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Entretenimiento / Virales

Marta Núñez Sarmiento*

XLII

La segunda parte el “Marco estratégico de la misión” enuncia 3 objetivos, todos ellos atentando contra la soberanía cubana porque se inmiscuyen en los asuntos internos del país. Por ejemplo, el primer “objetivo” consiste en desarrollar los derechos humanos en Cuba por la vía de vincularse con los activistas que luchan por los derechos civiles en las bases y con los líderes juveniles, para que triunfen “los valores americanos” contenidos en los propósitos de la estrategia de seguridad nacional de EE. UU. y en los de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) de involucrar a pueblos extranjeros y a la sociedad civil a fin de promover el “liderazgo americano”. Estimo que este objetivo contradice las funciones de los diplomáticos de cualquier país.

El segundo “objetivo” de la Misión consiste en “proteger la seguridad nacional y la salud pública de los EE. UU. y sus ciudadanos”. Teniendo en cuenta que Cuba cuenta con una población sustancial de ciudadanos norteamericanos y que recibe a miles de visitantes estadounidenses que arriban por intercambios culturales y otros programas y que el personal de la embajada norteamericana se ha reducido, el documento enuncia que “debemos profundizar la cooperación con funcionarios locales y con responders de emergencia (colaboradores que correspondan a los intereses de EE. UU.) para asegurar que estemos preparados para reaccionar rápidamente ante desastres naturales u otras emergencias que pudieren afectar negativamente a los norteamericanos en la Isla”.

El objetivo tercero alienta “[…] el crecimiento de un sector privado cubano independiente del control gubernamental” que no agrega nada nuevo a las prácticas de intromisión en los asuntos cubanos.

La implementación de estos objetivos requiere “[…] mejorar la infraestructura de la embajada para respaldar adecuadamente las funciones y las demandas de sus instalaciones con el fin de facilitar una influencia más amplia, implementar la “Estrategia integrada de País” a la vez que se asegure un ambiente laboral seguro y eficiente para nuestro personal”. Para conseguir este “ambiente” enumeran medidas para reducir la estancia de los diplomáticos en la misión e incrementar sus salarios lo que “[…] atraería a funcionarios dedicados a servir en un ambiente de constantes retos”. Requieren, por tanto, asegurar las visas cubanas requeridas para este empeño.

Lo novedoso de este documento no reside en la intromisión en los asuntos internos de la nación, cuestión con larga historia, sino en exigir al gobierno cubano otorgarle a EE. UU. derechos de importación y visas al personal diplomático que exceden los términos acordados hasta el momento. Esta imposición es inaceptable en un ambiente de respeto mutuo y de relaciones cordiales, como el que desea la parte cubana.

Esta estrategia comunicativa hacia Cuba de la Administración Trump es la prueba más reciente de la “ingeniería del consentimiento” (“engineering of consent”) empleada en las relaciones públicas, término que acuñó Edward Bernay en 1947, al inicio de la Guerra Fría. El término consiste en fabricar desde los cimientos (“engineer”) el apoyo de la población a una causa determinada por la vía de informar, persuadir y ajustar su consenso. Para ello quienes gobiernen los acontecimientos deben presentar a la población el sentido común de cada asunto en términos sencillos y firmes de manera que impongan en las personas la comprensión necesaria para lograr el consentimiento de la mayoría y justificar el curso de las acciones que deben ejecutarse.

Relataré algunos ejemplos de cómo los EE. UU. han empleado esta “ingeniería del consentimiento” para conseguir los designios de los verdaderos poderes que gobiernan este país.

Comenzaré por una manifestación de esta “ingeniería” que reinterpretó las masacres de aborígenes que cometieron los “peregrinos” que arribaron desde Inglaterra en el maltrecho navío Mayflower en la segunda mitad del siglo xvii. Se trata de la festividad de la Acción de Gracias o “Thanksgiving”. Lorraine Murray explica en un artículo publicado en la www.britannica.com que en el imaginario popular esta celebración se asocia con la mítica historia de una cena que compartieron los miembros de la etnia wampanoag con sus nuevos vecinos los “peregrinos” para celebrar la primera cosecha que juntos recogieron en 1621. El presidente Abraham Lincoln la declaró como fiesta nacional en 1863, para buscar la unidad nacional entre los secesionistas y los unionistas que se enfrentaron en la Guerra Civil, un sentimiento separatista que aún marca a los norteamericanos del sur y del norte.

Explica Murray que la realidad dista mucho de esto. Los aborígenes wampanoag invitaron a los recién llegados ingleses a cenar en paz. Su líder Massasoit mantuvo relaciones amistosas con los colonialistas durante años, pero tras su muerte estas condiciones se deterioran debido al maltrato que los europeos practicaban con los nativos, a sus afanes por imponer su cultura y a sus ambiciones por apoderarse de las tierras de los aborígenes. Metacom, el hijo del jefe Massasoti, guerreó contra los ingleses entre 1675 y 1676 y fue masacrado junto a sus coterráneos.

Hoy “Thansgiving” constituye una oportunidad para que los norteamericanos compren, compren, compren enormes cantidades de comidas, adornos y regalos. Sin embargo, muchos estados se oponen a declararlo como una conmemoración nacional, porque reconocen que marcó el inicio del terrorismo que los colonialistas británicos ejercieron contra la población originaria de esa nación. Muchos de los aborígenes de Estados Unidos y sus descendientes denominan esta fecha como “Día de luto nacional”.

Una manifestación reciente de la “ingeniería del consentimiento” sucedió en 2003 para convencer a los ciudadanos norteamericanos y al mundo que EE. UU. tenía el derecho de intervenir en Irak para evitar que Sadam Hussein empleara sus “armas de destrucción masiva”. Colin Powell terminó catastróficamente su vida política cuando accedió a argumentar este pretexto en las Naciones Unidas. La guerra la desataron los EE. UU. y en estos momentos no saben cómo salir de este atolladero. Incluso asesinaron en días pasados al general iraní Soleimani como pretexto para expandir su guerra hacia Irán. Buena parte de la opinión pública mundial y, sobre todo, los ciudadanos de Estados Unidos, rechazan la mentira de esta nueva estrategia de la “ingeniería del consentimiento”, no solo porque reconocen que la potencia norteamericana no ha triunfado militarmente ni en Irak ni en Afganistán ni en Siria, sino porque consideran que es un subterfugio para desviar la atención del impeachment que pende sobre Trump.

Retorno al caso de Cuba y al miedo que la Administración Trump tiene cuando sus conciudadanos regresan de sus viajes a la isla con una imagen diferente a la que los medios han promovido en una estrategia de “ingeniería del consentimiento” que tergiversa lo que sucede en Cuba o simplemente la omite, y que dura más de sesenta años.

Relaciono algunas medidas que el Gobierno norteamericano tomó durante 2019 para detener el flujo hacia Cuba de visitantes de EE. UU. y de ciudadanos cubanos residentes en ese país.

El pasado 15 de marzo la Administración Trump comunica que modificará la entrega a cubanos de las visas B2 (para turismo y visitas familiares, entre otras funciones), a fin de reducirlas a una sola entrada válida por tres meses. Durante los años de la presidencia de Obama, e incluso antes, a muchos ciudadanos cubanos se les otorgaba esta visa por 5 años.

El 5 de abril EE. UU. sanciona embarcaciones y empresas relacionadas con el sector petrolero de Venezuela que transportan crudo a Cuba, una medida que se repitió en otras ocasiones durante el año.

El 17 de abril la administración Trump confirma que activará el Título III de la Ley Helms-Burton, el cual permite presentar demandas contra personas y entidades que invierten en propiedades nacionalizadas en Cuba, y anuncia que adoptarán nuevas restricciones a los viajes no familiares y al envío de remesas a la isla.

El 2 de mayo de 2019 se activa este Título III y se presentan en la Florida las primeras demandas a su amparo.

El 4 de junio EE. UU. suspende los “viajes educativos grupales pueblo a pueblo”, y prohíbe que vayan a la isla embarcaciones recreativas y de pasajeros, incluyendo cruceros, yates, aeronaves privadas y corporativas. Mantiene, sin embargo, las restantes 11 categorías que permiten los viajes de norteamericanos a Cuba, que son poco conocidas en la población.

El 20 de junio Washington incluye a Cuba en una lista de países que incumplen las normas mínimas para eliminar la trata de personas, pese a la tolerancia cero declarada por la isla contra ese fenómeno.

El 3 de julio EE. UU. incluye en su unilateral lista de entidades sancionadas por vínculos con Venezuela a la compañía cubana Cubametales, decisión que recrudece la importación de petróleo desde el país sudamericano.

El 9 de septiembre la administración Trump limita a mil dólares por trimestre las remesas que una persona puede enviar desde EE. UU. hacia Cuba, y elimina un permiso que permitía la realización de transacciones bancarias U-turn. El 19 de septiembre el Departamento de Estado expulsa a dos miembros de la misión cubana ante la ONU y restringe el movimiento para todos sus miembros.

El 21 de octubre la Oficina de Industria y Seguridad del Departamento de Comercio modifica los Reglamentos de Administración de Exportaciones para restringir aún más las exportaciones y reexportaciones de artículos a Cuba. Esta acción prohíbe nuevamente la reexportación a la isla de artículos extranjeros con más de un 10 por ciento de componentes estadounidenses.

El 26 de noviembre EE. UU. incluye en su unilateral lista de entidades sancionadas por vínculos con Venezuela a la compañía cubana Corporación Panamericana S.A., en otro ataque contra el suministro de petróleo a Cuba.

El 10 de diciembre entró en vigor una prohibición que impide a las aerolíneas comerciales estadounidenses viajar a todos los destinos de Cuba, con excepción de La Habana. Esta prolongada estrategia comunicativa contra la isla, acompañada de las sanciones enumeradas, se desintegra cuando los ciudadanos de EE. UU. visitan Cuba, como lo prueban las opiniones que resumí en las dos primeras partes de esta serie de artículos con los que intento demostrar que los miedos que a la Administración Trump provocan las visitas a Cuba de los ciudadanos de EE. UU. son reales.

El historiador de la Ciudad de La Habana Eusebio Leal enunció en una visita a EE. UU. que ambos países deben continuar avanzando en el diálogo y acuerdos por el fomento de las relaciones entre las dos naciones. Dijo: “No podemos ser rehenes de un pequeño grupo que no quiere que sea así”. Y agregó que “los nexos entre ambos países no deben ser solo un hecho político, pues datan de una relación cultural ancestral”.

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