Síguenos

Última hora

¡Regresan las lluvias! Este es el clima de Cancún hoy martes 26 de noviembre

Entretenimiento / Virales

La Revolución según las cubanas (III)

Marta Núñez Sarmiento*

LII

Demostraré cómo desde el subdesarrollo cubano se emprendieron acciones para incorporar a las mujeres al empleo –una actividad que aseguró su independencia en la sociedad– sin esperar a lograr el crecimiento económico para ejecutarlas, sino que se aplicaron mientras se creaban las circunstancias para ese crecimiento, de manera que las mujeres desde sus empleos contribuyeran a este aspecto del desarrollo. Estas acciones participaron en un programa que integró la política, la legalidad, la economía, las políticas sociales y la ideología con mecanismos para incorporar a las mujeres al empleo para cortar sus ciclos de desventajas sociales y asegurar su plena igualdad, mientras ejercían sus funciones para producir y reproducir la vida. Entre 1959 y 1989 esta concepción asumió una visión diferenciadora cuando se diseñaron y aplicaron las medidas que respondieran a las necesidades específicas de las cubanas. A la par se evaluaba cómo el empleo femenino se convertía en una vía para cambiar las actitudes discriminatorias hacia las mujeres que prevalecían en la sociedad y en las mujeres.

Los documentos de los congresos de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) celebrados entre 1974 y 1990 contienen estas apreciaciones, así como los materiales de los congresos del Partido Comunista de Cuba y de la Central de Trabajadores de Cuba. Las investigaciones sociales realizadas en estos años valoraron críticamente la evolución de la ocupación femenina, como también lo hicieron los medios de comunicación masiva y todas las esferas de la cultura.

Ejemplificaré cómo funcionó este proceso a través de un caso. En 1986 hubo una acción afirmativa para promover que las mujeres, los negros y los jóvenes ocuparan cargos directivos en el empleo y en la política.1 El liderazgo laboral femenino no fructificó de inmediato porque las trabajadoras carecían de experiencia laboral y de dirección; tampoco existían las infraestructuras materiales en el empleo y en el hogar para reproducir la vida cotidianamente y perseveraban carencias en la ideología de género. La intención se mantuvo y los políticos y los científicos sociales evaluaron las razones de por qué no se materializó la resolución.

Junto a las políticas de pleno empleo, el Estado creó condiciones para garantizar igual pago por igual trabajo, lo que condujo a una preeminencia de los salarios en los ingresos personales y familiares. Ocurrió una bajísima diferenciación por grupos salariales: en 1988 la relación entre los más altos y los más bajos fue de 4.5 a 1. Para el 93 % de los empleos la diferencia fue de 2.3 a 1.2 El salario contribuyó a homogeneizar las estructuras sociales porque minimizó su papel diferenciador entre los estratos sociales.

Estos procesos acompañaron la incorporación masiva femenina al empleo. La proporción de mujeres en la fuerza laboral total del país se incrementó establemente entre 1959 (13 %) y 1970 (19 %).3 Entre 1970 y 1989 el crecimiento se mantuvo estable, pero los incrementos fueron mucho más acentuados que en los once años anteriores: de 19 % en 1970 alcanzó 38.7 % en 1989.4

Las mujeres se convirtieron en trabajadoras con iguales derechos que los hombres en el plano salarial, aunque los datos demostraron que percibían menos que ellos. Se debió a que ellas ocupaban plazas menos remuneradas que los hombres, se ausentaban más de sus empleos para cuidar niños, enfermos y ancianos y por tener una morbilidad más elevada que los hombres.

Desde 1974 la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) exigió que se eliminaran resoluciones del Ministerio de Trabajo que impedían que las mujeres accedieran a empleos considerados no aptos para ellas. Durante el IV Congreso de la FMC (1985), su Presidenta Vilma Espín explicó: “La realidad demostró que aquellas antiguas resoluciones (47, 48 y 40), con la buena intención de reservar con exclusividad para las mujeres algunas plazas, generalizaban para toda persona del sexo femenino la prohibición de ocupar algunos puestos de trabajo considerados rudos, insalubres y peligrosos, sin mediar investigaciones científicas que fundamentaran los criterios expresados en ellas”. Además, “resultan irreales los motivos aducidos para tal prohibición, pues hay mujeres que tienen la fortaleza física por encima del promedio de sus congéneres, y también hombres con capacidades físicas menores a la generalidad de su sexo”.5

Entre 1959 y 1989 se crearon las bases de una industria que dinamizara al resto de la economía, a la vez que las féminas se incorporaban al empleo en distintos sectores económicos.

El Censo de 1981 reveló que con relación al Censo de 1953 las mujeres incrementaron su incorporación a la fuerza de trabajo activa, dejaron de estar ocupadas solamente en actividades de servicios, se emplearon en todas las categorías ocupacionales y en sectores no tradicionales femeninos. Así, de 1953 a 1970 el 40 % del crecimiento en la fuerza de trabajo femenina se produjo en el sector del comercio. Entre 1970 y 1981 el 54.8 % del incremento en la fuerza de trabajo femenina ocurrió en los servicios sociales especializados –educación y salud–. La industria recibió el 20 % del incremento y la agricultura, el 11.9 % de ese incremento.6

De 1981 a 1986 más de la mitad del crecimiento del empleo femenino se concentró en la esfera productiva. El sector industrial absorbió una cuarta parte del crecimiento total, mientras que los sectores de salud pública, asistencia social, deportes y turismo recibió el 15.6 % del total, el comercio recibió el 14.1 % y el de la educación, el 12.7 % del incremento. Pero las mujeres no se incorporaron con igual dinamismo a ramas fundamentales de la industria ni a los sectores de la agricultura, la silvicultura, el transporte y la construcción.

Entre 1981 y 1986 se incrementó la participación de mujeres en las cinco categorías ocupacionales, concentrándose en las categorías de obreros y técnicos. Las obreras que entraron al sector industrial lo hicieron en las ramas donde la participación femenina era tradicionalmente alta (confecciones, bebidas y licores, textiles y cueros) y en otras no tradicionalmente femeninas (construcción de maquinarias no eléctricas, química, alimentación, azúcar). Las técnicas concentraron su crecimiento en las ramas de la salud y de la educación.

Mejoró también la distribución por género en cada una de las categorías ocupacionales: en 1981 había una mujer por cada 6 obreros, mientras que en 1986 por cada 4 obreros había una mujer. Por cada 2 técnicos había una mujer en 1981 y cinco años después el 56 % de los técnicos eran mujeres. La proporción de mujeres en la categoría de dirigentes mejoró, pero con menos dinamismo que en la categoría de obreros y técnicos: en 1981 por cada 5 dirigentes había una mujer y en 1986 esta relación cambió de 4 a uno. La participación femenina entre los dirigentes descendía a medida que ascendían los niveles de dirección.

Este aspecto del empoderamiento femenino en el empleo fue un propósito de la FMC, de otras organizaciones de la sociedad civil y del Estado desde los años setenta que aún no ha sido resuelto. Pero a fines de los ochenta existían condiciones laborales que auguraban que en un futuro no lejano las cubanas podrían acceder a estos cargos. Entre ellas estaba que ellas tenían niveles de instrucción elevados, condición que les permitía resolver tareas complejas; estaban ocupadas en todos los sectores de la economía, incluso en los no tradicionalmente femeninos; aparecían en todas las categorías ocupacionales, incluida la de dirigentes; eran más de la mitad de los técnicos, que es la fuente natural de los dirigentes y el hecho de simultanear sus tareas laborales con las del hogar les entrenaba cotidianamente para tomar decisiones.

La incorporación femenina al empleo ocurrió sin resolver totalmente dos aspectos que requerían soluciones desde el estado, así como de la contribución de hombres y mujeres.

El primero fue el agobio físico y espiritual que ellas experimentaban cuando realizaban las tareas del hogar, porque no contaban con el equipamiento electrodoméstico ni con servicios sociales como lavanderías y alimentos semielaborados que aliviaran estos esfuerzos; además confrontaban problemas con sus viviendas, bien porque tenían deficiencias estructurales o vivían en condiciones de hacinamiento. Todo esto transcurría bajo una ideología patriarcal fortísima que imperaba en los hombres y en las mujeres, e impedía que ellos participaran en las tareas del hogar. La mentalidad asistencialista que prevalecía en la población y que hacía que esperaran que el Estado resolviera todas sus dificultades influía en que las mujeres demandaran más soluciones del Estado y no lo hicieran de sus maridos, para evitar conflictos en la pareja.

La segunda cuestión fue el cuidado de los niños en edades preescolares. Ni los círculos infantiles ni los jardines de la infancia cubrieron las necesidades de las madres trabajadoras en los primeros treinta años posteriores a 1959. Entre 1961 y 1975 se construyeron 658 círculos infantiles. Entre 1975 y 1986, período en el cual la mujer se incorporó progresivamente a la fuerza de trabajo, solo se construyeron 196 de estas instituciones. Esta cifra representó el 30 % de lo construido entre 1961 y 1975.7 En 1987 y 1988, dos de los años de la rectificación de errores a la que me he referido, se construyeron 120 círculos solo en Ciudad de la Habana para intentar resolver esta deuda pendiente con las mujeres en su desarrollo.

El cuidado de ancianos no constituyó una carga tan fuerte en esos primeros treinta años, porque las madres de las mujeres que eran trabajadoras de primera generación eran amas de casa, rondaban los primeros años de la llamada tercera edad y se ocupaban en sus hogares de atender a los ancianos y a los niños de edades preescolares. Esto fue cambiando a medida que las trabajadoras que se incorporaron al trabajo asalariado a fines de los sesenta e inicios de la década de los setenta y sus madres fueron envejeciendo.

Continuará.

Notas

1 Partido Comunista de Cuba: Informe Central al III Congreso del Partido Comunista de Cuba, Editora Política, 1986. Página 95.

2 B. Nerey y N. Bismart: “Estructura social y estructura salarial en Cuba: encuentros y desencuentros”, Trabajo de curso de la Maestría en Sociología, Universidad de La Habana, 1999.

3 Junta Central de Planificación: Censo de Población y Vivienda 1970, Instituto del Libro, La Habana, 1976, Tabla 18, p. 511.

4 Oficina Nacional de Estadísticas: Anuario Estadístico de Cuba 1996, La Habana, 1997, p. 116.

5 Federación de Mujeres Cubanas: Informe central al IV Congreso, 1985, p. 37.

6 Los datos sobre empleo femenino que se ofrecen en estos párrafos aparecen en el artículo “Case Study of Cuba: Women and the Economic Crisis”, que presenté en el Seminario Interregional de Naciones Unidas sobre Mujer y Crisis Económica, Viena, 3-7 de octubre de 1988, SWEC/1988/CS.2, 9 September 1988, English. Los cálculos fueron hechos junto a la Lic. Dania Rodríguez, del Comité Estatal de Trabajo, para el Seminario de la FMC sobre la Aplicación de las Estrategias de Nairobi, celebrado en La Habana en septiembre de ese año.

7 Cálculos hechos por la autora a partir del Anuario Estadístico de Cuba 1986, Comité de Estadísticas de Cuba, , tabla XIII.1, p. 513.

Siguiente noticia

Cerrados todos los caminos laterales