Gustavo Robreño
Mi Columna en POR ESTO!
El presidente estadounidense Donald Trump acaba de promulgar la ley anti-China, aprobada por el Congreso de ese país de manera bipartidista, que confirme la intromisión imperialista en los asuntos internos de China e interfiere abierta y descaradamente en la situación creada por los propios Estados Unidos y sus servicios de inteligencia dentro de la Región Administrativa Especial de Hong Kong, reconocida internacionalmente como territorio bajo soberanía de la República Popular China.
Significativamente, la interferencia y el estímulo a la violencia por parte del gobierno de Estados Unidos tiene lugar en momentos en que ambas naciones se encuentran en plena negociación, tratando de llegar a acuerdos aceptables en su múltiple y decisiva relación económica y comercial, deteriorada con toda intención a partir de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en medio de sus contradictorios y absurdos delirios “proteccionistas” que, en definitiva, perjudican también a la población estadounidense, como ya demuestran las cifras y datos de la economía mundial.
Extrañamente también, la campaña anti-China marcha en coincidencia con la cercanía del período electoral en Estados Unidos donde ambos partidos –republicanos y demócratas– se despedazan en aras de sus intereses económicos, prebendas y privilegios.
La campaña anti-China tiene matices electoralistas; fueron los demócratas los iniciadores y promotores de tal ley intervencionista y violadora de todos los principios y las normas elementales que rigen las relaciones internacionales, como la Carta de las Naciones Unidas y la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas.
Al promulgarla, la Administración Trump pisotea y desconoce de manera arrogante la soberanía de China, que es hoy la segunda potencia económica del mundo –y la primera en algunos aspectos– y muestra su nerviosismo y temor ante el desarrollo de una alternativa tan atractiva para los pueblos y gobiernos que buscan una relación de beneficio mutuo, sin explotación ni saqueo, como es el caso del Cinturón y la Ruta de la Seda, proyecto que ya engloba a casi 100 países.
El hecho cierto es que el gigante chino se ha puesto en pie y ofrece al mundo la posibilidad de una verdadera cooperación para el desarrollo sin necesidad de sacrificar la soberanía y la dignidad, en particular de los países del Tercer Mundo, de los cuales China se ha convertido en socio confiable y sin pretensiones imperiales.
En eso consiste el verdadero peligro de China para el sistema imperialista encabezado por Estados Unidos, y ello explica claramente que dentro del propio imperio unos y otros sean cómplices en los propósitos de intentar debilitarla con ridículos planes intervencionistas.
La nación china ha respondido que actuará en correspondencia con esos ataques y lo hará con la habitual sabiduría, paciencia y experiencia heredadas de una cultura ancestral.