Por Manuel E. Yepe
Parece que a los hacedores de propaganda internacional en el Departamento de Estado, la CIA y otras dependencias del gobierno estadounidense no les está resultando fácil salir del ridículo engorro en que se han metido con el asunto de los ataques acústicos contra el personal de su embajada en La Habana.
Para los expertos y observadores de este tipo de propaganda al más alto nivel de gobierno, la denuncia de un ataque imaginario contra Estados Unidos por parte de otro país no es algo novedoso en Washington. Hay que recordar la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana; la sorpresa del ataque a la base aérea y naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai; los incidentes del Golfo de Tonkín en Vietnam y la supuesta presencia de armas de destrucción masiva en Irak, que respectivamente sirvieron como mentirosas justificaciones para lanzar las guerras contra España en 1898, Japón en 1941, Vietnam en 1964 e Irak en 2003.
La primera de estas simulaciones sirvió para inaugurar el status imperialista de la política exterior de EE.UU. al dejar a Washington posesionado del vasto imperio colonial español.
Estados Unidos ha sorprendido al mundo por la ingenuidad con que su opinión pública ha asimilado las versiones oficiales acerca del asesinato del presidente John F. Kennedy y el abominable acto terrorista contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, dos fábulas que se parecen más a cuentos de horror y misterio hollywoodenses que a cualquier otra cosa. La segunda de estas dos entelequias le sirvió de pretexto para el lanzamiento de su llamada “guerra contra el terrorismo” y, como parte de ella, al recorte de las libertades públicas de los estadounidenses.
Como regla, el gobierno cubano –que ha sido una de las víctimas preferidas del imperialismo norteamericano en los tiempos actuales- ha evitado responder caso a caso a cada una de las engañifas mediáticas urdidas por Washington contra su proyecto revolucionario para no contribuir a su resonancia. Han sido los hechos mismos, y las denuncias a cargo de amigos y simpatizantes, los que han contestado a ellas.
Incluso, para atacar a Cuba, la propaganda de EE.UU. ha llegado a sumar a los 20,000 mártires que dejó la tiranía batistiana impuesta a la isla por Washington, el número de torturadores y asesinos del régimen depuesto ejecutados por sentencia judicial de los tribunales revolucionarios populares al triunfo de la revolución, sin olvidar el de los agresores y agredidos muertos a causa de la invasión de Bahía de Cochinos (Playa Girón) patrocinada por Washington y las víctimas de los cientos de actos terroristas y atentados promovidos por Estados Unidos contra Cuba en tiempos recientes. Todo ello para tratar de manchar con tan grosera manipulación el limpísimo expediente de respeto a los derechos humanos que la revolución cubana ha mantenido siempre.
En la gran farsa de los ataques sónicos, que ya tiene visos de comedia silente, no se identifican culpables y tampoco se conocen los supuestos perjudicados porque, evidentemente, no han existido.
Observadores de la política estadounidense sostienen que el senador Marco Rubio fue quien ideó el espectáculo con el fin de que el gran escándalo con participación suya hegemónica lo hiciera presidenciable con las miras puestas en convertirse en el primer presidente hispano de Estados Unidos.
Rubio conoció de ciertos problemas acústicos que presentaban varios funcionarios de los servicios de inteligencia acreditados en la Embajada de EE.UU. en Cuba. Allí se planteaba hacer una demanda contra la American Technology Corporation (ATC), fabricante de los equipos LRAD-RX que utiliza el Subcomité Nacional de Seguridad (NSSC, por sus siglas en inglés) para comunicarse con sus agentes en Cuba que podrían ser los responsables de tales dolencias. Esos equipos muy especializados para el espionaje habían sido recién adquiridos por el Departamento de Estado norteamericano para la misión diplomática en La Habana.
Rubio, hábilmente, ideó o encargó el guión a desarrollar para el espectáculo de los ataques sónicos. Su mayor osadía fue la de involucrar, como principal patrocinador, al Presidente Donald Trump, de quien -como señala Michael Wolff en su libro Fuego Y Furia- se ha escrito muchísimo acerca de que “actúa como un niño, sufre de psicopatologías como delirios de grandeza y paranoia, es un ignorante que ni lee ni escucha y es totalmente incapaz de cumplir con los deberes de su cargo”.
Por eso, era de suponer que en pocas semanas nadie se acordaría de la farsa de los ataques sónicos de Trump, que tan sólo habrían ido a engrosar la lista de sus muchas “excentricidades”.
Pero la mentira tomó un vuelo mayor y ahora EE.UU. no sabe cómo salirse del enredo con la menor cantidad posible de bajas políticas propias.
(Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO! como fuente.)
(http://manuelyepe.wordpress.com)