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Alma de Cuba y reivindicación de la cultura africana

Nació en las plantaciones de azúcar, en las barracas de esclavos negros en Cuba. Y aunque viajó hasta los grandes salones de baile en Europa, su esencia se conserva en la sangre de los cubanos, que, cuando caminan, la están bailando.

Considerada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco desde 2016, cada año los habaneros toman las calles para celebrarla, al ritmo de la clave -instrumento en el que se golpea un madero hueco-, los tambores y cantos.

“Es una expresión de la exaltación de la vida, creada durante el período de la esclavitud en las plantaciones azucareras, en los barrios, en los puertos, en las líneas de ferrocarril”, explica Miguel Barnet, presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.

“Dondequiera que el hombre esclavo trabajó, tenía necesidad de hacer sus cantos espirituales, litúrgicos, para la salvación, para la sanación”, agrega.

Todo ello pudo haber ocurrido a fines del siglo XVIII e inicios del XIX.

La esencia de Cuba

El hombre se desplaza con elegancia, lleva sombrero, a veces un bastón, casi siempre va de blanco. La mujer viste una falda de vuelo ancho de color vivo que se agita junto con sus pasos.

El hombre galantea y persigue a la mujer. Ambos mueven las caderas y deslizan los brazos y piernas, al ritmo del “tac,tac... tac,tac,tac” que marca la clave, mientras los tambores africanos inundan el espacio e invitan al espectador a querer bailar también.

Entre movimientos alegres, el caballero realiza el “vacunao”, un movimiento de la pelvis que recuerda que este también es un baile de fertilidad, y que así vino desde África.

“La rumba para mí es Cuba y yo soy una fiel preservadora de la tradición. La siento mía, la llevo en la sangre. Estudié en la Escuela Nacional de Arte y me gradué en el 2004”, dice Yanaisis Ordoñez, de 31 años.

Están reunidos en el solar La Maravilla, frente al convento de Belén, que alguna vez poseyó un campo de caña de azúcar con más de 300 esclavos.

Mientras bailan, en el solar pasan niños a mirar e imitar los pasos. Un hombre de torso descubierto recoge agua en dos cubetas y atraviesa la escena. Es el día a día.

De vez en cuando, algún adolescente pasa con un parlante escuchando reguetón, un ritmo al que, para el crítico musical Pedro de La Hoz, si se le retira toda la parte electrónica, se le encuentra la influencia de la cultura bantú, una de las raíces africanas de la rumba.

Reproducida por el pueblo, empezó a ser practicada en los barrios y comunidades. “Es un folclor no detenido en el tiempo. Se incorporan aportes y modos de hacer, y eso se mantiene vivo”, explica De la Hoz.

Luego irradia al mundo entero. En la salsa, en el espectáculo de cabaret, en los bailes de salón.

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