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Cultura de resistencia a la cubana en tiempos del coronavirus (IV)

Metodología de los “por qué”

Marta Núñez Sarmiento*

LX

Cuando aparezca este artículo, casi han transcurrido tres meses desde mediados de marzo, cuando se detectaron en Cuba los primeros casos de COVID-19. Fueron tres turistas italianos que arribaron a la isla por el aeropuerto de La Habana, se hospedaron en Trinidad y, al presentar síntomas respiratorios, los ingresaron en el Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí” (IPK). Científicas cubanas que encabezan un equipo especializado en ensayos clínicos en esta institución fueron las primeras que descubrieron la presencia del virus en la isla. Por tanto, las cubanas desempeñaron un papel relevante en los inicios del programa para combatir la COVID-19. Este hecho no lo consideró extraño una de las directoras del “Pedro Kourí”, cuando declaró con naturalidad en la TV que “Casi todos los profesionales de esa institución son mujeres, porque somos las mayoría de las microbiólogas en Cuba, así como de las profesionales de la medicina”.

Hoy comentaré cómo Cuba ha organizado la atención médica para enfrentar la COVID-19. Me basé en el artículo “Primer acercamiento histórico epidemiológico a la COVID-19 en Cuba” de cuatro prestigiosos expertos en el tema, encabezados por el Dr. Enrique Beldarraín Chaple1 y la Resolución del Ministerio de Salud Pública 128/2020 publicada en la Gaceta Oficial de Cuba (GOC).2 A medida que reflexione sobre el espíritu de cultura de resistencia a la cubana que contienen estos documentos, ilustraré el desempeño de las profesionales de la salud para convertir en realidad sus objetivos.

No contrapongo el papel que emprenden las cubanas con el de sus compatriotas masculinos. De ninguna manera, porque así no transcurrieron los programas que las incorporaron a la sociedad con iguales derechos y deberes que los hombres. Simplemente argumento cuánto han crecido las cubanas en estos últimos 61 años hasta ocupar su lugar en la sociedad como seres humanos plenos. Por eso destacan por la profesionalidad con la que contribuyen a construir la cultura de resistencia en estos tiempos del coronavirus.

Desde enero de este año, la Dirección cubana concibió y comenzó a implementar el “Plan de medidas para el enfrentamiento de la COVID-19”, en el que participaron colegiadamente todos los organismos de la administración central del Estado, las empresas, los sectores no estatales (que tienen variadas formas de propiedad, incluyen las cooperativas agrícolas y no agrícolas, los pequeños propietarios privados rurales y urbanos, entre muchas otras formas de propiedad), así como a la población. Organizó una vigilancia epidemiológica en todo el país para detectar casos sospechosos de la enfermedad que presentaban sintomatologías respiratorias y que provenían de países donde existía la epidemia, fueran cubanos o extranjeros.

Los casos sospechosos se aislaban en instituciones para someterles a estudios epidemiológicos que confirmarían si tenían la enfermedad y, si se ratificaban, se procedía a la identificación de aquellas personas con las que había tenido contactos en los últimos 14 días, para evaluarles clínicamente.

Los autores del artículo especificaron que “En el caso de los visitantes extranjeros que aún se encontraban en Cuba, se reforzó la vigilancia estrecha en los hoteles, con dos evaluaciones diarias, que también cubrirían a los trabajadores de estas instalaciones”.

Una vez que se confirmaron como positivos a la enfermedad los tres primeros extranjeros, más un cubano residente en la ciudad de Santa Clara, quien tuvo contacto con un extranjero, el Ministerio de Salud Pública dispuso de alrededor de 2 mil 500 camas para atender a las personas contagiadas que se encontraban en el país, ya fueran cubanos residentes permanentemente en la isla, cubanos residentes permanentemente en otros países y ciudadanos extranjeros. Las camas pertenecían a hospitales seleccionados. Igualmente se crearon centros de aislamientos para los casos sospechosos en instalaciones que fueron reacondicionadas para ese fin. Al separar de la comunidad a las personas sospechosas y a los contactos de los casos diagnosticados como positivos a la COVID-19, se disminuyó el número de contagios. Esta actuación difirió de las asumidas en los países donde estalló una crisis en las instalaciones hospitalarias, por carecer de camas y de personal de salud para atender a los enfermos.

Las personas contagiadas con el virus permanecían en los hospitales hasta que obtuvieran el alta médica. Después pasaban 14 días en los centros de aislamiento donde se les controlaba si manifestaban alguna recaída. Cuando los exámenes confirmaban que no tenían la enfermedad, regresaban a sus hogares donde tenían que transcurrir otros 14 días en aislamiento domiciliario.

Los medios cubanos comunican todas estas medidas y sus resultados. Por tanto, no puedo precisar si fue la población o quienes construyeron estos planes quienes inventaron los términos para identificarlos: “la escalera” y “la araña epidemiológica”. “La escalera” bautiza los niveles de acción del Ministerio de Salud Pública para detectar a los contagiados, que comienzan en los consultorios del médico y de la enfermera de la familia que cubren grupos de población en un barrio –en la base de la pirámide–, hasta los institutos de investigación que apoyan los quehaceres de la salud pública. “La araña epidemiológica” o solo “la araña” designa los contactos que tuvieron los contagiados, además de la información obtenida durante sus entrevistas y corroborada en las pesquisas llevadas a cabo en el trabajo de campo. Con esta “tela de araña” se puede actuar para conocer el estado de salud de cada uno de sus integrantes con vistas a clasificarlos de acuerdo a su estado de salud.

La “escalera” y “la araña” aseguraron la vigilancia médica diaria de los ciudadanos. Participaron en ellas médicos (debería escribir médicas, porque la mayoría de los galenos son mujeres), enfermeras y estudiantes de las universidades de ciencias médicas. Estas últimas (mayoritariamente muchachas) indagan día a día el estado de salud de los ciudadanos, cuando tocan a sus puertas, de existir alguna sospecha de la COVID-19, los visitan las médicas con las enfermeras y son ellas las que deciden si se mantienen en sus hogares o si suben por “la escalera” del plan de acción.

Explican los autores que, “También se diseñaron medidas específicas para los grupos más vulnerables, como los adultos mayores, población que suma más de dos millones, de los cuales el 15 % vive solo, así como para tratar que los adultos mayores no salieran a la calle, pues en cualquiera de los escenarios una persona podría trasmitirles la enfermedad”.

Agregaron que cuando se comprobaba algún riesgo de padecer la enfermedad, “[…] se procedía a realizar las pruebas de diagnóstico rápido o a enviar a las personas a la institución de salud más cercana”. Subrayaron que esto se puede hacer por el capital humano con que cuenta el sistema de salud pública.

Los autores afirman que, “La presencia de la enfermedad en Cuba presentó otros tiempos que en muchos países del mundo, y empezó tarde en relación con Europa y América. También ha tenido una incidencia menor que en esos continentes. Se puede plantear la hipótesis que las acciones sanitarias adoptadas por el sistema nacional de salud, sumadas a las regulaciones sociales implantadas por el Estado, lograron ralentizar al menos en este primer mes de avance del contagio entre la población cubana”.

En los primeros días del enfrentamiento a la pandemia, se decidió que ninguna persona con síntomas respiratorios podría estar en centros laborales ni educacionales. A mediados de marzo se cerraron todos los centros educacionales, así como los centros de trabajo que no eran imprescindibles para mantener la economía. Desde entonces, los cubanos aprendimos a lavarnos las manos durante 20 segundos, con procedimientos inimaginables pero necesarios para asegurar que el virus desaparezca de las manos, las vías por excelencia por las que ingresa el coronavirus en nuestros cuerpos. Y apareció el hipoclorito o el cloro en sus distintas gradaciones, que comenzamos a usar una vez que las manos estuvieran bien limpias. También aprendimos a preparar agua clorada en botellas plásticas a las que abrimos un huequito en la tapa para irrigarnos esta solución y ofrecerlas a las pocas personas que podemos admitir en nuestros hogares.

Un recurso médico que los cubanos veíamos como algo propio de los salones de cirugía, las mascarillas, que aquí bautizamos como “nasobucos”, resulta ahora de uso obligatorio cuando salimos a las calles. Nadie los poseía en sus hogares y, de pronto, proliferaron gracias a la característica de la identidad nacional que atribuyen popularmente al Generalísimo Máximo Gómez, “Los cubanos o no llegan o se pasan”. Bueno, pues, esta vez de nuevo nos pasamos. En un inicio eran blancos o verdes y, ahora, al convertirse en una prenda que llegó para quedarse, los hay de todos los colores. Sobre todo las féminas los seleccionan según el color de su ropa.

Quiero humanizar estas medidas presentándoles el caso de una médica a quien entrevisté telefónicamente. Como somos amigas, ella accedió a describir cómo transcurrió su trabajo en una comunidad costera del este de La Habana, donde ha ejercido como médica de la familia en su consultorio por más de un cuarto de siglo.

Relató que su trabajo es dinámico porque cambia según las contingencias diarias. Ejemplificó que al inicio tenía 4 extranjeros en su radio de acción, a quienes debía visitar dos veces diariamente en las casas donde se alojaban. Su consultorio funciona todos los días entre las 8 a.m. y el mediodía, de lunes a viernes. Por las tardes ella y la enfermera visitan a los ancianos en estado grave de sus enfermedades. Sin embargo, desde mediados de marzo no ha descansado ni un solo día.

Asimismo, prioriza la atención a las embarazadas, las puérperas y a los recién nacidos, a quienes debe visitar diariamente hasta los 45 días de nacidos. Después acuden con la regularidad establecida para atenderles en su consultorio. Relató que la tarde y noche anterior al Día de las Madres permaneció en la casa de un recién nacido hasta las 11 p.m., porque tenía fiebre. A la mañana siguiente, tuvo que acudir al domicilio de un fallecido para extender el documento requerido.

Se le sugiere a la población que no asista a la instalación para evitar los contagios, ya que está demostrado mundialmente y en Cuba, que casi el 50 % de los que trasmiten la enfermedad son asintomáticos. Generalmente las personas que concurren a su oficina tienen síntomas de infecciones respiratorias agudas, y ella debe clasificarlos según las categorías que aparecen en “la escalera”: los que se incluyen en la escala primera (confirmados con el virus) y segunda (contactos del confirmado), se ingresan en hospitales o centros de aislamiento. A los “sospechosos” los mantiene en sus hogares y debe visitarlos diariamente. Hasta el momento ninguno de sus pacientes fue diagnosticado positivo a la COVID-19.

Me contó que en una ocasión en que ella y su enfermera regresaban a sus casas, después de visitar a un enfermo, pasaron por un supermercado donde había una fila kilométrica para adquirir alimentos. El policía que evitaba las aglomeraciones en la cola, las reconoció por sus batas blancas y sus solapines, las llamó y les dijo: “Entren, que Uds. no tienen que hacer la cola”. Ninguna de las personas que formaban la fila protestó, como un gesto de reconocimiento a la labor del personal de la salud, actitud “fuera de serie”, porque en Cuba infringir el orden en las colas es un delito casi de lesa humanidad.

Le pregunté por algo que es usual entre las cubanas: “¿Quién cocina en tu casa?” “Yo”, respondió; e inmediatamente agregó: “Y también soy la que lavo”.

Esta doctora vive y trabaja en Cojímar, el pueblo que Hemingway visitaba con regularidad, no solo porque allí tenía su yate “Pilar”, sino porque disfrutaba conversar con los pescadores. Si el escritor conociera a esta mujer, describiría sus ojos sobre el “nasobuco” como los de su personaje Santiago, el héroe de El viejo y el mar: “Los ojos (son) alegres e invictos”.

Notas

1 Alfonos Beldarraín E, I. Morales y F. Durán: “Primer acercamiento histórico epidemiológico a la COVID-19 en Cuba”, Anales de la Academia de Ciencias de Cuba, vol. 10, no. 2 (2020) , especial COVID-19.

2 Gaceta oficial de Cuba. Gaceta Oficial No. 25 Extraordinaria de 12 de mayo de 2020. Ministerio de Salud Pública Resolución 128/2020 (GOC-2020-351-EX25).

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