Alfredo García
El reciente llamado a poner fin a la guerra en Yemen del secretario de Estado de EU y ex director de la CIA, Mike Pompeo, y del secretario de Defensa y ex comandante en la invasión de Afganistán e Irak, general Jim Mattis, trae a la superficie la verdadera naturaleza de la intervención militar de la coalición árabe liderada por Arabia Saudita.
“Ha llegado la hora de poner fin a las hostilidades, lo que incluye los disparos de misiles y los drones que vienen desde las zonas controladas por los Hutí hacia el reino de Arabia Saudí y Emiratos Arabes Unidos. Los bombardeos aéreos de la coalición deben cesar enseguida en todas las zonas habitadas de Yemen”, declaró Pompeo en un comunicado, tras mencionar el mes de noviembre como meta. Por su parte Mattis, durante una conferencia en Washington, insistió en límite del cese al fuego: Deberíamos hacerlo en el plazo de 30 días (…) y pienso que Arabia Saudita y Emiratos Arabes están listos”.
En medio de una guerra civil entre fuerzas del presidente, Ali Abdullah Saleh y el vicepresidente, Abd Rabbu Mansour Hadi, que siguió a las manifestaciones de protesta de la llamada “primavera árabe” en 2011 y atizó la insurgencia del movimiento chiíta hutí contra el gobierno yemenita, Arabia Saudita intervino militarmente en la contienda organizando y liderando en marzo de 2015 una coalición formada por Qatar, Kuwait, Emiratos Arabes Unidos, Bahrein, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudán y Senegal, con apoyo logístico y de Inteligencia de EU, Reino Unido y Francia, tres potencias miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con poder de veto.
El movimiento rebelde de los hutíes (seguidores de Alá) formado por chiítas de la rama de los zaidíes, representan casi la mitad de los 28 millones de habitantes de Yemén, teniendo como principal feudo la provincia septentrional de Saada. Insurgieron en 2004 para combatir la pobreza, el desempleo, la corrupción y el plan del presidente Saleh, de enmendar la Constitución para eliminar el límite del mandato presidencial que lo convertiría en presidente de por vida. Saleh los acusó de ser punta de lanza de Irán y querer derrocarlo para imponer la ley religiosa chiíta.
Yemen es un país bicontinental situado en el Medio Oriente y Africa, con un territorio de 527,968 km2 compartiendo fronteras con Omán y Arabia Saudita. Su arcaica economía agrícola y ganadería y una incipiente industria manufacturera, lo convierte en uno de los países más pobre del mundo. Sin embargo, recientemente fueron descubiertos importantes reservas de petróleo y gas natural, real causa de la intervención extranjera.
Desde su inicio, el levantamiento armado fue reprimido por el gobierno y las fuerzas armadas sauditas con apoyo de EU. En diciembre de 2009, EU lanzó 28 bombardeos contra las posiciones chiítas en Saada y, en 2017, desplegó fuerzas especiales en su territorio contra las milicias chiítas. Se calcula hasta la fecha 10 mil muertos y 40 mil heridos por el conflicto, en medio de una crisis de hambruna y enfermedades, aunque Even Data Project, grupo independiente en el Reino Unido, estima que las víctimas mortales son entre 70 y 80 mil. La ONU reveló que 14.5 millones de personas no tienen acceso a agua potable segura e infraestructuras de saneamiento adecuado, y que 14.8 millones no tienen atención de salud. La OMS en su último informe señaló que la cifra de yemeníes que necesitan asistencia humanitaria aumentó en 2017 de 18.8 millones a 20.7 millones.
El autoritario llamado de Pompeo y Mattis hacia Arabia Saudita a frenar el conflicto, que algunos vinculan al escándalo internacional por el asesinato del periodista disidente, Jamal Khashoggi, revela el decisivo protagonismo de EU en la intervención militar de la monarquía Saudita en Yemen, hasta ahora disimulado en un bajo perfil.