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Jorge Gómez Barata

La derecha latinoamericana no quiere cambiar nada y la izquierda ha querido cambiarlo todo.

El socialismo del siglo XX creó un paradigma, según el cual, una vez tomado el poder, se creaba una nueva economía, se transformaban las estructuras sociales, incluidos la cultura y el derecho, se suprimía toda oposición y se construía una sociedad nueva. El proceso se consideró irreversible, lo cual suponía ejercer el poder para siempre.

En la política latinoamericana la derecha y las corrientes afines operan con todas las ventajas. Tienen el tiempo, el clero, los empresarios y la mayor parte de la intelectualidad a su favor. Poseen la experiencia de haber gobernado doscientos años. Sus activos políticos son predominantes y los ampara la ideología dominante.

La derecha controla las estructuras económicas, los bancos y las entidades financieras, las instituciones estatales, los sistemas judiciales, los medios de difusión, el favor de las instituciones militares y, en muchos casos, la mayoría de la opinión pública. Cuentan también con el lumpen y los desclasados. Los delincuentes no son socialistas. El conjunto forma una especie de “Entente cordial”.

Sin tradición, recursos ni tiempo; sólo con la razón histórica y las simpatías de parte del electorado, encarando los prejuicios anticomunistas, el progresismo trata de solventar la enorme deuda social expresada en pobreza y hambre, desempleo, atraso tecnológico, analfabetismo, déficits de atención a la salud, precariedad de la vivienda, así como la discriminación y la exclusión social de los sectores más deprimidos, en especial de los pueblos originarios.

Ante la carencia de recursos, los gobiernos de izquierda que heredan países endeudados, con las arcas vacías y sofocados por la corrupción y la ineficiencia de la administración, deberán aplicar políticas sociales, generar empleos, promover obras de infraestructuras, construir escuelas, hospitales, caminos carreteras y acueductos, todo lo cual implica considerables aumentos del gasto público. A ello se suman los gastos militares para tranquilizar y privilegiar al estamento.

Debido a que el dinero lo tienen los ricos y las empresas extranjeras, creyendo ser consecuentes con la experiencia del socialismo del siglo XX se acude a las recetas de nacionalizar, expropiar, establecer el control de cambios y en ocasiones echar mano a las reservas internacionales del país. En este empeño, en ocasiones se recurre a prácticas autoritarias.

Porque obviamente uno o dos períodos presidenciales no bastan para semejantes realizaciones, los gobiernos de izquierda acuden a la reelección y, cuando las constituciones no lo permiten, promueven el cambio de la letra, con lo cual se crean nuevas tensiones. Casi siempre, la solución suele ser peor que el problema. Bolivia es la experiencia más reciente.

Debido a la reacción conservadora, la desmesura de las tareas, la falta de recursos y la hostilidad foránea, con reiterada frecuencia se crean situaciones insostenibles para los gobiernos progresistas y de izquierda. Los casos de Brasil, Ecuador y Bolivia son los ejemplos más recientes.

En el breve período histórico transcurrido desde el triunfo de la Revolución Cubana, la izquierda latinoamericana tuvo oportunidades y reveses, de unas y otros quedan las obras y las enseñanzas entre ellas, no confundir deseos con realidades, no sobrestimar las fuerzas propias ni subestimar al adversario, no repetir errores ni acariciar utopías.

Además de heroísmo, capacidad de convocatoria y coherencia, se necesita realismo y sentido del momento histórico. Allá nos vemos.

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