El presente trabajo tiene que ver con lo que el filósofo y lingüista Noam Chomsky denomina otro fallo masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo. Refiere que un movimiento reaccionario se ha forjado en la Casa Blanca de la mano de Estados brutales de Medio Oriente e Israel y con gente poderosa y privilegiada que es ajena a cualquier internacionalismo progresista.
Se trata de ese fallo sistémico de relaciones internacionales que, en menos de una década, entre las presidencias de Barack Obama y Donald Trump, ha alejado a los poderes norteamericanos de ser líderes de soluciones humanitarias para el orbe civilizado, convirtiendo a la Unión Americana en un Estado tremendamente disfuncional para los intereses del mundo globalizado.
La crisis en múltiples agendas con otros estados, como China, Rusia, India, la Unión Europea, etc., sirve al presidente Trump como pretexto para culpar a todo el mundo de lo que sucede en América, para negar la participación de Estados Unidos en las crisis globales, para ocasionar incertidumbre social y sufrimiento masivo en su propio país con el COVID-19 y, a pesar de todo, salirse con las suya en los asuntos públicos gracias a su forma personal y directa de relacionarse con los medios y sus seguidores.
Obama-ébola y
Trump-COVID-19
En diciembre de 2013, un niño de Guinea de 18 meses fue mordido por un murciélago y murió brutalmente al día siguiente. Después de esta muerte, hubo otros cinco casos fatales. Se trataba de los primeros casos del ébola en África.
El virus del Ébola se descubrió por primera vez en 1976 cerca del río Ébola en lo que hoy es la República Democrática del Congo. Desde entonces, el virus ha estado infectando a personas y provocando brotes en varios países africanos.
Los científicos no saben de dónde proviene el virus del Ébola. Sin embargo, según la naturaleza de virus similares, creen que es de origen animal, siendo los murciélagos o primates no humanos (chimpancés, simios, monos, etc.) la fuente más probable. Los animales infectados que portan el virus pueden transmitirlo a otros animales, como simios, monos, duikers y humanos.
El virus se propaga inicialmente a las personas a través del contacto directo con la sangre, los fluidos corporales y los tejidos de los animales. Luego se propaga a otras personas a través del contacto directo con los fluidos corporales de una persona que está enferma o ha muerto de EVD. Esto puede ocurrir cuando una persona toca estos fluidos corporales infectados (u objetos que están contaminados con ellos), y el virus ingresa a través de la piel rota o las membranas mucosas en los ojos, la nariz o la boca.
Las personas pueden contraer el virus a través del contacto sexual con alguien que está enfermo de EVD, y también después de recuperarse, pues puede persistir en ciertos fluidos corporales, como el semen. Los sobrevivientes del ébola pueden experimentar efectos secundarios después de su recuperación, como cansancio, dolores musculares, problemas oculares y visuales y dolor de estómago.
Cuando el ébola se extendió desde las fronteras de Guinea hacia las vecinas Liberia y Sierra Leona, en julio de 2014, el presidente Barack Obama activó sin oposiciones relevantes el Centro de Operaciones de Emergencia para el Control de Enfermedades en Atlanta (CDC).
Se desplegó inmediatamente al personal de los CDC en África occidental, para coordinar una respuesta sanitaria que incluía el rastreo de vectores, la aplicación de pruebas, la campaña de educación y el manejo de la logística y la comunicación.
En total, los CDC del gobierno de Obama, capacitaron a 24,655 trabajadores médicos en África occidental, educándolos sobre cómo prevenir y controlar el brote del ébola antes de que un solo caso abandonara África o que alguno llegara a Estados Unidos.
Trabajando con la ONU y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Casa Blanca ordenó el cambio de ruta de los viajeros que se dirigían a la Unión Americana. Se les orientó hacia aeropuertos específicos, equipados para manejar pruebas masivas.
En Estados Unidos, más de 6,500 personas fueron capacitadas a través de simulacros de brotes y escenarios de práctica. Esto se hizo antes de que un solo caso de ébola afectara a Estados Unidos.
Tres meses después de que el presidente Obama activara esta respuesta sin precedentes, el 30 de septiembre de 2014, se detectó el primer caso de ébola en la Unión Americana.
Un hombre había viajado desde África occidental a Dallas y, de alguna manera, se había deslizado por el protocolo de prueba desde su ciudad de origen. Fue inmediatamente detectado y aislado, pero murió una semana después. Dos enfermeras que lo atendieron contrajeron la enfermedad pero se recuperaron. Los protocolos habían funcionado y el brote estaba contenido.
El ébola pudo convertirse en una pandemia, pero no sucedió así por las oportunas acciones del gobierno norteamericano con respaldo de los demás poderes de Estados Unidos. Los tres casos confirmados de ébola fueron los únicos en Estados Unidos, porque se instruyó desde la Casa Blanca que se procediera tres meses antes del primer caso.
El ébola es más contagioso que el COVID-19. Si el gobierno de Obama no hubiera actuado con respaldo de la Unión Americana, millones de estadounidenses hubieran tenido muertes horribles, dolorosas, como surgidas de una de novela de terror de Stephen King, por la manera como destruye al hombre esta enfermedad.
Lo irónico de esta historia sobre el ébola es que haya caído en el olvido, porque debido a que se actuó con decisión desde la Casa Blanca y el Estado norteamericano, la enfermedad nunca llegó a las costas norteamericanas.
Ahora, muy distinta es la historia de la pandemia del COVID-19 y la respuesta del gobierno de Donald Trump.
Antes que nadie (incluida China) supiera sobre la enfermedad del nuevo coronavirus, Trump disolvió el equipo de respuesta a la pandemia que Obama había establecido. Recortó fondos para los CDC y redujo la contribución norteamericana a la OMS.
Trump despidió también al contralmirante Timothy Ziemer, la persona del Consejo de Seguridad Nacional a cargo de detener la propagación de enfermedades infecciosas antes de su llegada a Estados Unidos, una posición creada por la administración de Barack Obama.
Los coronavirus son un gran grupo de virus que pueden causar enfermedades en animales y humanos. Algunos coronavirus circulan comúnmente en los Estados Unidos y generalmente causan síntomas de las vías respiratorias superiores, como tos o secreción nasal, aunque algunos pueden causar enfermedades más graves. El novedoso (nuevo) coronavirus de 2019 causa la enfermedad del COVID-19.
Los casos de COVID-19 surgieron por primera vez a finales de 2019, cuando se informó de una misteriosa enfermedad en Wuhan, China. La causa de la enfermedad pronto se confirmó como un nuevo tipo de coronavirus, y desde entonces la infección se ha extendido a muchos países del mundo y se ha convertido en una pandemia.
El 11 de febrero, la OMS anunció que el nombre oficial sería COVID-19, una versión abreviada de la enfermedad por coronavirus 2019. La OMS se refiere al virus específico que causa esta enfermedad como el virus COVID-19.
Los síntomas más comúnmente reportados incluyen fiebre, tos seca y cansancio, y en casos leves, las personas pueden tener secreción nasal o dolor de garganta. En los casos más graves, las personas con el virus pueden desarrollar dificultad para respirar y, en última instancia, pueden experimentar insuficiencia orgánica. Algunos casos son fatales.
El virus también puede ser asintomático, sin causar una enfermedad notable en algunas personas, pero estas personas aún son contagiosas y pueden transmitirlo.
El 11 de marzo, la OMS anunció que el brote debería considerarse una pandemia, un término que no tiene una definición universalmente aceptada, pero significa que varios países están viendo una transmisión sostenida entre personas de un brote que causa enfermedad o muerte.
Cuando comenzó el brote del COVID 19 en China, la Casa Blanca asumió que era un problema de este país. Trump no ordenó ninguna investigación y nadie más pudo exigírsela desde el Congreso norteamericano. En consecuencia, no envió suministros ni ofreció ayuda de ningún tipo. Se consideró que, si Estados Unidos estaba en una guerra comercial con China, ¿por qué deberían ayudarla con la epidemia?
En enero de 2020, Donald Trump recibió información del servicio de inteligencia de que el brote en China era mucho peor de lo que su gobierno admitía y que, definitivamente, la epidemia del nuevo coronavirus afectaría a la Unión Americana, si no se procedía para evitarlo. El presidente norteamericano ignoró el informe presentado, evidenciando desconfianza en el servicio de inteligencia. Una vez más, nadie tuvo fuerza fuera de la Casa Blanca para requerirle otra postura.
Cuando la enfermedad se extendió a Europa central y mediterránea, la OMS ofreció una gran cantidad de pruebas sobre la epidemia a la Casa Blanca. Trump las rechazó, diciendo que las compañías norteamericanas harían mucho mejor las pruebas en caso de que las necesitaran. En consecuencia, nunca ordenó que los estadounidenses se hicieran pruebas, ni siquiera cuando las compañías no tenían fines de lucro y sí disponían hacerlas por su cuenta. Otra vez, nadie tuvo fuerza en la Unión Americana para requerirle otra actitud al presidente.
Según los científicos de Yale y otras escuelas públicas de medicina de las universidades norteamericanas, cuando solicitaron permiso para comenzar a trabajar en un protocolo de prueba y en posibles tratamientos o vacunas contra el nuevo coronavirus, la FDA de Donald Trump no se los otorgó. Lo intentaron con poco respaldo político y, en consecuencia, fracasaron.
Cuando la Casa Blanca supo del primer caso en los Estados Unidos, Trump señaló que se trataba de solo un caso y que el paciente ya estaba aislado. Los médicos y los científicos comenzaron a reclamar en los medios que su proceder era un error, y entonces el presidente norteamericano respondió que el problema del virus era un engaño liberal, conjurado para tratar de que se viera mal después de que fracasara el juicio político de los demócratas.
La siguiente vez que Donald Trump habló de COVID-19, había ya 64 casos confirmados. Sin embargo, recurrió a los micrófonos para decir al público estadounidense que solo había 15 casos y que muy pronto ese número sería cercano a cero. Una vez más, ante la propagación de la enfermedad, la Casa Blanca no tomó ninguna medida para que se hicieran más pruebas. Hubo crítica indignada contra Trump en los medios, pero no se avanzó contra su postura.
Finalmente, ante el avance masivo del contagio comunitario y la propagación en masa de la epidemia de COVID 19, el presidente Trump suspendió los vuelos desde China a Estados Unidos. Los científicos y los médicos consideraron que la medida llegó demasiado tarde y que no logró evitar nada, pues la enfermedad ya era mundial y había comenzado a crecer exponencialmente en la Unión Americana. Señalaron, incluso, que esto sucedía por culpa misma de los estadounidenses y no los chinos, como pretendía Trump cuando insistía ante los medios que se trataba del virus chino.
Al cierre de la semana hay 936,293 casos confirmados y 53,511 muertes COVID-19 en Estados Unidos. Todo parece indicar que seguirán creciendo las cifras, pues el combate a la pandemia ha sido politizado debido a la campaña presidencial.
Conclusiones
Como puede verse, lo ocurrido en torno al ébola con Barack Obama y el COVID-19 con Donald Trump no es asunto de los presidentes norteamericanos que pecan o salvan al mundo globalizado cuando proceden a favor o en contra del bienestar humano. Se trata de la realidad actual de los intereses capitalistas encontrados que, más allá de las etapas ventajosas de expansión y las crisis generales de recesión, se han apoderado de los poderes políticos de la Unión Americana y de la vida pública de los norteamericanos.
Sin embargo, conforme a la doctrina maniquea que prevalece cuando republicanos o demócratas predican que sus adversarios son culpables de lo que sucede dentro y fuera de América, los electores solo pueden decidir a quiénes siguen, porque creen que realmente proceden para engrandecer a su nación.