Internacional

La guerra secreta de Japón y la bomba A

Con gran éxito acaba de ser lanzada la tercera edición de La Guerra Secreta de Japón por Robert Wilcox, en la que el autor especula sobre el esfuerzo de Japón durante la Segunda Guerra Mundial para construir una bomba atómica fue la base del actual programa nuclear de la República Democrática Popular de Corea.

Corea, desde 1910 hasta el final de la guerra, había estado anexada a Japón en virtud de un acuerdo aprobado por el presidente norteamericano Theodoro Roosevelt. Es por este motivo que en la península coreana transcurrió la parte más importante del programa investigativo de Japón para la construcción de la bomba atómica. Los aliados, especialmente Estados Unidos, no lo sabían pero los rusos sí conocían de esto.

Según Wilcox, aunque no se pueda probar hoy, el famoso espía ruso en Tokio, Richard Sorge, ahorcado por los japoneses en noviembre de 1944, proporcionó información vital sobre el programa de la bomba atómica de Japón a sus jefes del NKVD soviético (que posteriormente se transformó en Comité Ejecutivo Central de la URSS y éste en los ministerios de Asuntos Internos (MVD) y otros organismos centrales de Rusia.

Sin duda, fue ésta la información científica que necesitaba el jefe del NKVD Lavrentiy Beria para proseguir las investigaciones sobre lo que necesitaba Estados Unidos para lograr la bomba y por ello Stalin lo puso al frente del proyecto atómico soviético (lo que demuestra claramente cuánto dependían los soviéticos del flujo de inteligencia para su esfuerzo por lograr fabricar cuanto antes la bomba atómica).

Stalin aprovechó una invitación de Truman para intervenir en Mongolia y Corea casi al final de la guerra. Según señala Wilcox, la lucha más dura fue cuando los rusos tomaron el control del área de Konan (Hungnam) donde se centró el trabajo nuclear de Japón en Corea.

Japón tenía no menos de dos programas principales para la bomba atómica, uno a cargo del Instituto de Investigación Física y Química de Japón (Riken) y el otro dirigido por la Marina. Ambos tenían a sus respectivos frentes a físicos de alto nivel, algunos con fuertes conexiones como con Albert Einstein, Ernest Lawrence y Niels Bohr, entre otros.

Fue el proyecto de la Marina que usó Japón en Corea para el enriquecimiento de uranio y el procesamiento de torio el que más sirvió posteriormente a la RPDC para su programa nuclear, porque Corea del Norte es rica en monacita, una excelente fuente de torio que es un reactor nuclear que puede ser convertido en el elemento protactinio y luego mediante procesamiento químico al uranio 233. Esto parece ser el camino que seguían los alemanes.

Una empresa química alemana dedicada a obtener y procesar uranio se había hecho cargo de la empresa francesa de torio Terres-Rares durante la ocupación nazi de Francia.

En Estados Unidos no supieron del torio coreano hasta 1946, y para entonces Konan estaba bajo control ruso. Pero disponían de suficientes indicios sobre el área de Konan para que la Fuerza Aérea de EE. UU. enviara un B-29 equipado con cámaras a volar sobre Konan el 29 de agosto de 1945, 14 días después de que Japón se rindiera. Los cazas Yak rusos lo derribaron y se estrelló.

En 1950, durante la Guerra de Corea, la Fuerza Aérea de Estados Unidos bombardeó Konan y destruyó las instalaciones de procesamiento de torio que había allí.

Como explica Wilcox en su libro, gran parte de la fabricación de bombas más secretas en Corea se hizo en cuevas, tal como lo hace hoy en día Corea del Norte (quizás usando algunas de las mismas cuevas). Estados Unidos no tenía capacidad para destruir las cuevas, y en los combates durante la Guerra de Corea, algunas de las batallas más duras tuvieron lugar alrededor del embalse de Chosin. Allí las fuerzas de la ONU fueron arrojadas y derrotadas y finalmente fueron rescatadas en el puerto de Konan (Hungnam) entre el 15 y el 24 de diciembre de 1950.

Gran parte de la evidencia sobre el programa de bombas atómicas de Japón sigue estando clasificada, y los científicos y militares japoneses entrevistados por Wilcox no fueron nada cooperativos en sus relatos sobre el programa de bombas atómicas de Japón.

Solo si Estados Unidos llegara a desclasificar documentos secretos críticos sobre la historia del desarrollo de la bomba atómica –concluye Wilcox en su libro–, la horrenda crisis que fue inaugurada por el chantaje nuclear que siguió al genocida bombardeo atómico a la ciudades densamente pobladas de Hiroshima y Nagasaki y que sigue amenazando al mundo, podrá ser finalmente revelada.

(Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO! como fuente).

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