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Presidente Duque, estadista

Zheger Hay Harb

En Colombia casi todos (incluidos quienes estamos políticamente en una orilla distinta a la suya) hacemos fuerza para que al presidente Duque la vaya bien tratando de creer en la frase de cajón (que no es cierta) que sentencia que si al presidente le va bien al país también.

Hay bastante experiencia para refutar esa expresión que busca presentar a quien la pronuncia como alguien ajeno a los extremismos, que busca el bien del país por encima de todo, dejando de lado sus antagonismos políticos.

No es cierta la frase si miramos por ejemplo en nuestra historia reciente, por dar un solo ejemplo, el caso del ex presidente Uribe: se llevó por delante al país con sus tambores de guerra, sus ejecuciones extrajudiciales, su espionaje a sus adversarios los desplazamientos forzados y las desapariciones, para hacer un recuento muy somero. Sin embargo, salió de la presidencia en olor de santidad, fundó un nuevo partido desde cuya dirección se atravesó a cuanto esfuerzo hizo el presidente Santos para lograr la paz y, aunque ha descendido, sigue teniendo índices altos de favorabilidad en la opinión.

Pero en el caso de Duque, uno le tiene cierta lástima mezclada con un poco de ternura viéndolo patalear para parecer independiente del capataz que lo encaramó en la silla presidencial, queriendo asumir un semblante serio a ver si le creemos que es capaz, haciendo esfuerzos para tamizar un poco las opiniones de la caverna que lo apoya.

Acabamos de tener una muestra de ello cuando tuvo que salir al paso a las declaraciones de su comerciante ministro de Defensa diciendo que hay que reglamentar la protesta social y que ésta está financiada por las mafias. Se vio obligado a citar la Constitución, pero dejando en claro que la protesta tiene que ser pacífica como si eso no fuera una condición sabida y respetada.

Y qué tal el embrollo en que está porque Uribe le nombró como ministro de Hacienda a un aprovechado que apenas empezando su periodo ya está sub judice por haber contribuido al endeudamiento y la quiebra de 117 municipios que por sus maniobras se quedaron sin agua potable y saneamiento básico mientras él se enriquecía mediante empresas enredadas en los llamados Panama Papers.

No podemos dejar de mencionar el nombramiento (¿habrá necesidad de decir que impuesto por Uribe?) como embajador ante la OEA del ex procurador destituido por el Consejo de Estado por corrupto, un savonarola que dice que volvería a quemar libros como hizo en su juventud, como “efecto pedagógico”

Y qué tal el recién posesionado embajador ante Estados Unidos cuyas primeras declaraciones fueron para decir que Colombia apoyaría la intervención militar en Venezuela. Se vio Duque obligado a desdecirlo asegurando que Colombia no apoya ninguna invasión armada al vecino país.

Así podríamos seguir con la mayoría de su equipo, pero la intención de esta nota es resaltar que ya Duque nos está quitando el deseo de compadecerlo, de brindarle un compás de espera a ver si nos da argumentos para ayudarlo a sacudirse de esa caverna.

Y eso es sobre todo por dos de sus últimas actuaciones: la arrodillada descarada ante Estados Unidos y sus exigencias en el tema de narcotráfico que significarán muerte y miseria y en sus planteamientos de “estadista”.

Dijo en la ciudad de Pereira (buscando tender una cortina de humo frente a la propuesta del indecente ministro de hacienda que propone gravar toda la canasta familiar y aumentar impuestos a quienes ganen dos salarios mínimos y bajar los de los ricos) que “cerca de 10 mil personas naturales ganan más de 50 millones (de pesos. Un dólar igual a 2.500 pesos) al mes y no tributan lo que deberían. Vamos a pedirles que paguen un poco más. Con esa medida logramos 3 billones de pesos de ingresos para bajar la carga a micros, pequeñas y medianas empresas”.

Como Duque en el currículo que presentó como candidato presidencial señalaba como experiencia académica maestrías en Harvard que resultaron ser dos seminarios de una semana, ahora se lo están cobrando ridiculizándolo por un cálculo que de ninguna manera resulta. En efecto: 3 billones de pesos divididos entre 10 mil ciudadanos daría 300 millones tributados por persona al año, y esa persona gana 600 millones al año, es decir, quitarles el 50% de su riqueza, lo cual es absurdo.

Como señala el académico Jorge Restrepo: “Para pagar un impuesto anual sobre la renta de 300 millones al año la renta debería ser de aproximadamente 1.400 millones al año para cada uno de esos diez mil....Toda gravable a la tasa más alta...”

Hasta ahí nos llega el esfuerzo por tenerle siquiera una simpatía lastimera a Duque.

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