Internacional

El destino manifiesto

Por Jorge Gómez Barata

Alguna vez creí que “Destino manifiesto” era una expresión bíblica hasta descubrir que se trataba de una fórmula ideológica atribuida al pastor puritano John Cotton quien en 1630 la utilizó para validar el despojo de los pobladores originarios. En el siglo XIX la idea fue popularizada por John O? Sullivan, cronista de la revista Democratic Review y, desde entonces se acude a ella para justificar el expansionismo y las ansias hegemónicas del imperialismo norteamericano.

Si asimilamos esa hermosa expresión literaria para nombrar lo que ineluctablemente debe ocurrir y contra lo cual no tiene sentido luchar, se puede polemizar con Donald Trump cuando en su Mensaje sobre el Estado de la Unión, afirmó: “Los Estados Unidos no serán nunca socialistas” …Lo que el presidente ignora es que tal vez no tenga cómo impedirlo.

El socialismo, lo mismo que el liberalismo y el pensamiento político cristiano son refinados productos de la cultura occidental y resultados de la combinación de la eficacia del modo de producción bautizado por Marx como capitalismo y los modelos políticos democráticos. De esa asociación surgió la capacidad del género humano para crear infinitas riquezas cuya distribución, aunque todavía profundamente desigual, alguna vez será, como mínimo equitativa.

La equidad no supone la igualdad e incluso admite la existencia de los ricos, sin aceptar fatalmente a la pobreza. No es un trabalenguas sino una dialéctica profunda. Aunque en ninguna parte se ha realizado plenamente, el socialismo pudiera ser la consumación de los ideales de justicia social, bienestar, democracia, libertad y paz.

Aunque a ese estadio de desarrollo civilizatorio presumiblemente se llegará mediante aproximaciones sucesivas, el cometido puede ser acelerado por la voluntad política y por la creación de estructuras estatales y de la sociedad civil que, junto al progreso general, permitan alcanzar estadios de desarrollo imprescindibles para aspirar a metas superiores: “Cuando la sociedad haya crecido en todos sus aspectos ?decía Carlos Marx? y manen a chorros llenos los manantiales de las riquezas colectivas, podrá escribir en sus banderas: Dé cada cual según su capacidad y reciba según sus necesidades”.

La afirmación del presidente Trump puede ser resultado de un error que no solo él comete y que confunde al socialismo, expresión del humanismo occidental más profundo y del pensamiento social avanzado, con modelos políticos que resultaron fallidos, no por ser socialista sino porque no llegaron a serlo.

Al socialismo trata de aproximarse China, injustificadamente convertida por Trump en archienemiga cuando en realidad con sus exportaciones, compras e innovaciones es un actor trascendental de la economía global y un magnífico complemento del mercado interno estadounidense. También quisiera lograrlo Vietnam que aspira a un proyecto socialista muchas veces más hermoso y próspero del que las bombas dejaron y que, con generosidad y sin reservas presta su suelo al presidente para ejercitar sus arreglos políticos.

A contramano de la historia, Trump tiene derecho a tratar de impedir que el socialismo avance en Estados Unidos y evitar que la justicia social acompañe al progreso general que proporciona su economía y, aunque no es buena idea, puede intentar evitar que la equidad distributiva sea extensiva a todo su pueblo.

Ninguno de los asesores que lo empujan a aventuras que pueden tener terribles consecuencias, puede garantizarle el éxito. Otros intentaron cambiar la historia y los resultados están a la vista.