Zheger Hay Harb
Desde que se anunció el paro del pasado 21 de noviembre, el gobierno y el partido de gobierno empezaron a crear un clima de zozobra y, una vez realizado el paro con una contundencia tal que los asustó, echaron a andar la maquinaria de provocación y amedrentamiento.
La situación en que se da la protesta es realmente peligrosa para el gobierno, pero no porque los manifestantes fueran a desatar la violencia; por el contrario, una de las condiciones que pedían los organizadores es que fuera pacífica. Pero el “presidente eterno”, Álvaro Uribe Vélez, está realmente en peligro de que la Corte Suprema ordene su detención por manipulación de testigos que podría derivar hacia la orden de investigarlo por otros más graves como la conformación de grupos paramilitares. Cada día aparecen más pruebas que lo comprometen.
Por su parte el gobierno está fuertemente cuestionado por el bombardeo en que murieron niños reclutados forzosamente cuando esa circunstancia ya era de conocimiento del ejército y el presidente Iván Duque alabó la acción como “impecable”.
A su vez el ejército está bajo sospechas de corrupción que cobijan a la actual cúpula y especialmente al comandante general de las fuerzas armadas, acusados de falsos positivos y manejo poco escrupulosos de las finanzas.
El ministro de Defensa de Duque se vio obligado a renunciar cuando el Congreso ya tenía lista la moción de censura en su contra y ahora se filtran conversaciones entre el embajador en Washington y la canciller con consecuencias en las relaciones con Estados Unidos y la cohesión del equipo de gobierno.
Así las cosas, las centrales obreras y los estudiantes convocaron el paro y se les fueron sumando artistas, educadores, pensionados y en general la ciudadanía como nunca antes se había visto porque hasta las clases altas empezaron a anunciar que lo apoyaban.
El llamado de la ciudadanía, festivo, pacífico, era acompañado por los anuncios del gobierno de militarizar las calles, decretar toque de queda, imponer la ley seca y asustar con que el ELN, Venezuela y el Foro de Sao Paulo iban a desatar el terror. El amedrentamiento llegó hasta allanar la sede de una revista cultural y detener al colectivo que la dirige. La alcaldía de Bogotá forró la fachada que da a la plaza de Bolívar con madera para protegerse de los desmanes que aseguraban se producirían y el comercio hizo otro tanto.
Pero nada de eso frenó la marcha. Tal vez nunca en Colombia se había visto algo así: comparsas, cánticos, consignas alegres llenas de humor y reivindicaciones que cobijan a toda la ciudadanía. Eran literalmente ríos de gente desde todos los rincones de la ciudad hacia la plaza de Bolívar, la principal del país, y lo mismo ocurría en todas las capitales y muchas otras ciudades. Desfilaban rectores de universidades, amas de casa, indígenas, comunidades afro, colectivos de arte, organizaciones sociales, sindicatos y la gente en general sin reivindicaciones partidistas.
Y de pronto, empezó la provocación. Todo está registrado en filmaciones y denuncias de quienes presenciaron los hechos: el Esmad (fuerza antidisturbios) lanzó gases lacrimógenos contra estudiantes que se manifestaban pacíficamente, contra jóvenes que simplemente estaban en la calle como ocurrió con una estudiante de la Universidad de Los Andes, tal vez la más elitista del país, que ya inició las acciones legales: un grupo grande de motociclistas de la policía la cercó y la golpeó brutalmente y luego la subieron a una patrulla. Afortunadamente los vecinos grabaron todo con sus celulares y se prendieron las alarmas.
Ángela María Robledo, senadora del Partido Verde, contó que estaban en la plaza y de pronto el Esmad empezó a lanzarles gases. También hay registro de encapuchados que actuaban como vándalos y luego se reunían con la policía y filmaciones de ésta repartiendo a los vándalos en la cuidad de Cali donde el desorden fue mayúsculo. En los barrios más pobres de la ciudad la fuerza pública arremetió sin motivo y al rato el lumpen se sumó hasta formar un verdadero vandalismo. En lugares donde hay hambre y miseria, gente doblegada por el consumo de droga, traficantes, “ollas” de expendio y delincuencia común era apenas previsible que ante una provocación de esas se formaría el caos.
En los barrios residenciales de varias ciudades, especialmente Cali y Bogotá, regaron el infundio de que hordas enteras armadas venían a asaltar los hogares y los vecinos se armaron con lo que pudieron, desde armas hasta palos, “esperando a los bárbaros” que nunca llegaron, como en la novela de Coetze. Fue un terror creado artificialmente. La literatura es profusa en ejemplos de cómo se crea un enemigo imaginario y la gente responde por temor. Nadine Gordimer también, en uno de sus cuentos, muestra cómo en Sudáfrica los blancos idearon tintos artilugios para defenderse de “los bárbaros”, sus vecinos negros, que acabaron siendo víctimas de sus propios inventos.
Kavafis también toca el punto: “…se hizo de noche y los vándalos no llegaron. Algunos han venido de las fronteras y contado que los vándalos no existen y las élites se preguntan: ¿y qué va a ser de nosotros ahora sin vándalos? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
A pesar de todo, la gente no se ha dejado envolver en esa retórica de guerra y ha respondido pacíficamente: luego de las marchas los cacerolazos, que nunca se habían visto en este país, ahora han convocado a todas las clases sociales. El ruido ha sido ensordecedor y alentador; hasta el edificio donde vive Duque han llegado sus vecinos de clase alta a hacer sonar las cacerolas de repudio. Tres veces han vaciado la plaza de Bolívar y tres veces la gente la ha vuelto a llenar.
El gobierno ha respondido tibiamente, anunciando un diálogo gaseoso y sacando más fuerza pública a la calle pero es obvio que la situación se le salió de las manos.
Todo parece indicar que han creado el pretexto para decretar el estado de conmoción interior y gobernar con decretos de estado de sitio como hace 40 años. Vamos a ver qué tan fácil les queda.