otro, dentro de la esfera local, el ascenso político de los Sanjuanistas en Yucatán provocaron la llegada de la máquina de Gutenberg a esta provincia.

Uno de los hombres más extraordinarios de la historia universal, Napoléon Bonaparte, general y héroe de la Revolución francesa, se proclamó emperador de los franceses, el 18 de mayo de 1804 y el 2 de diciembre del mismo año, se hizo coronar por el papa Pío VII en la catedral de París (Malet e Isaac, 1960, vol. 3: 149).

Para el año siguiente, Napoleón organizó uno de los más grandes contingentes militares de todos los tiempos y, aliado con España, entró en conflicto con Inglaterra. En esta campaña, que fue la primera de las Guerras Napoleónicas, la flota franco-española fue derrotada, el 21 de octubre de 1805, en Trafalgar (Delius, 2006:360).

Luego de este descalabro naval, Napoleón levantó un bloqueo que se propuso cortar las comunicaciones y el comercio entre Inglaterra y Europa. Para lograrlo, el emperador intervino en España, cuando el Motín de Aranjuez (17-18 de marzo de 1808) provocó la abdicación de Carlos IV y proclamó rey al príncipe Fernando. Napoleón convocó a Carlos IV y a Fernando y, en Bayona, los obligó a abdicar a ambos, nombrando inmediatamente después a su hermano, José Bonaparte, rey de España (Malet e Isaac, 1960, vol. 3:175).

Comenzó entonces la invasión napoleónica a España y se produjo simultáneamente el levantamiento de los patriotas hispanos, el 2 de mayo de 1808, escenarios que el pintor Francisco de Goya retrató con toda su crudeza en sus más famosos lienzos y grabados.

Los jefes de la resistencia española, ante la ausencia del rey y en su afán de obtener el mayor apoyo posible de las colonias hispanoamericanas, convocaron a Cortes el 22 de mayo de 1809. Esta convocatoria, abierta a los españoles de “ambos hemisferios”, generó expectación en los dominios de ultramar, puesto que los patriotas que combatían a las fuerzas de ocupación napoleónicas solicitaron el envío de diputados provenientes de América, con el objeto de redactar una Constitución que rigiera los destinos de la monarquía hispánica hasta el retorno del rey. Se marcó entonces un hito en la historia de América Latina, puesto que luego de siglos de vasallaje, se estimulaba la representación de la población criolla, dentro de una institución gubernamental, iniciativa que había sido reprimida previamente por las autoridades de cuño monárquico.

Mientras la guerra arrasaba Europa, en la sacristía de la ermita de San Juan Bautista de la ciudad de Mérida, Yucatán, en una tertulia de familiares y amigos comenzaron a discutir en torno a la situación en España y sus colonias (Campos, 2003:26). Este grupo, al parecer se reunía en la sacristía de la referida parroquia desde 1805, en torno al cura Vicente María Velázquez y, para caracterizar brevemente a estos sujetos, es necesario informar que todos eran hombres, con algún grado de parentesco o familiaridad, varios de ellos eran clérigos ilustrados y una buena cantidad de estos pertenecían a la generación de 1802-1805 del Seminario Conciliar y, por ello, habían cursado la materia de filosofía bajo la vigilancia de Pablo Moreno Triay, el introductor de la filosofía racionalista en Yucatán (Baqueiro, 1977: 58 y López Amábilis, 1947: 83-96).

En cuanto a sus nombres, los fundadores del Sanjuanismo fueron, en orden alfabético de acuerdo a su apellido: Rafael Aguayo Duarte, Pedro Almeida, José Francisco Bates, Pantaleón Cantón, Francisco Carvajal, José María Cicero, Juan de Dios Enríquez, Manuel García Sosa, Mauricio Gutiérrez, Manuel y Miguel Jiménez Solís, Pablo Oreza, José Matías y Tomás Quintana, Andrés Quintana Roo, Vicente María Velázquez y Lorenzo de Zavala Sáenz (Rubio Mañé, 1971).

Con respecto a su ideología, los sanjuanistas representaron a la primera facción que se ostentó públicamente como liberal en Yucatán, y entre sus más controvertidas convicciones, defendieron la libertad de expresión y el cese de maltratos y cargas fiscales que pesaban sobre los indígenas. Este postulado era ardientemente defendido por Vicente María Velázquez, cura que afirmó que la pobreza en que se hallaban sumidos los mayas, provenía de las injusticias coloniales y que debía otorgarse libertad e ilustración a los mayas, para sacarlos de su abatimiento moral e intelectual (Sierra, 1994, vol. 1: 279-289).

Debido a su posición geográfica, la península de Yucatán tuvo el privilegio de ser uno de los primeros sitios a los cuales llegaron noticias de la invasión napoleónica a España y de las convocatorias a Cortes en Cádiz. Estas comunicaciones acerca de las alteraciones en la Madre Patria generaron la efervescencia política, sin precedentes, en la provincia.

El primer acontecimiento relevante de esta época, fue la llegada el 3 de julio de 1808 de las noticias en torno a las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII como reyes de España, en Bayona. En aquel entonces, el gobernador Benito Pérez de Valdelomar, se negó a reconocer a José Bonaparte y se hizo una jura pública de fidelidad al legítimo monarca español (Penot, 1975:26). Algún tiempo después, cumpliendo las órdenes de los jefes de la resistencia española, se designó al licenciado de origen campechano, Miguel González Lastiri, como diputado de Yucatán ante las Cortes de Cádiz. Este personaje, que había fungido como abogado de la Real Audiencia y que había sostenido un acto literario ante el virrey Iturrigarray, en 1803, partió para España, tomando protesta en las Cortes el 12 de marzo de 1811 (Jiménez, 1996:21).

Luego, en agosto de 1810, el súbdito danés Gustav Noording de Witt, recién desembarcado en Sisal, entregó una carta de las autoridades de ocupación francesa en España invitando al capitán y gobernador general, Benito Pérez Valdelomar, a abrazar la causa napoleónica. Por segunda ocasión, el gobernante dio prueba de su lealtad y el emisario de Napoleón en Yucatán, fue pasado por las armas el 12 de noviembre de 1810 (Penot, 1975: 26-27).

Volviendo a España, el 24 de septiembre de 1810, las Cortes se reunieron en la isla de León. Debido a que aún no había llegado a la península ibérica el diputado por Yucatán, Miguel González Lastiri, no estuvo presente en esta ceremonia; sin embargo, este abogado, ya se encontraba radicado en el núm. 191 de la calle de los Flamencos, en Cádiz, cuando el 18 de marzo de 1812, las Cortes proclamaron la Constitución de la Monarquía Española.

Este documento revolucionario decretó la igualdad jurídica de todos los súbditos españoles, sin importar su lugar de nacimiento ni origen étnico y otorgó la calidad de ciudadanos a ibéricos, criollos americanos e indígenas. También, a semejanza de la declaración de independencia norteamericana y de los derechos universales del hombre y del ciudadano, se garantizó la libertad de expresión, cesaron las cargas sobre los indígenas y, por último, ordenó que se conformaran ayuntamientos en todos los virreinatos, mediante procesos de elección democrática (Morris, 1976, vol. 2: 13-18 y 36-38).

Cuando llegó a Yucatán la proclamación de la Constitución Española de 1812 y los primeros ejemplares de esta –traídos por Miguel González Lastiri a su retorno de España– ya los sanjuanistas habían incrementado su número y el capitán general y gobernador Benito Pérez de Valdelomar había sido suplido por Manuel Artazo y Barral; a este personaje le tocó jurar la carta magna, el 15 de octubre de 1812, y convocar a las elecciones de Ayuntamientos y de la Diputación Provincial, antecedente directo de nuestro congreso local.

Estas elecciones, las primeras en la historia yucateca, fueron acaloradas y en ellas triunfaron en Mérida los sanjuanistas, conformándose el primer ayuntamiento constitucional de la capital yucateca, en 1813, por distinguidos próceres de esta facción liberal como Pedro Almeida y José Matías Quintana (Campos, 2003: 31 y Moreno, 2008:61).

En este periodo de predominio sanjuanista, en el Cabildo de la ciudad de Mérida se percibió un gran entusiasmo por parte de los liberales yucatecos, en favor de la Constitución de 1812. Así, Ana María Roo y otras damas, donaron joyas y gemas para adornar una placa de jaspe que, en el ayuntamiento, nombraba como Plaza de la Constitución a la Plaza Grande. También, con el apoyo municipal se reestructuró la cárcel municipal, se fundó el Cementerio General, se levantó un plano de la ciudad y se fomentó un colegio laico de Yucatán que llevó el nombre de Casa de Estudios (Serrano, 1998:37 y Antochiw y Alonzo, 2010: 173-178). En este año de transformaciones se introdujo la imprenta a la península de Yucatán.

El acontecimiento

A finales del año de 1812, un grupo de vecinos de Mérida hicieron una suscripción para adquirir una imprenta y los materiales necesarios de La Habana.

Los hermanos López Constante, que eran tres y se llamaban Juan, José y Manuel, se encargaron de comprar la prensa y los instrumentos necesarios para introducir la maquinaria. Todo nos lleva a pensar que Manuel López Constante fue el hermano encargado de hacer el viaje hasta la mayor de la Antillas y quien se dedicó a realizar los preparativos, en enero de 1813, pues a fines del antedicho mes, durante una junta a la que asistió el capitán general y gobernador de Yucatán, Manuel Artazo y Barral y su consejo, se leyó una carta, enviada desde Cuba por el brigadier Juan Tyri y Lacy. Este funcionario español saludaba a Artazo y aprovechaba también para solicitar su protección hacia un par de maestros de imprenta que pensaban, por aquel entonces, instalarse en Mérida.

Un par de semanas después, durante una sesión del Cabildo emeritense de extracción sanjuanista, se informó que la imprenta ya había llegado a la capital yucateca y que se podía iniciar a publicar el periódico oficial del Ayuntamiento (Canto, 1977, vol. 5: 7 y 9). Así, de manera incidental, Yucatán rindió su tributo a Gutenberg, aquel inventor de Maguncia fallecido el 3 de febrero de 1467.

Pese a la relevancia que tuvo desde su instalación, los hermanos López Constante sólo retuvieron unas semanas la propiedad de la imprenta, puesto que la vendieron en 7,077 pesos a José Francisco Bates, quien el 1.º de marzo siguiente se anunciaba como propietario de la prensa (Canto, 1977, vol. 5: 14). En cuanto al local donde se instaló la primera imprenta en Mérida, la tradición asegura que este taller tipográfico se ubicó en un predio del barrio de San Cristóbal, situado en la confluencia de las actuales calles 65 con 50, conocida en antaño como la esquina de El Gato (Cetina, 1988:29).

En cuanto al más antiguo impresor en Mérida, este se llamó José Hidalgo aunque también se le menciona como José Fernández Hidalgo; el año de 2014, Marcela González Calderón indicó que era oriundo del barrio de Socobio, obispado de Santander, España y que fue librero. El Santo Oficio lo tuvo en la mira bastantes años porque, en varias ocasiones, Hidalgo persistió en vender libros prohibidos alegando ignorancia; esta disculpa repetida a lo largo de los juicios, seguramente crispó los nervios de los inquisidores y aconsejó a José Hidalgo o Fernández Hidalgo a publicar periódicos noticiosos en Madrid y luego pasar a La Habana, puerto desde el que se embarcó a Yucatán a trabajar en la imprenta de los hermanos López Constante y de José Francisco Bates (González, 2014: 85-95).

Solo queda señalar que la introducción de la imprenta en Mérida distó de ser un hecho aislado. Este acontecimiento resultó de un proceso cultural: la lectura y escritura por parte de la élite peninsular; si bien este hecho tuvo lugar 346 años después de la muerte de Gutenberg y 274 después de la instalación de la primera prensa en América, todo nos lleva a creer que este progreso material de la inteligencia humana, con el paso de los siglos, se transformó en una necesidad para los yucatecos. Cuando el liberalismo y los vientos de cambio llegaron a Mérida, en la primera década del siglo xix y al darse la coyuntura del constitucionalismo gaditano, se presentaron las condiciones necesarias para que este hecho marcara profundamente la vida política e intelectual de nuestra entidad.

La conformación de la cultura yucatanense desbrozó el camino para que, en 1813, comenzara una nueva época: se trataba de un tiempo de periodismo, de literatura y, sobre todo, del despertar de las conciencias. He ahí el principal legado de aquellos liberales que se reunían en la sacristía de San Juan.

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* Profesor investigador en El Colegio de Morelos.