Pedro Díaz Arcia
Recuerdo que un literato dijo el pasado siglo que “todo monstruo encuentra su pareja”; pero Donald Trump ha encontrado mucho más que un regimiento. El candidato a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro, es un calco, hecho a la medida, del mandatario estadounidense. Su discurso populista, antisistémico; además, su sesgo antifeminista, homofóbico, racista; los continuos ataques a la prensa; el recurso a las redes sociales para confundir y distorsionar la realidad; incluso el uso del chantaje, al declarar que no aceptará los resultados de los comicios de no ser favorecido, parecieran salir de los labios del magnate estadounidense.
El retirado “capitán de artillería”, quien opina que no es necesario hablar de economía, en medio de una profunda recesión, defiende a ultranza la dictadura militar que asoló la nación por más de dos décadas entre 1964 y 1985. Para muchos analistas hace pocos meses atrás, era como una sombra que pernoctaba por los pasillos del Legislativo sin la menor posibilidad de aspirar a ocupar el Palacio de Planalto.
Pero la situación dio un vuelco drástico y el diseño de su campaña, no su programa de gobierno que se esfuma en medio de la imprecisión, logró atraer parte del descontento existente en el país contra la clase política ante la corrupción y la violencia imperantes, para ubicarlo al frente del pelotón que busca la presidencia, según las últimas encuestas. Su acompañante en la fórmula presidencial, un general jubilado afirmó que una intervención militar podría ser la única forma para purgar el corrupto sistema político del país, según The New York Times. ¡Algo espeluznante!
En el escabroso camino lo sigue Fernando Haddad, un esforzado dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) quien asegura que, de ganar la contienda, seguirá el programa de los gobiernos del partido durante sus mandatos entre los años 2003 y 2016. Aunque habría que corregir serios errores cometidos, para poder superar con más radicalidad la inmensa desproporción entre los niveles de ingresos entre los ricos y los segmentos de más bajos ingresos; y desarrollar una revisión del trabajo político con las bases, pues la pirámide, ni por un momento, debe estar invertida.
Apenas a un mes, luego de que Lula fuera inhabilitado para participar en la contienda electoral, se decidió la candidatura de Haddad. En ese momento, el fundador del PT que aventajaba por mucho a sus contrincantes, no pudo trasladarle su caudal político; aunque el “delfín” subió como la espuma en los sondeos.
Numerosos analistas estiman que Bolsonaro, a pesar de un rechazo del 45% de la población, podría vencer en la primera vuelta. Incluso de ir a un balotaje la pugna sería muy reñida. Hasta hace poco se pensaba que, en tal caso, favorecería sin dudas al líder de izquierda. Y es que el representante ultraderechista ha sumado a sus filas al oportunismo de ocasión, y cuenta con una poderosa maquinaria mediática dentro y fuera del país.
Cuando este domingo acuda a las urnas una parte de los más de 147 millones de votantes para decidir el destino de la nación que, con más de 8 millones y medio de km², siendo el quinto país de mayor población en el planeta e integrante de los que encabezan la biodiversidad mundial, pero con un nivel de desigualdad que no se corresponde con sus gigantescas riquezas naturales: el fiel de América se habrá inclinado a uno u otro plato de la balanza.
Y aunque el eje de la Tierra no se percate del ligero movimiento; si lo hace a la derecha, todos los que propugnamos un ideario de igualdad, independencia y justicia social lo vamos a sentir como un sismo de once en una escala de diez.