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Internacional

Por qué Trump odia el socialismo

Donald Trump odia el socialismo por las mismas razones que lo hacen otras muchas personas que no lo comprenden ni saben de qué se trata exactamente. La diferencia es que, con sus diatribas, él procura legitimar algunas de sus políticas y obtener ventajas electorales.

Seguramente existen muchas personas, tal vez la mayoría, que no conocieron a la Unión Soviética ni a ningún otro país socialista y presentan déficit de lectura sobre el tema y rechazan al socialismo por razones más que ideológicas, culturales. Se trata de reacciones derivadas, no de un conocimiento bien fundado o de alguna experiencia, sino de una percepción inducida por la propaganda anticomunista.

Para las personas que operan con tales códigos, el socialismo es igual a comunismo, comunismo a stalinismo y todo ello asociado a la errónea práctica política en la Unión Soviética que en 1991 colapsó. Más que de un conocimiento real esa percepción responde a estereotipos ideológicos fomentados por la propaganda anticomunista que, aunque en muchos sentidos fue mendaz, resultó extraordinariamente eficaz.

La historia

En el siglo XIX, en Europa Occidental, cuyo núcleo estaba formado entonces por Inglaterra, Alemania y Francia, impulsado por la Revolución Industrial, cobró auge una versión sumamente primitiva del capitalismo basado en la introducción masiva de las máquinas, la aparición de la gran industria, el crecimiento exponencial de la clase obrera y su acelerada depauperación. Las ideas liberales que ya marcaban la pauta sirvieron de sostén a aquel sistema luego denominado “capitalismo salvaje”. En la práctica el liberalismo económico precedió al liberalismo político y la explotación capitalista a la democracia.

En aquel contexto, teniendo como precedentes los estudios económicos realizados por Adam Smith y David Ricardo, Karl Marx realizó investigaciones fundamentales sobre aquel modo de producción y las relaciones entre el capital y el trabajo que le permitieron elaborar los más profundos estudios críticos del capitalismo hasta ahora conocidos. Así, con otros elementos surgió lo que después se llamó “teoría del socialismo científico”.

Obviamente, no se trataba sólo de Marx y Engels, sino de toda una magnífica generación de intelectuales, entre otros muchos, Joseph Proudhon, Ferdinand Lasalle, Mijail Bakunin, Karl Kautsky y el papa León XIII que pusieron su talento al servicio de la causa de los trabajadores y contribuyeron a su organización y movilización. En aquel contexto aparecieron los partidos obreros y de inspiración cristiana, se desarrollaron los sindicatos, incluso la Asociación Internacional de Trabajadores, realizando extraordinarios aportes a la cultura política contemporánea.

En esa dinámica el pensamiento social se dividió en tres grandes corrientes: el comunismo o socialismo, la socialdemocracia y el pensamiento social cristiano. Todas tienen en común la crítica al capitalismo, aunque se diferencian en el nivel de radicalismo con que encaran la solución de los grandes problemas sociales de la contemporaneidad.

Apreciado en su conjunto, el socialismo es un refinado fruto de la cultura política europea que, aunque derivado de la lucha de clases, lo mismo que el nacionalismo y el liberalismo con los cuales es compatible, se asocia al pensamiento social de vanguardia y es portador de propuestas políticas avanzadas que, sin etiquetarse, han encontrado expresión en Europa y sorpresivamente debutan con fuerza en los procesos electorales en los Estados Unidos, precisamente confrontando el programa político del presidente Donald Trump.

De haber estudiado a Marx el presidente se asombraría al descubrir lo cerca que está su país del socialismo. “Cuando la sociedad -escribió Marx- haya crecido en todos sus aspectos y manen a chorros los manantiales de las riquezas, la sociedad podrá escribir en sus banderas: De cada cual según su trabajo y reciba según sus necesidades…” Un día ocurrirá, no por efecto de la revolución sino de la evolución.

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